Especiales Semana

QUE QUIERE TIROFIJO

Para las Farc, el proceso de paz va mucho más allá de la desomovilización, el desarme y la reinserción que caracterizaron procesos anteriores.

4 de enero de 1999

Cinco meses después de la reunión entre el presidente Andrés Pastrana y 'Tirofijo', en algún lugar de los Llanos Orientales, son muchos los colombianos que todavía se preguntan si en realidad está en marcha un proceso de paz. El 7 de noviembre el gobierno dijo que estaba listo el despeje de cinco municipios pedido por las Farc para sentarse a conversar. Pero las Farc dicen que el despeje no ha sido total porque todavía quedan hombres uniformados en el Batallón Cazadores. La guerrilla, por su parte, no ha cesado en sus acciones ofensivas, como la de Mitú, y las Fuerzas Armadas han desplegado toda su capacidad para evitar que esas acciones se repitan, como en el caso de San José del Guaviare. El 'Mono Jojoy' amenaza con bombardear cinco municipios en los cuales está acantonado el Ejército, y el Ministro de Defensa se reúne con su homólogo de Estados Unidos para negociar ayuda militar. En resumen, lo que se vive en Colombia en la actualidad es lo menos parecido a un ambiente de paz.
La verdad, sin embargo, es que sí hay en marcha un proceso de paz. Tanto el gobierno como las Farc han reiterado su disposición de conversar a pesar de los obstáculos o, si se prefiere, en medio de los obstáculos. Porque si algo diferencia este proceso de los que se dieron en el país en años anteriores es que desde el primer momento se dijo que las conversaciones se harían en medio de la guerra. Las Farc dejaron claro que en su agenda no figuraban ni treguas, ni desmovilización, ni desarme. Ni ningún otro compromiso distinto al de sentarse a conversar con el gobierno para tratar de buscarle una salida negociada y política a los que para ellos son los grandes problemas del país. Y el que cinco meses después de acordado ese diálogo las partes no hayan logrado ni siquiera sentarse a conversar sólo es una muestra de lo larga y difícil que será cualquier negociación.
Lo que sí no está claro es que las dos partes estén pensando en lo mismo. La esperanza del gobierno es, por supuesto, lograr un cese al fuego que permita, mediante un incremento importante de la inversión pública en las zonas de violencia, remediar las condiciones de atraso de su población y reincorporar a los alzados en armas a la vida en comunidad. La intención de las Farc va mucho más allá. Apoyadas en el control que mantienen sobre vastas zonas del territorio nacional, en las cuales hay una buena parte de la población que subsiste gracias a los cultivos ilícitos, las Farc consideran que el proceso de paz debe pasar por uno de 'reconstrucción' nacional, que tiene dos aristas: una de orden regional y otra nacional. Es en las regiones en donde _según ellas_ deben tener lugar los proyectos de inversión que le abran paso a la terminación de la guerra. Y es a nivel nacional donde se deben producir los cambios en el ordenamiento político, por medio de una profunda reforma constitucional. Y todo ello en medio del conflicto.
La posición de las Farc se sustenta por lo menos en tres hechos ocurridos en los últimos años. Uno es el fracaso de los experimentos de paz adelantados a partir del gobierno de Belisario Betancur. Otro, el desarrollo militar que han tenido las Farc a partir de 1984. Y el último, la importancia ganada por los cultivos ilícitos en las zonas de colonización del sur del país. El primero explica la decisión de negociar en medio de la guerra. El segundo el cambio en los negociadores. Y el tercero _y quizás el más importante_, las dimensiones mismas del proceso y el interés de las Farc en internacionalizar el conflicto y buscar la cooperación externa en su posible solución.

El 'síndrome de Jacobo'
La experiencia de los anteriores procesos de paz ha sido recogida de doble manera. Para los dirigentes de las Farc, la tregua acordada durante el gobierno de Belisario Betancur, y el manejo político que se le dio a las negociaciones, produjo un efecto negativo en las bases de la organización y un retroceso en el crecimiento de sus frentes, que algunos han dado en llamar el 'síndrome de Jacobo', porque fue Jacobo Arenas _el gran amigo de 'Tirofijo'_ quien tuvo en sus manos la conducción del proceso. No hay que olvidar que dos años antes de acordada la tregua las Farc habían decidido convertirse en 'Ejército del Pueblo'_de allí la sigla Farc-EP, con la cual se identifican desde entonces_ plan que se retrasó durante las negociaciones con Betancur.
El segundo hecho importante tiene que ver precisamente con ese punto. A partir de 1984, según Arturo Alape _el más importante biógrafo de 'Tirofijo'_ el máximo líder de las Farc asume directamente la formación militar de los nuevos 'cuadros', con miras a darle a su organización una estructura cada vez más parecida a la de un ejército regular, con capacidad ofensiva. Y de la 'escuela de cadetes' que organizó 'Tirofijo' en el interior de las Farc va saliendo una nueva camada de guerrilleros, con una avanzada formación político-militar, entre los que se destacan el 'Mono Jojoy', Joaquín Gómez y Fabián Ramírez. No es gratuito que sean estos últimos _con Raúl Reyes, uno de los hombres más cercanos a 'Tirofijo' en el secretariado_ quienes asuman el papel de voceros de las Farc en la primera etapa del proceso.
El interés de 'Tirofijo' en que durante las negociaciones se le reconozcan a las Farc sus avances militares _puestos de manifiesto en los últimos dos años con los golpes propinados al Ejército en Puerres, Patascoy, Las Delicias y El Billar_ queda expuesto con la marcada omnipresencia del 'Mono Jojoy' en los actos públicos en los cuales participa el jefe guerrillero. Si en negociaciones anteriores quienes llevaron la voz cantante fueron los 'ministros de la política', como el propio Jacobo Arenas, o como Alfonso Cano, en esta oportunidad la vocería la lleva el 'ministro de defensa', encarnado en el 'Mono Jojoy'.
El tercer elemento presente en el proceso de paz _y el que le da características más particulares_ es el de los cultivos ilícitos. Ya desde 1993, cuando expidieron la llamada 'Plataforma para un gobierno de Reconstrucción y Reconciliación Nacional', las Farc habían incluido ese punto como uno de los 10 temas que deberían ser tratados en cualquier negociación con el gobierno. En ese momento, sin embargo, parecía el menos importante a juzgar por el hecho de que era el décimo punto en el decálogo. En los últimos años, no obstante, el tema ha adquirido mayor relevancia y ha pasado a primer plano.

