El uso indiscriminado de la Ciénaga ha provocado la reducción dramática de su nivel de agua. | Foto: .

NACIÓN

La Ciénaga Grande una enferma crónica

La construcción de diques, terraplenes y el desvío de caños están convirtiendo a la Ciénaga en potreros, que unido a la salinización y contaminación de sus aguas, es una amenaza contra el patrimonio natural de los colombianos y la despensa de la costa Atlántica ¿Es posible detener este ecocidio?

30 de agosto de 2015

Tras buscar las causas de la espesa humareda que por varios días en la primera semana de diciembre cubrió a municipios como Ciénaga, Sitio Nuevo, Pueblo Viejo, Zona Bananera o Aracataca, funcionarios de Parques Naturales descubrieron que la fuente estaba en una hacienda, entre Salamina y Remolino, donde construían diques, terraplenes y puentes para secar humedales del Santuario de Flora y Fauna del Parque Natural Ciénaga Grande de Santa Marta para convertirlos en potreros. Lo que ocasionó la humareda fue la quema de centenares de hectáreas de humedales y mangles.

Lo triste de este proceso de destrucción, que se repite en otras zonas de la ciénaga, es que además de afectar o destruir ciénagas y caños, así como la vida de gran parte de este santuario ambiental, es que unos pocos están destruyendo un patrimonio de todos los colombianos para usarlos como propiedad privada, para la siembra de palma africana o sitio de pastoreo de vacas o búfalos. Lo que más indignación ha causado de todas las denuncias conocidas desde ese momento es el silencio casi cómplice de los habitantes y de la Corporación Autónoma Regional del Magdalena (Corpamag).

Durante los casi 500 años de vida que conocemos desde la conquista española, la Ciénaga Grande ha sido una despensa para una gran parte de la costa Atlántica: sus aguas han dado peces y mariscos y su tierra ha sido fuente de riqueza a través de la agricultura, la ganadería y la acuicultura. Tal era la abundancia que según Carlos Domínguez, un historiador cienaguero que escribió el libro El costeñol del pescador del Caribe Colombiano (inédito), los pescadores no tenían que alejarse mucho de sus orillas para regresar con sus canoas repletas de mojarras, lebranches, róbalos, chinos y lizas.

Era tan importante el complejo lagunar en la vida de sus habitantes que desde antes de la conquista española se convirtió en una de las principales vías de comunicación. Después, con base en los conocimientos de los pobladores indígenas, los conquistadores españoles penetraron el interior del país navegando por ella, pues entrar al río por Bocas de Cenizas era imposible por el oleaje y las corrientes.

Todo giraba alrededor de esta gran laguna costera, tanto así que escritores, viajeros e intelectuales dedicaron centenares de páginas a describir su fauna y flora, a retratar sus paisajes y a contar los mitos que había sobre ella.


Terraplenes y quemas en la Ciénaga Grande de Santa Marta. Cortesía: CEET

Gabriel García Márquez, en su autobiografía, Vivir para contarla, dedicó unas cuantas líneas para hablar de la ciénaga. Su recuerdo se remonta hacia 1950 cuando hizo un viaje entre Barranquilla y el municipio de Ciénaga con su madre Luisa Santiaga Márquez, para vender la casa de Aracataca: “Estábamos en la Ciénaga Grande, otro de los mitos de mi infancia, la había navegado varias veces cuando mi abuelo el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, me llevaba de Aracataca a Barranquilla para visitar a mis padres. ‘A la ciénaga no hay que tenerle miedo, pero sí respeto, me había dicho él’, hablando de los humores imprevisibles de sus aguas, que lo mismo se comportaban como un estanque que como un océano indómito... Desde las ventanas de proa, donde salí a respirar poco antes del amanecer, las luces de los botes de pesca flotaban como estrellas en el agua. Eran incontables y los pescadores invisibles conversaban como en una visita, pues las voces tenían una resonancia espectral en el ámbito de la ciénaga”.

Sin embargo, desde hace más menos cuatro décadas la idílica imagen de la ciénaga cambió. Ahora solo queda el recuerdo. Las ostras, el caracol, las almejas y los camarones desaparecieron y otras especies como el Mapalé, el chivo, el lebranche y el robalo son escasos. Los tamaños de los peces también son cada vez más pequeños por la sobreexplotación. Otras especies típicas como los caimanes, las babillas, el chigüiro, el ponche y las icoteas, ya no se consiguen, cuando antes eran parte de la dieta de los habitantes de una docena de municipios.

Entre las razones que da Vilardy para explicar este cambio se encuentra la creciente salinización de la ciénaga, que de acuerdo con un estudio de la agencia alemana de cooperación (GIZ) de los años noventa, GTZ, y Corpamag, llega hasta Aracataca.

Para mantener su equilibrio hídrico, esta laguna debe recibir el agua de los ríos que bajan de la Sierra. Sin embargo, desde la década de los noventa, finqueros, empresas agropecuarias y habitantes de la zona bananera comenzaron a utilizarlos de manera desproporcionada para sus actividades económicas lo que redujo dramáticamente el volumen de agua dulce. En los meses de verano los distritos de riego captan el 80 por ciento del caudal medio de los ríos. Solo el 40 por ciento del volumen captado regresa a los drenajes naturales cargados de agroquímicos.

