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1) 'Couple' (1924). Hans Christoph. 2) 'Hyakunin Isshu, Bijinga' (siglo XIX). Shungyosai Ryukoku. 3) 'Zandvoort Seaside Café' (1934). Max Beckmann. 4) 'Lady in a Theatre Box' (1922). Otto Dix. 5) 'Couple before Landscape' (1921). Conrad Felixmüller. 6) 'Profile of a Lady' (1881). Jean Louis Forain. 7) 'Child at a Table' (autor y fecha desconocidos). 8) Oriental Horseman (sin fecha). Eugène Delacroix.

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Una colección degenerada: la historia de Hildebrand Gurlitt

En 2012 fueron encontradas 1500 obras de arte en la casa de Cornelius Gurlitt, el hijo de un coleccionista alemán que comerció con arte robado a los judíos durante el régimen nazi. Dos museos europeos muestran la colección por primera vez. Arcadia visitó uno de ellos.

Cristina Esguerra* Bonn
23 de enero de 2018

Hildebrand Gurlitt le dejó a su hijo Cornelius una colección de arte que se destaca por la calidad y la cantidad de litografías, dibujos y acuarelas del expresionismo alemán. Tenía caricaturas de George Grosz que aluden a la sociedad moderna de comienzos de siglo; oscuros dibujos sobre la Primera Guerra de Otto Dix; carboncillos de Edvard Munch que expresan erotismo y melancolía, y litografías de Ernst Ludwig Kirchner con mujeres desnudas que tienen un aire del arte de algunas tribus africanas.

Ashes II (1899). Edvard Munch.

Las exposiciones del Bundeskunsthalle de Bonn (Alemania) y del Museo de Arte de Berna (Suiza) rompen ahora los mitos que surgieron en 2013 cuando Focus publicó la historia de cómo, 70 años después de la Segunda Guerra Mundial, las autoridades alemanas encontraron una caleta de casi 1500 obras de artistas como Picasso, Matisse, Monet y Durero que habían sido robadas por los nazis. La revista avaluaba la colección en unos 1300 millones de dólares. Sin embargo, teniendo en cuenta que buena parte de ella son obras en papel, la cifra podría ser exagerada. Tampoco es del todo cierto que las casi 1500 piezas encontradas hubieran sido robadas. Hoy se sabe que 380 obras hacen parte de las miles de obras que los nazis confiscaron legalmente de los museos alemanes, y de cerca de 300 no hay duda de que pertenecían a Hildebrand Gurlitt. Cinco ya fueron identificadas como arte robado a familias judías, y se sigue investigando la procedencia de unas 499.

“El primer paso en una investigación sobre la procedencia de un cuadro es mirar la parte de atrás para buscar etiquetas de pertenencia de museos, el nombre de algún coleccionista, la calcomanía que revela que hizo parte de una exposición o algún número de los que utilizaban los nazis para almacenar los cuadros”, dice Andrea Baresel-Brand, directora del proyecto Investigación de Procedencia Gurlitt. “En el caso de la colección de Gurlitt, contamos con fotografías de los cuadros y de la familia, los libros de negocios y su correspondencia privada. Pero desde el principio nos dimos cuenta de que no podíamos confiar del todo en los libros ni en las cartas. Por ejemplo, había cuadros que decía haber vendido que aún estaban dentro de su colección”, añade.

La muestra del museo alemán se centra en las obras que aún continúan en investigación. Por su lado, la curaduría se focaliza en los años en que Hildebrand Gurlitt vendió y compró obras de “arte degenerado” robadas a los judíos y confiscadas a los museos, y en aquel periodo en que trabajó para la Comisión Linz, viajando a los países ocupados en busca de arte para decorar las paredes del monumental museo que Hitler quería construir precisamente en la ciudad austriaca de Linz.

Entre las otras joyas exhibidas en Bonn, hay un Monet de la serie Puente de Waterloo (1903), un mármol de La mujer en cuclillas (1882) de Rodin, Mujer con velo (1926) de Otto Griebel, Caballero, la muerte y el diablo (1513) de Alberto Durero y Muelle de Clichy (1887) de Paul Signac.  

Waterloo Bridge (1903). Claude Monet.

