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El verdadero Patch

Patch Adams, el médico vestido de payaso que inspiró una película, es mucho más que el doctor de la risa. SEMANA lo acompañó durante sus primeras horas en Colombia.

18 de agosto de 2003

La puerta de salida del aeropuerto El Dorado estaba llena de personas, que esta vez esperaban el vuelo que llegaba de Buenos Aires. Salían ejecutivos, familiares que se abrazaban después de no verse durante mucho tiempo y otros que venían de vacaciones. Pero la normalidad se vio alterada cuando detrás de los encorbatados pasajeros salió un grupo de 14 payasos. "¡Hello Colombia!", decían. "We love you" y apretaban sus rojas narices haciéndolas sonar como pitos, mientras otros hacían burbujas de jabón. Parecía que un nuevo circo hubiera llegado a la ciudad. Se acercaron a la multitud que aguardaba detrás de la baranda y con cariño les daban un beso. "¡Miren los payasos!", decían los niños, emocionados con la inesperada visita. El último en salir fue un hombre corpulento, de unos 58 años, cabello gris y un mechón pintado de azul. Llevaba un sombrero de pato, un bigote estilo Dalí, una gran nariz roja, zapatos gigantescos, unos pantalones bombachos llenos de colorines, un pez de hule y una guitarra en su espalda. Uno de los espectadores, intuyendo que se trataba de alguien conocido por el revuelo que causó, preguntó: "¿Y quién es ese?". Alguien le respondió: "Es Patch Adams".

El nombre debió sonarle familiar pues en 1998 el actor Robin Williams protagonizó una película inspirada en la vida de este doctor, que se salió de los límites de la medicina tradicional para poner en práctica un estilo humano de ejercer la profesión basado en darles amor a los pacientes. "El acto más revolucionario que puedes cometer en la sociedad de hoy es ser públicamente feliz".

Patch llegó a Colombia invitado por Children's Advil para ofrecer la conferencia magistral acerca del amor en la medicina en el Congreso de Pediatría que se realizó en Cartagena la semana pasada. Pero aprovechó la oportunidad para visitar varios hospitales de Bogotá, Cali y Barranquilla.

Para cualquier observador desprevenido hubiera sido difícil adivinar de quién se trataba. A Williams no se parece en nada, ni físicamente con su 1,90 de estatura y su melena larga ni en el carácter del personaje que interpretó. El guión de la película que lleva su nombre se queda corto ante lo que en realidad es Hunter 'Patch' Adams. Y de que eso quedara claro él mismo se encargó desde que se subió al bus. "Es sólo una visión romántica de Hollywood", asegura. "Lo bueno de la película es que logró abrir muchas puertas", explicó Atomic, el hijo mayor de Patch, quien lo acompañó en el viaje, al igual que el menor Lars y su hermano al que llaman Wildman. Y es que su familia hace parte de su obra.

Lo primero que dejó ver cuando llegó a Colombia es que no es simplemente un hombre que hace reír, aunque todo el tiempo sonríe y le hace bromas a cualquiera, como cuando tomó los walkie-talkies de los agentes de seguridad del aeropuerto para simular una llamada: "Hello mom, I am in Colombia".

Pero se toma muy en serio su trabajo y sus palabras. "Soy ante todo un hombre político y me afecta la brecha que hay entre ricos y pobres, que en gran medida es responsabilidad de mi país. En Colombia 11 millones de niños se van a dormir con hambre y tres millones no van a estudiar. Nadie puede descansar mientras esto continúe así". Repite este mensaje en todas partes, en Kosovo o en Afganistán, donde se ha contactado con refugiados.

Aunque Patch se quite la nariz roja la seña del caucho que la sostiene le queda marcada en su piel como para recordar que él nunca deja de ser un clown. Y como si le hubieran dado cuerda para decir todo lo que pensaba empezó a hablar de otro de sus temas favoritos: criticar a George W. Bush. John, uno de sus compañeros, le acarició la cabeza como invitándolo a recordar la promesa de no hablar mal de su presidente en público.

