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Yolanda Santo Domingo y Eduardo Matson, estudiantes del Externado, Estaban en el Palacio de Justicia durante la toma y luego fueron llevados a la Casa del Florero. Archivo Particular.

‘Mañana no te presentes’, de Marta Orrantia

Con la toma del Palacio perdimos todos

La segunda novela de la escritora y periodista Marta Orrantia, profesora de la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional, es una demostración de cómo la literatura es capaz de meter las narices en la historia oficial para llegar adonde nadie ha llegado.

Juan David Correa
3 de agosto de 2016

El 6 de noviembre de 1985, un comando del M-19 bajo las órdenes de Luis Otero y Andrés Almarales, se tomó por asalto el Palacio de Justicia, en la Plaza de Bolívar de Bogotá. Lo que sucedió en esas horas pavorosas está documentado con suficiencia en libros notables como los de Ana Carrigan, Ramón Jimeno, o Adriana Echeverry y Ana María Hansen. Si bien las investigaciones periodísticas han arrojado luces suficientes sobre el error que significó la toma por parte del grupo insurgente, y sobre la retoma en donde claramente se abusó de la fuerza estatal, pocas obras literarias se habían arriesgado a recabar, desde otros ángulos, en lo ocurrido en el Palacio en esas 27 horas en las que murieron 98 personas (al menos de manera oficial), entre ellas 11 magistrados y en la que muchas otras resultaron desaparecidas y fueron asesinadas después de salir vivas del Palacio.

Mañana no te presentes, la segunda novela de Marta Orrantia, es un trabajo literario muy cuidado, pensado y trabajado desde la estructura y el lenguaje mismo. Orrantia ha construido un relato basado en la voz de Yolanda, una guerrillera que es testigo y parte de la toma y que a partir de la búsqueda de una relación amorosa con Ramiro, otro guerrillero que se pierde ese día, une las piezas de esas 27 horas en las que el país asistió, en vivo y en directo, a una masacre que dejó una cicatriz en la memoria de todos los colombianos.

Usted ha dicho que los dos protagonistas son una creación, una ficción. ¿Cómo se le ocurrió meter dos testigos que documentaran desde dentro lo que había investigado?

Lo que intenté hacer fue meterme por las zonas grises de la toma. Esos interrogantes que quedan todavía. Ramiro nace, por ejemplo, de un guerrillero que desertó la noche anterior a la toma. Esto está poco documentado, pero hay informes que dicen que fue cierto. Yolanda hacía parte de la quinta columna, que sí existió pero que no fue claramente identificada.

Por supuesto, de esos 35 guerrilleros solo sobrevivió una, a quien yo llamo Mónica, y que en efecto se desmayó y despertó en una ambulancia (Ella murió en México, sola, víctima de un cáncer). Sin embargo, creo que Yolanda y Ramiro podrían haber sido cualquiera de esos hombres y mujeres que estuvieron ahí ese día y cuyos testimonios perdimos para siempre.

La toma del Palacio significó, como bien lo dice en la novela, una especie de antes y después para Colombia. ¿Por qué decidió volver a ese episodio que, de alguna manera, ya estaba narrado muchas veces?

En efecto se ha contado mucho, pero desde la crónica periodística y no desde la ficción. Hubo muchos libros escritos por periodistas y políticos, todos contando datos, hechos, justificando uno y otro lado. Creo, sin embargo, que la verdad no se sabrá nunca (si es que existe tal cosa como la verdad). La ficción, entonces, se vuelve una herramienta para llenar vacíos, así no sea real sino verosímil. Nos da libertad para crear nuestra propia versión de los hechos; nos proporciona herramientas para mirarnos desde otro ángulo, para exorcizar, si se puede decir así, esos fantasmas que nos torturan. Creo que la ficción es una forma de explicarnos a nosotros mismos, también en esos momentos en que la realidad no nos alcanza.

Es una novela económica en su lenguaje, muy bien escrita, que conmueve por la trampa en que se convirtió la Toma, ¿podría hablarme del trabajo con las voces que a veces parecen testimonios de primera mano?

Creo que parte de un trabajo conjunto entre la documentación y el conocimiento de los personajes. Hay quienes se han atrevido a contar escenas que ocurrieron en el baño, diálogos entre Almarales y los magistrados, por ejemplo. Pero ya cuando son mis personajes los que interactúan debo recrear lo que hubieran dicho o hecho, basándome en la relación que existía en realidad entre los miembros de la guerrilla (cómo era una mujer en el M-19, por ejemplo) y la personalidad que he creado para cada uno.

Foto: Carlos Julio Martínez

Usted recorrió un largo camino en el periodismo narrativo, pero desde hace unos años dejó el afán de los medios para concentrarse en escribir. ¿Qué fue lo más complejo de revisitar una historia real para convertirla en ficción?

El peor enemigo de un escritor es la realidad, porque la realidad no es verosímil y no tiene porqué serlo. El miedo que siempre tuve fue que se volviera una crónica periodística porque mi formación a veces me obliga a ser fiel a los hechos, pero creo que Yolanda y Ramiro me ayudaron a blindarme contra eso, aunque fue una constante preocupación. Incluso, muy temprano en la novela, inventé un radio que -hasta donde sé- nunca existió. Ese recurso me sirvió no sólo para escuchar la voz de Reyes Echandía al otro lado de la toma y saber qué planeaba el ejército, sino además para darme una libertad. Para decirme a mí misma que nadie me impedía meter un radio ahí, para asegurarme de que estaba siendo fiel a la ficción y no a la realidad.

Ahora, tantos años de periodismo me enseñaron la disciplina investigativa, esa base sobre la que construí la novela. Creo que es cuestión de saber dónde dejar de investigar y dónde empezar a crear.

Muchos, hasta Yolanda, su protagonista, se dieron cuenta casi al minuto de estar dentro del Palacio que habían caído en una trampa, para la novela cómo explicarías usted la hipótesis de lo que ocurrió ese día.

Sigo sin entender lo que ocurrió. Como le dije, la verdad tal vez se haya perdido para siempre. Tengo cosas claras, sin embargo. La toma del Palacio de Justicia fue una trampa. El ejército los estaba esperando. Eso es lo primero. Entraron a un búnker sin posibilidades de sobrevivir.

También creo que Pablo Escobar tuvo algo que ver, tal vez porque en esa época estaba todo tan permeado por su poder, que resulta difícil pensar que se movieran fichas sin su conocimiento o su injerencia. Creo que fue la tormenta perfecta y aquí todos fueron culpables. La guerrilla, el ejército, el gobierno. Aquí perdió el país.

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