El punto de partida es el año 1925, cuando Gurlitt era director del Museo Rey Alberto de Zwickau, una pequeña ciudad industrial cerca a la frontera checa. Gurlitt promovió las corrientes expresionistas de la época; compró obras e hizo exposiciones de artistas como Wassily Kandinsky, Emil Nolde y Edvard Munch. A pesar del éxito de varias de sus exposiciones, que buscaban sacar a los habitantes de Zwickau de su zona de confort, sus gustos vanguardistas le costaron el puesto. Lo mismo ocurrió en 1933, cuando era director de la Asociación de Arte de Hamburgo.

El ambiente político llevó a Gurlitt a reinventarse como galerista. En 1935, abrió el Kabinett Dr. H. Gurlitt en su casa. Por debajo de cuerda, Gurlitt se especializaba en obras impresionistas y expresionistas, y compraba cuadros a los judíos que comenzaban a vender a precios irrisorios para pagar los nuevos impuestos que les cobraban.

Posteriormente, en agosto de 1937, los nazis comenzaron a descolgar el “arte degenerado” de los museos alemanes. Durante sus años de carrera, Gurlitt había logrado hacer buenas conexiones dentro del mundo del arte. Conocía a los artistas de vanguardia y sabía quién tendría interés en comprar. Por ello, en 1938 se convirtió en uno de los marchantes con acceso a las más de 20.000 obras sacadas de alrededor de cien museos. Su trabajo consistía en venderlas en el exterior.

La curaduría de la segunda exposición, la del museo en Suiza, se centró en la depuración de los museos alemanes, y en el papel que jugó el país alpino en la venta de obras de “arte degenerado”. Exhibió dibujos y litografías de movimientos expresionistas como Die Brücke –al que pertenecieron Otto Dix, Otto Müller y Erich Heckel–, Der Blaue Reiter –creado por Wassily Kandinsky, Franz Marc y August Macke– y la Berliner Secession –impulsado por Edvard Munch, Max Liebermann y Lovis Corinth–.

Las obras evidencian cómo esos artistas rompían con las reglas de la pintura como ventana al mundo. Su interés principal era el universo interior del que ya había hablado Freud en su obra. Los artistas modificaban las formas y combinaban los colores para expresar un estado de ánimo o una idea, y sus trazos geométricos, que en ocasiones evocan las máscaras africanas, buscaban la simpleza para alcanzar un arte más puro.

Así, la fascinación de Gurlitt por el expresionismo alemán tenía en parte que ver con que artistas como Otto Dix, Max Beckmann y Otto Müller transmitían los horrores vividos durante la Primera Guerra. Así, Hildebrand Gurlitt se había alistado como voluntario y comprendía sus dibujos y sus litografías. Para los nazis, por el contrario, la estética vanguardista era enfermiza; era el producto de la corrupción del alma de unos artistas que se dejaron llevar por la vida moderna. Por ello lo llamaban “arte degenerado”.

Self-Portrait with Stylus (1919). Max Beckmann.

Gurlitt, sin embargo, aprovechó su posición de intermediario para sacar una tajada. En 1939, le ofreció al curador del Museo de Arte de Basilea, Georg Schmidt, El destino de los animales (1913) de Franz Marc. Schmidt ofreció 6000 francos suizos por el cuadro. Gurlitt dijo al Ministerio de Propaganda que la oferta era de 5000. Mintiendo aquí y allá, logró ganar una comisión de 1900 francos. Un año después, el marchante entregó al Museo de Arte de Hamburgo un paisaje de su abuelo, Louis Gurlitt, quien cumplía las reglas de la estética clásica promovida por los nazis. A cambio, pidió nueve cuadros confiscados como “arte degenerado”: siete de Erich Heckel, uno de Oskar Kokoschka y uno de Lovis Corinth. De este modo, la exposición de Berna cuenta cómo los nazis organizaron subastas de “arte degenerado” en Suiza y utilizaron al país como un puente para vender cuadros en el exterior. Los museos suizos adquirieron varios, a pesar de que ya se sabía que el dinero iba a financiar al gobierno alemán.

Desde 1941, Hildebrand Gurlitt trabajó como marchante de la Comisión Linz. El cargo le concedía una billetera ilimitada, permisos para exportar obras de arte a Alemania, y acceso a las colecciones robadas a los judíos y a los museos franceses y belgas. Gurlitt viajó a París por lo menos diez veces, y entre mayo de 1941 y octubre de 1944 envió desde allí por lo menos 300 óleos, dibujos, esculturas y tapetes, cuyo valor rondaba los 9,8 millones de marcos.

