Especiales Semana

Luis Eduardo Garzón

El hombre del año

15 de diciembre de 2003

Lucho es el primer candidato de izquierda elegido popularmente que ocupa el segundo cargo más importante del país y ese sólo hecho lo convierte en el personaje del año. Cuando la izquierda colombiana nunca había tenido opciones reales de poder nacional, Luis Eduardo Garzón, ex líder sindical e hijo de una empleada doméstica, es el nuevo alcalde de Bogotá con la votación más alta que se haya registrado en la historia de la capital: 800.000 votos. Su gran logro fue haber coronado sin venir de los partidos tradicionales, ni del sacerdocio ni de los medios ni de la farándula, sino de un sector tradicionalmente minoritario y considerado radical como el sindicalismo. Hace sólo cinco años era presidente de la Central Unitaria de los Trabajadores (CUT) y hoy regirá el destino de ocho millones de colombianos.

Lucho es un fenómeno que tiene temblando a los partidos tradicionales y a los candidatos presidenciales del establecimiento. En primer lugar, es un fenómeno mediático. Cuando los candidatos de izquierda eran caricaturizados por su discurso mamerto y panfletario (recordemos al John Lenin de Jaime Garzón), Lucho resultó un artista del marketing político. Domina las cámaras, las frases que suelta siempre tienen un anzuelo para llevarse un titular, es efectista y tiene personalidad. Durante su campaña a la Alcaldía, cumplió al pie de la letra los tres principios de Goebbels para la propaganda política: sencillez, repetición y orquestación. Pero quizá por encima de todo lo anterior está su capacidad para convertir su gran sentido del humor en un símbolo de irreverencia contra los poderes establecidos. Además de sus virtudes como comunicador, Lucho ha sido un consentido de los comunicadores. La gran prensa fue muy generosa en el cubrimiento de su campaña a la Presidencia y luego a la Alcaldía.

En segundo lugar, es un fenómeno político. Lucho ha logrado modernizar el discurso de la izquierda colombiana. A pesar de la caída del muro de Berlín, las distintas tendencias de la izquierda nacional no habían podido salirse de la dialéctica de la lucha de clases, de una visión maniqueísta de la realidad y de unos profundos prejuicios ideológicos más anclados en las reivindicaciones marxistas de los 70 que en el pragmatismo globalizado de los 90. Mientras en América Latina la izquierda resurgía en líderes como Lula, Kirchner o Lagos, en Colombia los sectores de izquierda se estaban extinguiendo en su propio canibalismo ideológico y su incapacidad para reinventarse. Hay sí, políticos serios como Antonio Navarro, humanistas utópicos como Carlos Gaviria y fiscalizadores rabiosos como Gustavo Petro. Pero, por primera vez, en la figura de Lucho Garzón, lograron congregarse varios sectores de la izquierda para buscar un objetivo común: el poder.

Con un discurso franco y un espíritu conciliador, Lucho ha desactivado las prevenciones que históricamente ha tenido la clase dirigente y ciertos sectores de derecha sobre los candidatos de izquierda, donde más que contradictores políticos veían guerrilleros disfrazados. Como candidato evitó caer en los pugilatos verbales y las campañas negativas. Y como alcalde electo se ha dedicado a tender puentes con los distintos sectores de la sociedad. La semana pasada, por ejemplo, estuvo reunido con Hernán Echavarría Olózaga, quizás el más conspicuo exponente de la clase empresarial del país y antiguo crítico de su aspiración a la Alcaldía.

En tercer lugar, es un fenómeno social. Lucho encarna un país con una bomba social a punto de estallar. Sesenta por ciento de los colombianos viven en la pobreza y 25 por ciento se encuentran en la indigencia. Aunque con un discurso falaz, Lucho logró capitalizar el descontento social de Bogotá criticando un modelo de ciudad más preocupado por las obras que por la gente. A pesar de ser falso, pues nunca en la historia de la capital se había invertido más en lo social -y en los más pobres- que con Peñalosa y Mockus, Lucho logró erigirse como en candidato de lo social. Y en política, la percepción es casi más importante que la realidad.

Todas las anteriores virtudes y circunstancias hacen de Lucho un buen candidato. Pero no garantizan un buen gobernante. Por eso, una vez Lucho se siente en el trono y empiece a mandar, más que feliz, debe estar preocupado. No sólo porque su ascenso en la vida pública ha sido gracias a su buen desempeño como crítico de los gobernantes, y ahora le tocará asumir el papel que siempre ha criticado como opositor. Pero sobre todo debe estar preocupado porque sobre sus hombros recae el futuro político de la izquierda en Colombia.

De la gestión que haga Lucho en la Alcaldía dependerá la credibilidad de la izquierda como opción de poder para gobernar. Si a Lucho le va bien, Navarro se posiciona como un firme candidato presidencial de la izquierda democrática, frente a un liberalismo anarquizado y un conservatismo en exhumación. Si a Lucho le va mal, será un golpe mortal para una izquierda que habrá demostrado que es buena para criticar y mala para gobernar. Con lo primero, se ganan las elecciones. Con lo segundo, se fortalecen los partidos. Por todo lo anterior, ningún otro alcalde había generado tanta expectativa y tantas miradas. Y ese sólo hecho lo pone en desventaja.

Su éxito dependerá, como él mismo lo ha dicho, de la gente que lo rodee. Y ahí es donde pueden empezar sus problemas. Detrás del Polo Democrático Independiente (PDI) que él lidera, y que se muestra ante la opinión como una sólida coalición de vertientes de izquierda, hay toda clase de tensiones y pugnas internas. Mientras todos sonríen para la foto, el PDI está pegado con babas. Tras bambalinas hay zancadillas y golpes bajos. Y una de las pelas intestinas más fuertes es que el ala de la izquierda radical ve a un Lucho tirando demasiado al centro y haciendo demasiadas concesiones al establecimiento. De esta manera, en la medida en que Lucho logre posicionarse en la centroizquierda, con un discurso moderno y una nueva tecnocracia, tiene altas probabilidades de hacer una buena gestión. Pero si se deja llevar por el canto de las sirenas de una izquierda radical, llena de prejuicios y sin preparación técnica, su futuro político es pantanoso.

Lo cierto que es más allá del fenómeno Lucho, su llegada al escenario político nacional y la de varios otros candidatos de izquierda victoriosos en las elecciones pasadas -como Angelino Garzón a la gobernación del Valle- ha hecho que el país esté entrando en un claro debate ideológico. Por un lado, un sendero de centroizquierda encarando por varios alcaldes y gobernadores que bajo la sombrilla del Polo Democrático reivindican las banderas de la justicia social en un país que se está militarizando. Y, por el otro, el sendero de la centroderecha encarnado por el gobierno nacional que enarbola los símbolos del orden y la autoridad para lograr la paz.

Es prematuro anticipar quién ganará ese pulso ideológico. La historia es cíclica y, si Lucho no la embarra, en la era posUribe el péndulo debería virar a la izquierda. Pero en las tierras de Macondo nada está escrito. Lo cierto es que la llegada de Lucho Garzón a la Alcaldía de Bogotá tiene una profunda carga histórica y su victoria es una exaltación del pluralismo, la tolerancia y la madurez política de los colombianos. Y eso lo convierte en el personaje del año.