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Hambruna en Sudán.

HAY FESTIVAL 2020

Un fragmento de 'El planeta inhóspito', de David Wallace-Wells

Año 2100: el calentamiento global podría provocar la inundación de cien ciudades.

David Wallace-Wells
20 de enero de 2020

Este no es un libro sobre la ciencia del calentamiento, sino sobre lo que este implica para el modo en que vivimos en este planeta. Pero ¿qué dice la ciencia? Se trata de una investigación complicada, porque se erige sobre dos capas de incertidumbre: qué harán los humanos, sobre todo en cuanto a la emisión de gases de efecto invernadero, y cómo responder al clima, tanto directamente en forma de calentamiento como a través de toda una variedad de procesos de realimentación más complejos, y en ocasiones contradictorios. Pero, aun empañada por ese nivel de incertidumbre, es una investigación muy clara; aterradoramente clara, de hecho. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés) ofrece los análisis de referencia sobre el estado del planeta y la trayectoria más probable del cambio climático (de referencia, en parte, porque son unos análisis conservadores, que incorporan solo los nuevos resultados que superan el listón de la indiscutibilidad). Se espera que publique un nuevo informe para 2022, pero el más reciente afirma que si actuamos sobre las emisiones pronto, poniendo en práctica de inmediato todos los compromisos que se asumieron en los acuerdos de París, pero que aún distan mucho de haberse implementado en ningún país, lo más probable es que alcancemos en torno a los 3,2 grados de calentamiento, unas tres veces más que todo el que ha experimentado el planeta desde los inicios de la industrialización, lo cual no solo introduciría el inimaginable colapso de las plataformas de hielo en el ámbito de lo posible, sino que lo traería al presente. Esto provocaría la inundación de Miami y Dhaka, pero también de Shangai, Hong Kong y otras cien ciudades del mundo. Se dice que el punto de inflexión para dicho colapso se sitúa en torno a los dos grados; según varios estudios recientes, incluso el rápido cese de las emisiones de CO2 podría llevarnos a un calentamiento de esa magnitud para finales de siglo.

Pero los estragos del cambio climático no acaban en 2100 solo por el mero hecho de que la mayoría de los modelos, por convención, no vayan más allá de esa fecha. Este es el motivo por el que algunos de los estudiosos del calentamiento global se refieren a los cien años que tenemos por delante como “el siglo infernal”. El cambio climático es rápido, mucho más rápido de lo que, al parecer, somos capaces de reconocer y admitir; pero también es largo, casi más largo de lo que podemos imaginar realmente.

Si leemos sobre el calentamiento, nos toparemos a menudo con analogías referentes al registro planetario, una lógica según la cual la última vez que el planeta estuvo a una temperatura tan alta, los niveles del mar llegaban hasta cierto punto. Estas condiciones no son una coincidencia. El mar tenía ese nivel en gran medida porque la temperatura del planeta era así de alta, y el registro geológico es el mejor modelo del que disponemos para entender el sistema climático en toda su complejidad y para calibrar la dimensión de los daños que provocaría un aumento de dos, cuatro o seis grados. Por este motivo, es especialmente preocupante que las investigaciones recientes sobre la historia profunda del planeta indiquen que nuestros modelos climáticos actuales podrían estar subestimando hasta en la mitad la magnitud del calentamiento que cabe esperar de aquí a 2100. Dicho de otro modo: las temperaturas podrían aumentar, en última instancia, hasta el doble de lo que el IPCC predice. Aunque alcanzásemos nuestros objetivos de emisiones de París, aún podríamos tener un calentamiento de cuatro grados, lo que implicaría un Sáhara verde, y que los bosques tropicales del planeta acabasen convertidos en una sabana asolada por incendios. Los autores de un artículo reciente sugirieron que el calentamiento podría ser más drástico aún: aunque redujésemos las emisiones, podríamos llegar a entre cuatro y cinco grados centígrados, un escenario que en su opinión conllevaría graves riesgos para la habitabilidad del planeta entero. “Tierra invernadero”, lo llamaban.