Este aumento de la salinización y la disminución de las entradas hídricas causaron la interrupción de las migraciones de peces para los ciclos reproductivos, con lo que sumado al aumento de la presión pesquera y uso de métodos nocivos e ilícitos (dinamita o redes como el boliche), redujo el número de peces y otras especies. De las 126 especies que un día vivieron en esa eco región, no se sabe cuántas quedan.

Banano y contaminación Muchos sostienen que el deterioro de la ciénaga comenzó con la construcción de la carretera Barranquilla–Ciénaga en los años ochenta. Comunicar ambas ciudades costó la muerte de miles de hectáreas del bosque manglar, que después logró recuperarse gracias a la construcción de unos box culvert que restablecieron parte del flujo hidrológico entre la ciénaga y el mar. Sin embargo, ha sido más problemática la vía dique que se construyó entre Cerro de San Antonio y Sitionuevo en los años noventa, porque cortó los flujos naturales del río Magdalena con la ciénaga, causando su salinización.

El deterioro no solo comenzó en las últimas décadas sino que puede rastrearse desde finales del siglo XIX cuando comenzó el proceso de industrialización del banano con la United Fruit Company. Las plantaciones plataneras construyeron cerca de 200 pozos profundos, la mayoría de los cuales actualmente están sobreexplotados. Estos pozos se alimentan de aguas subterráneas que se encuentran contaminadas.

A la reducción de la pesca y la contaminación se ha sumado la deforestación del mangle que en otros años era empleado por empresas madereras que utilizaban tinturas naturales extraídas de su corteza, y que ahora es fuente de subsistencia de familias que habitan dentro de los distintos parques y que ante la escasez de la pesca y de trabajo, lo cortan, lo queman y la leña la venden en los mercados de Barranquilla y de los pueblos vecinos.

De mal en peor

En la actualidad, la Ciénaga Grande está en cuidados intensivos. Necesita agua dulce y no contaminada para poder seguir siendo la despensa de las poblaciones vecinas, la costa y el país. Pero para ello es necesario restablecer el flujo hídrico de los ríos que bajan de la Sierra Nevada y del río Magdalena. Lamentablemente Corpamag, la Corporación Ambiental que tiene jurisdicción sobre la Ciénaga, se ha dedicado solo a contratar dragados de caños y obras en beneficio de los distritos de riego, y lo hacen con base en estudios de más de 20 años. El pasado mes de diciembre contrató con la misma empresa de Barranquilla el dragado de 32 caños a un costo de 86.000 millones de pesos, pignorando durante 15 años el recaudo de la sobretasa ambiental de los peajes de Tasajera y Sitionuevo, que están sobre la Vía Parque Isla de Salamanca, lugar que no recibe ningún beneficio de dicha sobretasa.

Las recomendaciones de ambientalistas y expertos de reforestar las cuencas de los ríos de la Sierra Nevada en la parte alta para que los árboles contengan el agua y esta baje hacia las raíces y ponga fin a la erosión, no se han hecho. Y sobre los dragados no existe ninguna confianza de que se hagan de manera adecuada. Según lo documenta Vilardy los habitantes de la región se quejan de la desidia de los organismos ambientales: “Los pescadores hemos dicho a los técnicos cómo y dónde deben hacer las aberturas, dónde dragar y canalizar, en qué época y dónde, pero ellos vienen con unos conceptos y no escuchan”.

Salvar este ecosistema es urgente. Como lo señala Vilardy, los pobladores de esta zona la consideran “la gallina de los huevos de oro (...) la empresa más grande de Colombia”. Afirmación que no es exagerada pues la ciénaga es el sustento de al menos 15.000 familias. Pero el panorama no es tan bueno. Una de las preocupaciones de los ambientalistas es que la Vía de la Prosperidad termine de bloquear el volumen de agua que la ciénaga recibía históricamente del Magdalena, pero es algo que está por verse pues la concesión contratada apenas comenzó las obras. Si a lo anterior se le agregan los trabajos de cegamiento de caños mediante la construcción de diques y terraplenes o de secamiento de los humedales para hacer potreros, la ciénaga no recuperará su capacidad de almacenar agua en su delta estuarino y posiblemente la región estará expuesta a desastres naturales parecidos al que ocasionó la ruptura del boquete del canal del Dique en Santa Lucía en el año 2010.

Quienes conocen sus orillas, sus desembocaduras y sus caños, saben en qué meses del año es más salada que dulce; hay quienes por el aroma que transportan sus brisas saben si el viento viene del mar, de la Sierra Nevada o del río Magdalena; hay quienes la han visto furiosa en la desembocadura de los ríos Aracataca, Frío y Fundación, con oleajes parecidos a los que hay en mar abierto; quienes conocieron a los peces que la habitaron, a los moluscos que se extinguieron y a los mangles que murieron, saben que la Ciénaga Grande de Santa Marta tiene los malestares de un enfermo crónico.

Ante este sombrío panorama solo queda hacerse una pregunta: ¿Tendrán los colombianos de las actuales y próximas generaciones el privilegio que un día tuvieron Leo Matiz y Gabriel García Márquez de ver la belleza y riqueza de la Ciénaga?