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“Lo más importante es lo que pasa gracias al Festival”, asegura Julia, quien preside la Fundación Salvi, entidad que organiza el evento y apoya las iniciativas musicales del país

PERSONAJE

La dama de las arpas

El Festival Internacional de Música de Cartagena puso a La Heroica en el mapa de los melómanos del mundo. Julia Salvi fue la mujer que convirtió en realidad este sueño.

26 de diciembre de 2009

Cuando Julia Salvi empezó a buscar apoyo para crear un festival de música clásica en Cartagena, a muchos la idea les pareció descabellada. "¿Música de cámara en enero, y 10 días, cuando la ciudad está llena de turistas con ganas de sol y rumba?", se preguntaban desconcertados. Ella les explicaba que La Heroica tenía los escenarios perfectos, y que sólo en esa época del año los más grandes intérpretes tendrían un espacio en sus agendas. Le hablaron de hacer algo más pequeño, que se limitara a un fin de semana, no en temporada alta y con músicos más baratos. Pero esta caleña nunca ha aceptado un no por respuesta y trabaja con una máxima en mente: "Las cosas no hay que hacerlas bien hechas, sino perfectas".

Su fórmula dio resultado y convenció no sólo a los patrocinadores, sino también al público y a la crítica. "Para conseguir aportes llegábamos a vender la idea de que en la plaza de San Pedro, al aire libre, se iban a sentar unas 400 personas. Eso nos parecía la gran cosa. Y luego tuvimos noches con 5.000 asistentes", cuenta Sandra Meluk, directora ejecutiva de la Fundación Salvi Colombia. El Cartagena Festival Internacional de Música, que acoge alrededor de 21.000 asistentes entre colombianos y extranjeros, fue catalogado por la BBC y The New York Times como "uno de los sitios para ir". La revista británica especializada Classic FM, una de las más prestigiosas de Europa, lo escogió, pese a que es relativamente nuevo, como el primero en su selección de los 10 festivales de música más mágicos del planeta, y lo ubicó junto a otros de la talla del de Salzburgo, en un reportaje titulado 'Wish you were here' ('Quisiera que usted estuviera aquí').

En 2010 se llevará a cabo su cuarta edición, en la que participarán más de 80 artistas de varios países en 24 conciertos. La Magia de Mozart, el tema en esta oportunidad, se tomará las galas del Teatro Heredia y llegará a las aulas de clases de conservatorios como la escuela Bellas Artes con los mejores profesores para 400 estudiantes de música. Las composiciones del maestro austríaco también harán que se le baje el volumen a la champeta por un rato, en barrios tan marginados como Las Palmeras, donde de otra manera esa música nunca se escucharía. "Esto es un festival para la gente y mi idea es que todos estén involucrados para que perdure en el tiempo", asegura Julia, quien sin ser música de formación, llegó a serlo por amor.

Ella lleva un apellido que suena a melodías de cuerdas, el de su esposo, el norteamericano de origen italiano Víctor Salvi, reconocido intérprete, constructor e innovador del arpa. Fue él quien por su tradición familiar creó en los años 50 Salvi Harps, con sede en Piasco, Italia, una empresa de tanto renombre, que el arpa real del príncipe Carlos de Inglaterra fue fabricada allí. También adquirió otra compañía insignia en Estados Unidos, Lyon & Healy, con lo cual los Salvi poseen cerca del 90 por ciento del mercado mundial de ese instrumento. "En la película 'María Antonieta' la que la reina toca es de nuestra colección", comenta orgullosa.