Como las cifras son tan pequeñas, solemos trivializar las diferencias entre ellas: uno, dos, cuatro, cinco. La experiencia y la memoria humanas no ofrecen una buena analogía sobre cómo deberíamos interpretar estos umbrales, pero, como sucede con las guerras mundiales o la reaparición de un cáncer, no queremos pasar por ninguno. Con dos grados, las plataformas de hielo empezarán a colapsar, cuatrocientos millones de personas más padecerán escasez de agua, grandes ciudades de la franja ecuatorial del planeta se volverán inhabitables, e incluso en las latitudes septentrionales las olas de calor matarán a miles de individuos cada verano. En India habrá treinta y dos veces más olas de calor extremo, y cada una de ellas durará cinco veces más, lo que afectará a noventa y tres veces más personas. Este es el escenario más optimista. Con tres grados, la Europa meridional sufriría una sequía permanente, mientras que en Centroamérica las sequías durarían en promedio diecinueve meses más, y veintiún meses más en el Caribe. En el norte de África, esa cifra sería de sesenta meses más: cinco años. La extensión de las zonas calcinadas cada año por los incendios forestales se doblaría en el Mediterráneo, y se multiplicaría al menos por seis en Estados Unidos. Con cuatro grados de calentamiento, solo en América Latina habría ocho millones más de casos anuales de dengue, y una crisis alimentaria global prácticamente cada año. Las muertes relacionadas con el calor aumentarían un 9 %. Los daños provocados por las inundaciones fluviales se multiplicarían por treinta en Bangladés, por veinte en India, y hasta por sesenta en Reino Unido. Ciertos lugares podrían verse golpeados simultáneamente por seis desastres naturales de origen climático, y los daños en todo el planeta podrían superar los seiscientos billones de dólares: más del doble de la riqueza existente en la actualidad en todo el mundo. Los conflictos y las guerras se doblarían.

Aunque lográsemos evitar que el planeta alcanzase los dos grados de calentamiento en 2100, tendríamos una atmósfera que contiene quinientas partes por millón de CO2, o quizá más. La última vez que se dio esta circunstancia, hace dieciséis millones de años, la temperatura del planeta no era tan solo dos grados más elevada, sino entre cinco y ocho grados, lo que hacía que el nivel del mar fuese cuarenta metros más alto, suficiente para que el litoral de la Costa Este estadounidense se desplazase al oeste hasta la autopista interestatal I-95. Algunos de estos procesos tardan miles de años en desarrollarse, pero también son irreversibles y, por tanto, en la práctica, permanentes. Cabría confiar en revertir el cambio climático, pero es imposible. Nos llevará a todos por delante.

Esto es en parte lo que convierte el cambio climático en lo que el teórico Timothy Morton denomina un “hiperobjeto”: un hecho conceptual tan enorme y complejo que, como internet, no se puede llegar a entender adecuadamente. Muchas de sus características –su dimensión, su alcance, su brutalidad– encajan por sí solas en esta definición; en conjunto, lo elevan a una categoría conceptual incluso superior e inabarcable. Pero es posible que la dimensión temporal sea la que más quebraderos de cabeza genera: sus peores consecuencias llegarán en un tiempo tan remoto que instintivamente minimizamos su realidad.

Pero, cuando lleguen, esas consecuencias a buen seguro nos dejarán en evidencia, a nosotros y a nuestra propia sensación de lo que es real. Los dramas ecológicos que hemos desatado por el uso que hemos hecho de la Tierra y por la quema de combustibles fósiles –lentamente durante un siglo más o menos, y muy rápidamente durante solo unas décadas– se desarrollarán a lo largo de milenios; de hecho, durante más tiempo del que los humanos hemos existido, y serán interpretados en parte por criaturas y en entornos que aún ni siquiera conocemos, y que irrumpirán en el escenario mundial impulsados por el calentamiento. De esta manera, mediante un conveniente truco cognitivo, hemos elegido pensar en el cambio climático tan solo bajo la forma que adoptará a lo largo de este siglo. Según Naciones Unidas, de acuerdo con la trayectoria que llevamos actualmente, en 2100 alcanzaremos los 4,5 grados de calentamiento; esto es, estaremos más lejos de la senda de París de lo que esta se encuentra del catastrófico umbral de los dos grados, que supera en más del doble.

*Este fragmento surge del capítulo “Cascadas”, del libro El planeta inhóspito. La vida después del calentamiento (Debate, 2019), la investigación más reciente del periodista estadounidense.

La especie amenazada

Foto: Beowulf Sheehan

A mediados de 2017, David Wallace-Wells (Nueva York, treinta y siete años), editor de New York Magazine, publicó el artículo más leído en la historia de la revista: un ensayo llamado “La tierra inhabitable” sobre el daño que el calentamiento global le causará al planeta. “Es probable que partes de la Tierra se vuelvan casi inhabitables”. Dos años después, basado en cientos de miles de datos recopilados, el ensayo cobró forma de libro: El planeta inhóspito. La vida después del calentamiento, un reportaje que vaticina lo que está por llegar: la muerte por calor extremo y falta de aire respirable, hambrunas, océanos agonizantes y colapsos económicos. The Economist escribió sobre el libro: “Es una obra maestra que, junto con un sinfín de soluciones, analiza por qué escogemos condenar la supervivencia de nuestra especie”.

EN EL HAY FESTIVAL: Wallace-Wells conversará el 31 de enero (12-1 p.m.), en el Teatro Adolfo Mejía de Cartagena con la periodista y feminista británica Rosie Boycott. Al día siguiente (10-11 a.m.), en el Hotel Sofitel, charlará con Boycott, el físico británico Philip Ball y el director del Hay Festival, Peter Florence.

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