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Javier La Rotta

De flor en flor

¿Qué es y cómo funciona un apiario?

Conozca cómo funciona el apiario de El Pinar - empresa productora y comercializadora de alimentos elaborados por las abejas-.

Mónica Pardo T.
26 de agosto de 2013








La miel, el polen, el propóleo y la jalea real son solo algunas de las extraordinarias bondades que le debemos a las abejas. Sin embargo, su complejo y fascinante mundo ayuda, incluso, a la producción de frutas y verduras.

Diferentes tonalidades de verdes dibujan un paisaje montañoso. Un bosque nativo, donde sopla el aire puro y fresco, es el hogar de las 25 colmenas de uno de los apiarios de El Pinar, empresa productora y comercializadora de alimentos elaborados por las abejas, ubicado en la vereda La Cumbre del municipio de Cajicá, en Cundinamarca.

Llegar a esta región toma tan solo unos 50 minutos desde Bogotá. Afuera del colmenar, un letrero señala: “¡Alerta! abejas trabajando: la interrupción las irrita, lo pueden aguijonear. Manténgase alejado. Apiario ecológico”.

Con esta advertencia, antes de entrar y enfrentarse a miles de abejas criollas, resulta absolutamente necesario cubrirse de pies a cabeza con un traje especial: overol con careta, guantes y botas pantaneras.

Esta vestimenta la utiliza cada ocho o 10 días Juan José Ricardo, apicultor desde hace 20 años y encargado de este colmenar.

La visita al apiario, que está a 2.700 metros sobre el nivel del mar, es todo un ritual que comienza al prender los ahumadores, un elemento de acero inoxidable que tranquiliza a las abejas y le da el tiempo suficiente a Juan José y a su ayudante, Jhon, para revisar los panales y recoger el polen.

La colmena es una caja de 40 centímetros de ancho por 50 de fondo y 25 de alto, en la que viven alrededor de 80.000 y 100.000 abejas. Está dividida en nueve compartimentos por unos marcos de madera. En cada uno de ellos, las abejas obreras construyen el panal en cera formando miles de celdillas hexagonales donde depositan la miel y la jalea real.

En un acto de destreza y coordinación que lleva tan solo unos minutos, Juan José retira la tapa que cubre la colmena y al mismo tiempo tranquiliza a las abejas con el humo. Con la ayuda de una pinza palanca levanta los marcos y mira si tienen miel.

Cada panal es el reflejo del trabajo de estos pequeños insectos: las celdillas hexagonales milimétricamente elaboradas y la cadena de procesos que demuestran la perfección de la naturaleza, y que se traducen en miel, propóleo y jalea real.

Sin embargo, la historia comienza mucho antes de que lleguen a la colmena. Las abejas viajar de flor en flor alimentándose de polen, néctar y otras esencias que producen las plantas y las almacenan en su buche mielario, en sus patas y en unos pelos plumosos a los cuales se adhieren partículas de polen.

La obrera ingiere el néctar y lo convierte en miel que deposita en las celdillas del panal. Solo cuando este está completamente colmado de miel y las celdas que lo conforman están selladas con cera, se puede extraer la miel. Para hacerlo se utiliza una máquina centrífuga. Luego, se pasa por un tanque homogeneizador donde se pasteuriza al baño María y después se empaca en frascos de vidrio.
El principal beneficio de la miel es la energía que proporciona.

Por ejemplo, a la abeja le permite batir sus alas –que son dos veces más pequeñas que su cuerpo–tan rápidamente que la hace volar.

Los seres humanos, por su parte, la consumen como endulzante natural, para fortalecer el sistema inmunológico y como regenerador de tejidos. Este melado natural se ha convertido en el ingrediente principal de remedios caseros para el dolor de garganta, la tos y los resfriados.

Por su parte, el polen en las patas de las abejas de La Cumbre se alcanza a ver a lo lejos. A pesar de su diminuto tamaño, en medio de las rallas amarillas y negras que las caracterizan también se observan los coloridos granos.

Ya han pasado ocho días desde la última vez que Jhon y José lo recogieron. Así que proceden a abrir un compartimento en la parte inferior de la colmena, donde caen los granos una vez la abeja pasa la entrada.

Bolitas amarillas, naranjas y verdes –depende de la flor de donde provienen– se depositan en un balde después de pasar por un colador. Ya recolectados, los granos se congelan para matar los microorganismos que tengan y luego se hornean a 60 grados centígrados para que se sequen.

Según Juan José, en todos los apiarios de la meseta cundiboyacense se están sacando grandes cantidades de polen. Aproximadamente de tres a cuatro toneladas al mes.

El polen es una proteína vegetal que contiene todos los oligoelementos básicos para alimentar a un ser vivo. El producido en la sabana es bastante dulce, agradable y colorido, diferente al que puede darse en otras altitudes y que para muchos resulta amargo.
Generalmente, se puede consumir masticado en ayunas o disuelto en bebidas, como jugos.

Ayuda, entre otros cosas, a conformar los tejidos del sistema digestivo, a desinflamar la próstata y a proveer energía a las personas que tienen una alta actividad física.

Mientras recolecta todo el polen, como si se tratara de una clase práctica de biología, José muestra los otros productos que consumen las personas gracias al trabajo de las abejas. El propóleo, por ejemplo, es una resina gomosa que recogen las abejas de las ramas y troncos de los árboles.

Una vez lo lleva a la colmena cumple un proceso muy importante: sirve como antibiótico natural y se encarga de evitar que se proliferen microorganismos y bacterias dentro del panal. Así es como se esteriliza y adecúa el lugar donde la abeja reina va a poner sus huevos.

Otro de los productos más preciados es la jalea real; este se genera por segregación glandular en las abejas nodrizas, es decir, aquellas recién nacidas. Con esta sustancia ácida, blancuzca y ligeramente picante se alimentan exclusivamente las larvas que van a ser reinas.

Este almíbar les proporciona los nutrientes necesarios para que puedan multiplicar el panal y producir cerca de 1.500 huevos al día. Además de la miel, el polen, la jalea real y el propóleo, las abejas cumplen con un papel fundamental para que las plantas den frutos.

“Ellas se encargan de la polinización, es decir, de transportar el polen de flor en flor, lo que permite que se dé la fecundación y que haya más frutas y verduras”, explica Juan José Ricardo.

Su labor es tan importante que grandes agricultores contratan a los apicultores para que les presten el servicio de polinización en diferentes cultivos. “Nosotros llevamos las colmenas a cultivos de durazno, manzana, calabacín, fresa, café, mora, aguacate y mango”, cuenta Juan José.

El mundo alrededor de las abejas es tan sorprendente que el propio Albert Einstein dijo en algún momento: “Si la abeja desapareciera del planeta, al hombre solo le quedarían cuatro años de vida”

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