A Julia todavía le causa gracia pensar que el arpa los unió. Ella tenía 23 años y había abandonado la carrera de economía en la Universidad Javeriana para estudiar en Londres, cuando unos amigos europeos se lo presentaron "pensando que aunque Víctor tenía 60 años, podíamos tener cosas afines, pues ellos habían oído que en Colombia se tocaba el arpa". Desde cuando empezaron su vida juntos, Julia supo que tenía que aprender a vivir la música 24 horas al día, y reconoce que, por la época, sus prioridades eran las de su esposo. Por eso lo acompañó en todas sus aventuras, en sus viajes por los rincones del planeta para modernizar el instrumento, en la creación de proyectos sociales para apoyar a los intérpretes, tarea de la fundación que ella preside. La última de todas en más de 30 años de matrimonio fue la creación del festival. "Él siempre ha sido un soñador y yo su polo a tierra. Quería comerse el mundo y sabía que tenía que aprovechar el tiempo que le quedaba haciendo algo en América Latina". En 2004 ambos asistieron a una boda en Cartagena y cuando Víctor pisó el Teatro Heredia, con su aire italiano, supo que había encontrado lo que buscaba. Como siempre, encargó a Julia de hacer realidad lo que estaba imaginando. "Le dije que yo ya no estaba para esos trotes, que iba a ser abuela", recuerda, y, sin embargo, se puso manos a la obra con el maestro Charles Wadsworth, reconocido por ser organizador del Festival de Spoleto y de la Sociedad de Música de Cámara del Lincoln Center, quien se convertiría en el primer director artístico del evento.

A ella le tocó realizar una labor maratónica que incluyó desde cambiar las luces y las sillas de plástico del escenario, hasta conseguir figuras de la importancia de Jean-Yves Thibaudet, un prodigio del piano. "Víctor disfrutó lo que habíamos creado. Pero durante el primer concierto sufrió un infarto silencioso y sólo supimos lo que tenía cuando las funciones terminaron. Ahora está muy enfermo", dice su esposa con nostalgia. "No se alcanza a imaginar hasta dónde ha llegado su sueño", agrega Sandra.

Desde entonces, Julia se ha obsesionado con lograr un impacto en la educación musical del país y hacer más accesibles espectáculos de calidad. Por eso los ensayos abiertos al público en chanclas y bermudas, y los conciertos en los que talentos colombianos se presentan junto a músicos de distintas partes del mundo para enriquecerse mutuamente. "Quiero ver este año cómo suenan los sabores nuestros al mezclar el grupo Puerto Candelaria con el cuarteto de Shanghai, y 'La Casa en el aire' de Escalona por la Orquesta City of London Sinfonía", dice.

Sin embargo, lo que de verdad hace que todo artista que participe quiera repetir es conocer la otra cara de la ciudad amurallada. Tener como escenario barrios como El Pozón, con sus diminutas casas de madera, latas y piso de tierra, con el calor inclemente, y ver la emoción de sus habitantes los marca para siempre. "He olvidado muchos de mis conciertos con grandes orquestas en las principales ciudades del mundo, pero jamás olvidaré esas pequeñas presentaciones", asegura el pianista Stephen Prutsman, nuevo director artístico del festival. Por su parte, el chelista chileno Andrés Díaz cuenta que nunca en su vida "había tenido que firmar tantos autógrafos. A pesar de que los niños no habían oído algo parecido, sintieron la música porque es un lenguaje universal". Quedan tan entusiasmados, que muchos se comprometen con los proyectos de la Fundación Salvi, que apoya iniciativas musicales del país. Es el caso del violinista Scott Yoo, nombrado padrino de la Red de Orquestas de Medellín que se encarga de formar a cerca de 5.000 estudiantes. "Él quedó conmovido por ver cómo niños que llegaban a los ensayos con los estómagos vacíos, ponían todo su empeño. Por conocer historias como la de un muchachito que era el único hombre de su familia, pues a todos los demás los habían matado en guerras de pandillas, y a él le habían respetado la vida porque estaba en la orquesta. Por eso les donó una extensa biblioteca de partituras y les va a entregar 'iPods' con la música", cuenta Sandra.

Todo esto sucede gracias al Festival de Cartagena y a Julia Salvi, que a punta de una "disciplina de sargento", como ella misma reconoce, logró lo que parecía imposible. "Es una fuerza de la naturaleza. Sobrehumana en su energía. No sé cuándo descansa, aunque ella dice que duerme bien en los aviones durante sus frecuentes viajes entre Estados Unidos, Europa y Colombia", afirma Prutsman. Y, como exclamó el crítico británico Adrian Mourby en su reseña del evento, "¿Qué más se le puede pedir?".