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César Vallejo fue un poeta y escritor peruano. Es considerado uno de los mayores innovadores de la poesía del siglo XX y el máximo exponente de las letras en su país. Foto: Wikimedia Commons.

POESÍA

Siete poemas de 'Los heraldos negros', de César Vallejo

Aunque su original está fechado en 1918, el primer poemario del escritor peruano (titulado como su poema homónimo) circuló solo a partir de julio de 1919. En su centenario, ARCADIA comparte esta breve selección de poemas de una de las obras fundamentales de la historia de la poesía latinoamericana.

César Vallejo
29 de noviembre de 2019


Los heraldos negros

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma de alguna fe adorable que el Destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

Medialuz

He soñado una fuga. Y he soñado tus encajes dispersos en la alcoba. A lo largo de un muelle, alguna madre; y sus quince años dando el seno a una hora. He soñado una fuga. Un "para siempre" suspirado en la escala de una proa; he soñado una madre; unas frescas matitas de verdura, y el ajuar constelado de una aurora. A lo largo de un muelle... ¡Y a lo largo de un cuello que se ahoga!

La araña

Es una araña enorme que ya no anda; una araña incolora, cuyo cuerpo, una cabeza y un abdomen, sangra. Hoy la he visto de cerca. Y con qué esfuerzo hacia todos los flancos sus pies innumerables alargaba. Y he pensado en sus ojos invisibles, los pilotos fatales de la araña. Es una araña que temblaba fija en un filo de piedra; el abdomen a un lado, y al otro la cabeza. Con tantos pies la pobre, y aún no puede resolverse. Y, al verla atónita en tal trance, hoy me ha dado qué pena esa viajera. Es una araña enorme, a quien impide el abdomen seguir a la cabeza. Y he pensado en sus ojos y en sus pies numerosos... ¡Y me ha dado qué pena esa viajera!

La copa negra

La noche es una copa de mal. Un silbo agudo del guardia la atraviesa, cual vibrante alfiler. Oye, tú, mujerzuela, ¿cómo, si ya te fuiste, la onda aún es negra y me hace aún arder?

La Tierra tiene bordes de féretro en la sombra. Oye, tú, mujerzuela, no vayas a volver.

Mi carne nada, nada en la copa de sombra que me hace aún doler; mi carne nada en ella, como en un pantanoso corazón de mujer.

Ascua astral… He sentido secos roces de arcilla sobre mi loto diáfano caer. ¡Ah, mujer! Por ti existe la carne hecha de instinto. ¡Ah mujer!

Por eso ¡oh, negro cáliz! aun cuando ya te fuiste, me ahogo con el polvo; ¡y piafan en mis carnes más ganas de beber!

El pan nuestro

Para Alejandro Gamboa

Se bebe el desayuno… Húmeda tierra de cementerio huele a sangre amada. Ciudad de invierno… La mordaz cruzada de una carreta que arrastrar parece una emoción de ayuno encadenada!

Se quisiera tocar todas las puertas, y preguntar por no sé quién; y luego ver a los pobres, y, llorando quedos, dar pedacitos de pan fresco a todos. Y saquear a los ricos sus viñedos con las dos manos santas que a un golpe de luz volaron desclavadas de la Cruz!

Pestaña matinal, no os levantéis! ¡El pan nuestro de cada día dánoslo, Señor…!

Todos mis huesos son ajenos; yo talvez los robé! Yo vine a darme lo que acaso estuvo asignado para otro; y pienso que, si no hubiera nacido, otro pobre tomara este café! Yo soy un mal ladrón… A dónde iré!

Y en esta hora fría, en que la tierra trasciende a polvo humano y es tan triste, quisiera yo tocar todas las puertas, y suplicar a no sé quién, perdón, y hacerle pedacitos de pan fresco aquí, en el horno de mi corazón…!

Los anillos fatigados

Hay ganas de volver, de amar, de no ausentarse, y hay ganas de morir, combatido por dos aguas encontradas que jamás han de istmarse.

Hay ganas: de un gran beso que amortaje a la Vida, que acaba en el áfrica de una agonía ardiente, suicida! Hay ganas de... no tener ganas. Señor; a ti yo te señalo. con el dedo deicida: hay ganas de no haber tenido corazón.

La primavera vuelve, vuelve y se irá. Y Dios, curvado en tiempo, se repite, y pasa: pasa: a cuestas con la espina dorsal del Universo.

Cuando, las sienes tocan su lúgubre tambor... cuando me duele el sueño grabado en un puñal, ¡hay ganas de quedarse plantado en este verso!

Amor

Amor, ya no vuelves a mis ojos muertos; y cuál mi idealista corazón te llora. Mis cálices todos aguardan abiertos tus hostias de otoño y vinos de aurora.

Amor, cruz divina, riega mis desiertos con tu sangre de astros que sueña y que llora. ¡Amor, ya no vuelves a mis ojos muertos que temen y ansían tu llanto de aurora!

Amor, no te quíero cuando estás distante rifado en afeites de alegre bacante, o en frágil y chata facción de mujer.

Amor, ven sin carne, de un icor que asombre; y que yo, a manera de Dios, sea el hombre que ama y engendra sin sensual placer!

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