Entre las obras que consiguió en París, y que luego heredó su hijo Cornelius, estaba Mujer sentada (1919) de Henri Matisse. El cuadro había pertenecido a Paul Rosenberg, uno de los galeristas más reconocidos de la ciudad. Sus herederos lo habían dado por perdido hasta que apareció en la colección que le hacía compañía al solitario Cornelius Gurlitt.

Según la ley, él no tendría que haber devuelto la obra. Habían pasado más de 30 años desde que se cometió el robo y los herederos habían perdido su derecho a reclamarla. Sin embargo, el viejo de 82 años dejó por escrito que las piezas que se confirmaran como robadas debían ser devueltas.

Su padre actuó de manera muy distinta. Durante los interrogatorios, el marchante mintió a los aliados diciendo que los registros de negocios se habían quemado en el bombardeo de Dresde –ciudad a la que se había mudado tres años antes de ese ataque–, y que no tenía más cuadros que los que le habían confiscado. En realidad tenía guardados sus libros de negocios y había escondido buena parte de su colección.  

Hippodrome in St. Pauli (1923). Otto Griebel.

Por ejemplo, cuando le preguntaron por Dos jinetes en la playa (1901) de Max Liebermann, uno de los cuadros que la Gestapo había sacado de la casa del terrateniente David Friedman, dijo que era una herencia de su padre. El cuadro fue uno de los primeros de la colección Gurlitt en ser identificado como robado en 2013. También aseguró que era un director de museos y que durante la guerra había tenido que convertirse en marchante para sobrevivir; siempre había temido que lo condenaran a trabajos forzados, pues su abuela paterna era judía.

En 1948, concluyó la investigación formal contra Hildebrand Gurlitt y comenzaron los trámites para entregarle su colección. Poco después se posesionó como director de la Asociación de Arte de Düsseldorf. Durante los años que trabajó allí realizó 70 exposiciones que nuevamente se enfocaron en el arte que le fascinaba. Hildebrand Gurlitt murió en 1956 en un accidente automovilístico. La última sala de la exposición de Bonn se centra, de hecho, en la carrera de Gurlitt después de la guerra, y en los testimonios que rindió ante los aliados durante su proceso de “desnazificación”.

Cuatro años después de su muerte, el abogado de los herederos de Henri Hinrichsen, el dueño de la editorial de música C.F. Peters, le preguntó a la viuda, Helene Gurlitt, por una de las obras que Hildebrand Gurlitt había comprado en 1939. Luego, ella contestó que el dibujo de una pareja tocando piano de Carl Spitzweg se había quemado en el bombardeo. En 2013, los herederos se enteraron de que la obra siempre había colgado en el corredor de la casa de los Gurlitt.

“El caso Gurlitt nos dio más detalles sobre el papel que jugaban las instituciones y las personas involucradas en el robo de obras de arte durante la Segunda Guerra. Pero también ha llevado la conversación hacia el proceso de reparación, sobre cómo se ha llevado a cabo y qué falta por hacer”, dice Baresel-Brand.

Al final de la guerra, “Los Hombres de los Monumentos” –como se llamó el batallón enviado por Estados Unidos para proteger el patrimonio cultural europeo– recuperaron y guardaron en 1400 depósitos 50 millones de obras de arte, dice Catherine Hinckley en El tesoro de Múnich. Como no era posible buscar a cada familia para devolverle sus pertenencias, entregaron las piezas a los gobiernos de los países correspondientes. Miles de ellas se devolvieron, cientos se perdieron y aún quedan miles en manos de instituciones públicas a las que no pertenecían.

Las más difíciles de encontrar son las que quedaron en coleccionistas privados, como Gurlitt. Para encontrarlas hay que esperar a que eventualmente salgan a subasta o a que, como en este caso, por casualidad se requise a un viejo en un tren, se le encuentren 9000 euros escondidos, salga a la luz la relación de su padre con el régimen Nacionalsocialista y se decida abrir una nueva investigación.

*Filósofa y periodista. Actualmente trabaja para el Deutsche Welle.