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La risa y el puñal: una crítica al libro de Daniel Villabón

"Lo deforme como lo violentamente formado" es una especie de tesis que el escritor ibaguereño expone en su más reciente obra, un compendio de cuentos.

José Castellanos
26 de junio de 2018

En “La invitación”, el primer cuento de Nuestra criatura, el protagonista descarta que un amigo y su madre se hayan aliado para jugarle una broma, pues la idea le parece “remota y absurda”. Lo que aún no sabía era que la verdadera razón de lo que le estaba sucediendo terminaría por ser todavía más remota y absurda de lo que creía. Frente a situaciones inverosímiles, que van con facilidad de lo cursi a lo violento, los protagonistas del primer libro de cuentos de Villabón reaccionan con ingenuidad y terminan contra el pavimento, deformados y con la cara sangrante. Sin embargo, no desesperan, no entienden la brutalidad de lo que les sucede hasta que no acaba de suceder. Como los bebés que no lloran al nacer, están malditos.

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Nuestra criatura propone lo deforme como lo violentamente formado, el producto del trauma y de la acción bruta del otro. Muestra cuerpos materialmente deformes: neonatos horribles en una bolsa de desechos biológicos, lisiados; caras hinchadas y cortadas. Este es uno de los puntos más fuertes del libro: su pregunta por las fronteras del cuerpo humano con lo horrible y lo monstruoso. ¿Es monstruoso un feto porque en su ecografía no se distinguen sus formas? ¿Es horrible un hombre cuando se observa con atención y descubre sus cicatrices? Las preguntas que formula, profundamente trágicas, son respondidas con un humor negro que revela las contradicciones de las situaciones.

Y también el carácter se deforma: es producto y productor de la violencia. Hay otros personajes, los despreciables, esos que ponen a los ingenuos en situaciones límite: un padre obsesivo que parece animal de manada, una mujer que obliga a su pareja a arreglarse la dentadura, un campesino que viola a una muchacha como escarmiento. Se trata de personajes que, con sus acciones, deshumanizan al otro y lo hacen objeto con su violencia. Es a ellos a quienes se enfrentan los protagonistas de los cuentos y es en contraste con ellos que parecen poco humanos en su ingenuidad. Ese contrapunteo, logrado con pericia, presenta un abanico de personajes, fundamental para las exploraciones sobre lo humano en las que se interna el libro.

Sin embargo, el desarrollo de la deformación demuestra flaquezas. “Amor WC” construye una idea fenomenal que relaciona elementos aparentemente dispares: una mujer deja de ir al baño mientras está enamorada. Pero el postulado de una mujer perfecta (monstruosa) que, “además de ser hermosa e inteligente, no da cantaleta y no hace popó”, no está construido con las tensiones y las contradicciones de los otros relatos, y por lo mismo no logra hacer emerger más que una anécdota extraña. A su vez, “Feliz cumpleaños, Aldito” se pregunta quién es el monstruo en un mundo en el que un adolescente recibe como regalo la oportunidad de torturar y asesinar a un indigente lisiado. Sin embargo, se trata de una distopía que propone una relación fácil entre la supuesta economía creciente de ese país y la violencia hecha juego y espectáculo.

Con una estructura general meticulosa, Nuestra criatura sigue el curso de algunas vidas: empieza por una eyaculación y termina en la muerte de un abuelo. Así, Villabón rescata la tradición de los comediantes que nos hacen destornillar de la risa cuando vemos un monstruo en el espejo roto.

Coda: murmullos, frases incomprensibles y lenguaje arcano son elementos menores en algunos cuentos, pero un guiño al lector y al crítico. ¿Lee como paranoide quien ve en ellos un indicio de lo incomprensible, un puñal en la mano del payaso?