Entonces se hace evidente que los términos "terapia de la risa" o el "médico de la risa" que han adoptado los medios para referirse a él son limitados. "Es injusto con nuestro trabajo. Llevo como médico libre 36 años de mi vida. No es sólo risa. Se trata de humanidad, de no tener pacientes sino amigos. Los estudiantes de medicina no tienen clases de compasión ni de amor y sí muchas de química. Una terapia no lograría solucionar el hambre, la violencia, la falta de educación. Lo importante es crear un contexto en el que el amor crezca". Para eso él cuenta con cinco armas: "Ser feliz, gracioso, amoroso, cooperativo y creativo". Tal vez por eso su fundación, que desde 1972 tiene esta filosofía de vida, fue bautizada Gesundheit!, que en alemán significa salud, bienestar, el saludo que se dice en Alemania cuando alguien estornuda.

El destino más esperado por él y por los medios era la Clínica del Niño. Las cámaras esperaban verlo hacer milagros con la tan mencionada terapia de la risa pero él no estaba interesado en ser parte de ese show. "Eso es para las estrellas. Sé qué es lo comercial pero para hacer mi trabajo necesito privacidad como cualquier médico durante una consulta". Se encargó de que ninguna cámara presenciara su experiencia con los niños. Su discurso se hizo más comprensible cuando entró a la sala de neonatos y tomó en sus brazos a Alejandro, un bebé abandonado al nacer. Patch le dijo al oído, seguro de que sus palabras llegaban al corazón del recién nacido: "Tú eres un ángel que vino a la Tierra. Eres una persona muy importante y vas a encontrar una familia que te quiera como a nadie. Vas a ser muy feliz". Luego tomó a cada bebé en sus brazos y mientras les daba tetero les susurraba una canción difícil de escuchar para quienes lo acompañaban. Entre tanto sus compañeros recorrieron otro pabellón. Michael, uno de ellos, entró en la habitación de una pequeña de 6 meses con hidrocefalia. Su sombrero de paja, sus grandes gafas y su español a media lengua le sacaron la primera sonrisa del día.

Patch salió de la sala de neonatos y fue a cuidados intensivos, donde el panorama es más dramático. Niños entubados que respiran con dificultad y con rostros agobiados por el dolor. Patch tiene que hacer un esfuerzo para no demostrar la tristeza y hacer felices a los niños, pequeños que se debaten entre la vida y la muerte y que aun así sonríen. Primero se acercó a Edwin León*, un niño de 5 años recientemente operado de un tumor. El pequeño lo miró con seriedad y volvió a concentrarse en su gameboy. Pero Patch se metió en el juego, convirtiéndose en un niño más. "Si te concentras en tu salud tanto como en ese aparato te vas a recuperar muy pronto. Los leones no se enferman". Muy cerca estaba Camila*, una bebé de un año con una bronconeumonía que le había provocado un daño cerebral. Patch se acurrucó a su lado y le dijo en voz baja, con mucha ternura y serenidad: "Quiero que encuentres mucho amor porque de él vas a sacar el oxígeno que necesitas".

El siguiente destino fue K'ipay, centro de educación para personas con retardo mental. Allí los estaban esperando hacía horas y fueron recompensados con los abrazos y besos que les repartieron a diestra y siniestra. Cuando estaban dispuestos a hacer su trabajo los niños los sorprendieron con un sanjuanero y la canción de un niño autista e invidente: "Yo te puedo ver con los ojos del corazón". Patch y su equipo respondieron con otra melodía. Se tomaron todos de las manos y en medio de abrazos, bombas y burbujas de jabón cantaron tal vez la misma que Patch les susurró a los recién nacidos: "Tú eres mi rayo de sol, mi único rayo de sol, tú me haces feliz cuando el cielo está gris".

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