Especiales Semana

Los italianos

Su influencia fue determinante en la ciencia, la cultura, las artes y el derecho de Colombia. Además, les dieron vida a símbolos como el mapa, el Himno Nacional y el Capitolio.

Armando Silva *
28 de octubre de 2006

En noviembre de 1887, con el fin de conmemorar la independencia de Cartagena, se interpretó, en el Teatro Variedades de Bogotá, una canción fervorosa con letra de Rafael Núñez que fue luego adoptada por ley de 1920 como Himno de la República de Colombia: su encanto y su melodía provenían de alguien que había llegado como primer tenor de una compañía de ópera, el músico italiano Oreste Sindici.

Años atrás, el mapa que hoy tenemos de Colombia, con algunas modificaciones, fue trazado por primera vez por otro italiano, Agustín Codazzi, que llegó a Bogotá en 1849 y a él se le reconoce no sólo por haber concebido las imágenes de la geografía nacional, sino por haber sido el orientador de la comisión corográfica, que todavía hoy se considera una de las más importantes empresas científicas de la República. Tal fue la empresa titánica de representar con criterios, tanto científicos como estéticos, a una Nación que lleva el nombre de otro italiano, Colombia, en honor a Cristóbal Colombo, quien dirigió la primera empresa europea que terminó con el encuentro con otro continente, América, que de la misma manera honra a otro italiano, Don Américo Vespucio.

Así que Italia está metida en el corazón de los símbolos patrios. A pesar de esta fuerte presencia cultural, no son muchos los italianos que han hecho su América en Colombia. En el censo de 1913 vivían oficialmente en Colombia 119 italianos, dentro de 895 extranjeros, o sea 10 por ciento del total. No obstante, en los años siguientes el país parece ir descubriendo una presencia italiana más consistente y numérica, y en estudios, a partir de la década de los 80, se ha concluido que existen hoy alrededor de 20.000, radicados en ciudades de la Costa Atlántica, la de mayor afluencia; en Bogotá, Cali, Medellín, y Cúcuta. Propongo, dentro de varias alternativas de seguimiento de esta comunidad, relevar algunas figuras, en ciertas áreas significativas, que más hayan contribuido a la formación de las culturas nacionales, entendida esta como esa creación colectiva para la construcción de las imágenes de identidad y autorreconocimiento de distintos grupos.

Desde la primera década del cine, casi al mismo tiempo que en los países europeos, aparecen ya en Colombia los italianos Vicente y Francisco Di Domenico, quienes vienen a explotar comercialmente el nuevo invento. En 1912 estrenan el Teatro Olimpia de Bogotá, "con una capacidad asombrosa de 3.000 espectadores y rodarían la película italiana 'Il romanzo di un giovane povero'", la primera exhibida en Colombia en un teatro para tal fin. Cuando en 1927 se lanza el cine sonoro, nace la empresa que va a dominar hasta hoy el paisaje cinematográfico nacional: Cine Colombia, originada en las empresas de los Di Domenico. En 1912 llegó a Barranquilla Floro Manco, quien importó la primera máquina filmadora de cine con la que realizó películas documentales, lo que puede ser el lejano origen de este género en el país.

En la arquitectura se vuelve a constatar la presencia italiana en la construcción de algunos de los emblemas de nuestra nacionalidad. El Capitolio Nacional es obra de Pietro Cantini. Su labor se desarrolla desde 1885 hasta 1906 y su aporte se extiende a crear una escuela de arquitectura, formada alrededor de la construcción del Capitolio Nacional. Esta escuela, la antigua academia Vásquez de pintura y la academia de música se fusionaron para formar la escuela de Bellas Artes, quedó constituida el 10 de abril de 1886 y es el origen de la actual facultad de artes de la Universidad Nacional de Colombia. También es de Cantini el Teatro Colón, considerado una de las más bellas y acabadas obras de toda la arquitectura colombiana.

Dos esculturas de gran simbolismo nacional también son de manos italianas. A mediados del siglo antepasado llegó a Bogotá la estatua pedestre del Libertador Simón Bolívar, obra de Pietro Tenerani, hoy en la Plaza de Bolívar. Y en Cali se encuentra la imponenente escultura de Cristo Rey en uno de sus cerros recibiendo a los visitantes, obra de los hermanos Alineo y Alidno Tazzioli, quienes llegaron a Colombia entre 1929 y 1934.

En Colombia, la influencia italiana en el arte musical tiene raíces antiguas con Giovanni Battista Coluccine y Giuseppe Dadey, que fueron prácticamente los precursores de este arte. En los siglos XIX y XX llegan varias compañías de ópera y dan a conocer la música operática de Verdi, Rossini, Bellini. Particularmente, algunos himnos y coros se convirtieron en símbolos locales tan asumidos por los colombianos, que incluso hoy día varios de ellos se tararean diariamente, como ocurre con la de Aida, de Verdi.

Son muchos los campos de la cultura, las industrias y las ciencias nacionales abonados por italianos. El derecho, por ejemplo, recibió el influjo renovador de los grandes tratadistas italianos Francisco Carrara, César Lombrosso y Enrique Ferri. Sus enseñanzas marcaron los caminos del derecho penal y la criminalística colombiana, y dejaron su impronta en el Código Penal que desde 1936 hasta principios de 1981 estuvo vigente.

Las matemáticas como disciplina mucho le deben al profesor Carlo Federeci. Lo mismo, ceremonias urbanas como las del Niño Jesús del 20 de Julio en Bogotá provienen del padre Juan de Rizzo.

En realidad, a través de la cultura, la ciencia y las artes, se ha generado una muy resuelta hibridación entre italianos y colombianos y quizá ello tenga que ver con una más profunda identidad y encuentro entre las filosofías de dos pueblos donde la dimensión estética de la vida es parte determinante en la construcción de sus respectivos futuros.