Los cultivos ilícitos
Y también aquí hay dos razones. Una es el creciente número de colombianos que, acosados por la necesidad, invaden las tierras aptas para la siembra de coca y otros cultivos ilícitos, localizándose lejos del control de la autoridad, casi siempre en zonas dominadas por la guerrilla. La otra es la importancia geopolítica _de carácter desestabilizador_ que ha ganado Colombia en el final del siglo XX por culpa de la producción de sustancias sicoactivas, importancia que no tenía desde comienzos de siglo, cuando le arrebataron el istmo de Panamá. Aprovechando esa situación las Farc han unido el tema de la paz al de la derrota del narcotráfico.
Eso introduce en la negociación un elemento que no había estado presente en anteriores procesos de paz: la colaboración internacional. Cuando el gobierno habló de la necesidad de un Plan Marshall para la paz, en cuya financiación debían estar involucradas todas las potencias mundiales, no estaba haciendo más que recoger recomendaciones de personas que han discutido largamente el problema con los líderes de las Farc, como el ex ministro Alvaro Leyva. Sólo que para éste último el Plan Marshall que se propone para Colombia _y que el gobierno ha empezado a denominar Plan Colombia_ debería tener el mismo alcance que el aplicado a Europa al final de la Segunda Guerra Mundial: es decir, una reconstrucción de buena parte del aparato productivo del país. Y eso suma mucho más que 2.000, o que 5.000 millones de dólares, y su ejecución podría tardar mucho más que los escasos cuatro años que dura un gobierno.
El país no lo sabe muy bien pero buena parte de la terminología que se está utilizando en las primeras etapas de acercamiento hacia un proceso de paz responde a esa concepción. Cuando se habla, por ejemplo, de que los municipios despejados deben convertirse en laboratorios de paz, no se está hablando solamente de sitios en los cuales se pueda conversar sin riesgos para las partes, sino de sitios en los cuales se va a poner a prueba la verdadera voluntad de paz del gobierno, y eso, en buen romance, se traduce en plata. Por eso es bastante previsible que las Farc busquen que el despeje se prolongue más allá de lo acordado. Y que después de este despeje; pidan otro despeje, argumentando _en contra de lo que dicen los críticos del proceso_, que a medida que avance el proceso esos municipios se irán ganando para el país.
La gran pregunta es si la comunidad internacional está dispuesta a apoyar un programa de tales características. En el caso particular de Estados Unidos las opiniones parecen divididas. Hay un sector del gobierno que considera el proceso como una oportunidad para reducir el comercio de drogas y está dispuesto a acompañar al gobierno colombiano en sus conversaciones de paz. De ser así, el presidente Bill Clinton pasaría a la historia por su contribución a la disminución del flagelo. Pero hay otros que piensan que un proceso tal no tiene mucha viabilidad y que lo mejor que puede hacer el gobierno norteamericano es contribuir al fortalecimiento de las Fuerzas Armadas de Colombia en previsión de un recrudecimiento de la guerra. Si las Farc conversan con 'ministro de defensa a bordo' el gobierno colombiano no tiene porqué quedarse atrás.

Un comienzo difícil
Todos esos elementos le dan al tema una gran complejidad. El presidente Andrés Pastrana cuenta con la ventaja de que cuando 'Tirofijo' 'votó' por él, lo hizo consciente de que quería conversar con la contraparte. Esto es, con un representante del establecimiento que, sin contemporizar _como hubiera podido suceder en el caso de ganar Horacio Serpa_, pudiera establecer consensos, tanto a nivel nacional como internacional, sobre la necesidad de asumir el costo de la paz. Y el país lo respaldó en las elecciones porque se comprometió a dialogar directamente con el jefe de las Farc y a buscarle salidas al problema.
El comienzo no ha sido fácil y la presión de la opinión ha sido muy fuerte. A sólo un mes de oficializado el despeje, y sin que hayan comenzado siquiera las conversaciones, hay mucha gente que ya pide resultados. Pero la verdad a la que se tiene que ir acostumbrando el país, si el proceso continúa a pesar de los obstáculos, es que la búsqueda de la paz será larga y mucho más costosa de lo que la gente cree.
La otra opción, como ha pasado tantas veces, es asumir de nuevo el costo de la guerra, ante lo cual la pregunta es si esta vez sí se podrá ganar. El Ejército está preparado, y está bien que lo esté. Porque si las Farc decidieron evitar en adelante el 'síndrome de Jacobo', mal haría el gobierno en permitir un cambio en la correlación de fuerzas en nombre de un proceso que de todas maneras sigue siendo incierto. Ese es, por decirlo de alguna manera, el nuevo reto. Y sólo con una discusión amplia y sincera de lo que significa se podrá superar. La palabra la tienen las partes, que todavía no han logrado explicarle al país con claridad cuál es el verdadero costo y el verdadero timing de la paz.