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ESCANDALO

La caída del ídolo

Jack Welch, el ejecutivo más prestigioso del mundo, está envuelto en un escándalo por culpa de su pensión de retiro.

23 de septiembre de 2002

Cuando se retiró de General Electric el año pasado, después de ocupar el cargo de presidente por más de 20 años, Jack Welch era el ejecutivo más admirado en todo el mundo y visto entre académicos como el modelo perfecto de un presidente de compañía por su estilo de administración. Su reputación se estableció por haber convertido a General Electric de una modesta empresa que ganaba apenas 25 millones a prácticamente una máquina de hacer dinero, con 130.000 millones de dólares en ganancias al año. La acción de la compañía subió 2.876 por ciento durante su presidencia. Con un catálogo de productos que van desde bombillos caseros hasta turbinas de avión, bajo su mando General Electric se convirtió en un emporio global que hizo millonarias a muchas personas.

Hoy Welch está en el ojo del huracán y su imagen se ha desplomado a tal punto que se le asocia al de otros desafortunados hombres de negocios como Kenneth Lay, de Enron, y Bernard Ebbers, de WorldCom.

El escándalo se originó a raíz del proceso de divorcio de su esposa, Jane Welch, con quien estuvo casado durante más de 10 años. Un juez de Connecticut dio a conocer los privilegios del contrato de jubilación que Welch firmó en 1996 para su retiro de la compañía pues sobre estos documentos se basaría la separación de bienes entre la pareja. Aunque se sabía que Welch era un hombre que tenía millones de dólares los medios se sorprendieron con los exagerados beneficios que el ex funcionario recibía de la empresa. Además de una pensión de nueve millones de dólares anuales, una oficina con gastos de administración incluidos y un contrato como asesor de medio tiempo por 86.000 dólares al año, General Electric se comprometió a pagar por el resto de su vida y de manera incondicional una serie de gastos personales, como una póliza de vida, viajes en aviones privados de la empresa, un lujoso apartamento con vista al Central Park en Nueva York, avaluado en 15 millones de dólares, y acciones a clubes sociales. La compañía tendría que seguir cancelando además sus frecuentes comidas en los mejores restaurantes de Manhattan, equipos de computador, muebles, vinos, carros y, como si fuera poco, tiquetes para la ópera, una silla privilegiada para ver a los Knicks (el equipo de básquet de Nueva York), los costos de la televisión satelital de sus cuatro propiedades, las flores de su casa y hasta las cuentas de lavandería. Quienes veían en Welch como un modelo de mesura e incluso de austeridad quedaron sorprendidos al enterarse de estas prerrogativas.

Ante semejante exageración los beneficios de Welch generaron un escándalo ético en los más importantes medios de comunicación. La mayoría se preguntó por qué un alto ejecutivo, que posee una fortuna personal de 900 millones de dólares, debe pedir a su antigua empresa el pago de cuentas tan personales como el mercado y la suscripción a periódicos y revistas. Otros vieron en el contrato de Welch una clara demostración de la ambición sin límites de los altos ejecutivos modernos y algunos hicieron llover críticas sobre la manera como se ocultó este contrato a los inversionistas, quienes nunca imaginaron que tuvieran que pagar tan alto precio por sostener el tren de vida del ejecutivo.

Al parecer estos excesivos paquetes de retiro en la década de los 90 eran la norma, cuando la economía de Estados Unidos pasaba por su mejor momento. Otros empresarios como él han firmado acuerdos similares, en los que se estipula que pueden gozar de privilegios como aviones privados, oficinas, carros y apartamentos durante 20 años después de su jubilación. Pero con los recientes escándalos contables de Enron y Worldcom y con una economía mucho más desinflada que hace 10 años este tipo de temas se mira ahora con más detalle. Muchos accionistas han perdido todos sus ahorros de jubilación y los expertos piensan que hoy puede resultar ofensivo observar cómo los ejecutivos salen con toda una serie de bonificaciones mientras que los resultados financieros no son tan buenos. "Hay una sensación entre el público de por qué no pueden estos ex presidentes pagar las cuentas personales de su propio bolsillo", dijo a Reuters Claude Johnston, director de Pearl Meyer y Partners. Para el público resulta increíble que un magnate no pueda pagar tiquetes de su propio bolsillo y que sus gastos en flores, cenas de lujo y estampillas los subsidien ahorradores retirados y humildes trabajadores, que son los accionistas de General Electric.

Ante las críticas Welch, a quien se le conocía con el apodo de Neutron Jack por su habilidad para despedir empleados que no eran necesarios o poco comprometidos con su trabajo, se defendió argumentando que los beneficios fueron acordados en lugar de una suma generosa en dinero que la compañía le estaba ofreciendo como bono de jubilación. Un pésimo negocio, según él, pues al aceptar estos extras sacrificó millones de dólares. En una reciente entrevista en Wall Street Week dijo que no se arrepiente de sus privilegios pues todo lo que hoy tiene se lo ganó con el sudor de la frente. "Cumplí con mis obligaciones. General Electric tuvo un desempeño fantástico. Fue durante cinco años consecutivos la compañía más admirada del mundo".

No obstante, para evitar que la imagen de la compañía sufriera por cuenta de este escándalo y calmar la ola de críticas, Welch renunció al uso de los jets privados y a su apartamento en Nueva York. En el nuevo contrato de jubilación el ex presidente se compromete a pagar entre 2 y 2,5 millones de dólares al año por el uso de los aviones de la compañía y el apartamento en Nueva York y aseguró que no cobrará un dólar por la asesoría que General Electric le solicite.

El escándalo ha hecho despertar dudas y muchos, entre ellos los inversionistas, hoy se cuestionan si la compañía manipuló sus ganancias para mostrar siempre el mismo nivel de crecimiento y así cumplir con las metas estipuladas año tras año. También dudan si la estrategia de negocios de Welch fue efectiva pues la compañía ha sufrido con los temblores de la economía y hoy su acción ha caído un 32 por ciento. Otros opinan que estas críticas son injustas y que la historia se encargará de darle a Welch el puesto que merece como uno de los más grandes en el último cuarto del siglo XX.

Aún queda pendiente la separación de bienes de su divorcio. Jane la solicitó a comienzos del año cuando se conoció públicamente que su esposo sostenía un romance con Susy Wetlaufer, editora del Harvard Business Review. Como Jane tiene derecho a la mitad de sus bienes es probable que Welch tenga que desembolsillar una gran suma de dinero en ese proceso y, al final, sólo disfrute de una pequeña parte de su estrafalaria pensión.