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Por el momento lo único cierto es que el 29 de marzo el Reino Unido tendrá que abandonar la UE. La primera ministra podría pedir una prórroga esta semana. | Foto: AP - MARK DUFFY / AP - FRANK AUGSTEIN

REINO UNIDO

Caos en Westminster

Las votaciones en el Parlamento sobre el ‘brexit’ y la continuidad de la primera ministra solo dejaron claro que el divorcio con la Unión Europea será más turbulento de lo esperado.

19 de enero de 2019

La Cámara de los Comunes es un lugar curioso. Durante los debates, la imagen aplomada de los británicos da paso a vítores, gritos y todo tipo de demostraciones histriónicas que hacen que el sitio se asemeje más a un aula de escolares díscolos que a uno de los parlamentos más antiguos del mundo. La semana pasada el asunto fue mucho más lejos. En efecto, el debate sobre el plan de salida de la Unión Europea propuesto por la primera ministra, Theresa May, y el intento de moción de censura del día siguiente enviaron al mundo el mensaje de que en Westminster reina el desorden. Más allá de las pintorescas maneras de los miembros del parlamento, la palabra ‘caos’ define mejor que cualquiera el momento político que vive ese país, donde aún no se sabe cómo tendrá lugar el brexit, la separación de la Unión Europea (UE) que, como están las cosas, debería producirse el 29 de marzo.

El martes la iniciativa de May perdió por 432 votos contra 202 (del total de 650 parlamentarios 16 no votaron), y un día después la primera ministra de 62 años sobrevivió al voto de desconfianza promovido por la oposición para sacarla del cargo. Semejante incongruencia se explica por la profunda división que hay en los partidos por cuenta delbrexit. En el Legislativo chocan en este momento tres posiciones que parecen irreconciliables. Están los euroescépticos, la mayoría conservadores, que quieren cortar de tajo con Europa en el plazo establecido y sin ningún acuerdo de por medio. En otras palabras, defienden el llamado ‘brexit duro’.

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En el otro extremo están quienes se niegan a salir de la UE, principalmente laboristas, que presionan por un nuevo referendo sobre el tema con la esperanza de revertir las votaciones de junio de 2016, cuando elbrexit ganó por un estrecho margen de apenas 4 puntos. Incluso hay quienes pretenden que el gobierno, unilateralmente, desconozca los resultados del referendo y decida permanecer en la Unión –algo posible legalmente, pero muy poco factible desde el punto de vista político.

Theresa May

Por último, entre esas dos aguas se encuentra Theresa May, apoyada por un grupo minoritario de conservadores y laboristas que quieren cumplir la voluntad del pueblo pero abogan por una salida concertada con Bruselas para atenuar los efectos económicos devastadores de una salida sin negociación. Los partidarios de este ‘brexit blando’ creen que de otra manera sería “catastrófico” para las finanzas del reino.

Pero la poca popularidad de este camino intermedio quedó reflejada en la votación del martes. May, a pesar de encabezar la coalición conservadora de gobierno, recibió una paliza con la derrota más grande sufrida por un primer ministro desde el siglo XIX. De hecho, recibió 118 votos negativos de miembros de su propia bancada.

A los pocos minutos del fracaso del plan, el líder opositor laborista, Jeremy Corbyn, impulsó un voto de desconfianza con la esperanza de despojar a May de su cargo y de que los laboristas retomaran el control de la Cámara. Sin embargo, los mismos ‘tories’ que el día anterior abandonaron a May, al día siguiente volvieron a apoyarla, pues una cosa es no querer su plan y otra entregarle en bandeja el poder a su contraparte y exponerse, quizá, a un ‘no brexit’.

Futuro incierto

Este lunes la primera ministra tendrá que presentar en el parlamento un plan b que reemplace al anterior, pero hay pocas esperanzas de que esta vez sí tenga suerte. Primero, porque no ha ocurrido nada que permita vislumbrar un cambio de postura en ninguna de las partes. Y segundo porque se da por descontado que lo que no logró en estos dos años de negociaciones no lo alcanzará en tres días.

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Además, en el hipotético caso de que lograra un consenso político en su país (la nueva votación tendrá lugar el 29 de enero), tendría que salir con el nuevo proyecto debajo del brazo a tratar de convencer a una Unión Europea que no parece muy dispuesta a aceptar nuevas modificaciones. Voces como la del presidente francés Emmanuel Macron y la del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Junker, han expresado que este es “el mejor y único acuerdo posible”.

Los partidarios del llamado ‘brexit blando’ abogan por una salida concertada con la ue que atenúe los efectos devastadores para la economía que tendría un ‘brexit duro’

Entre los puntos más problemáticos de reconciliar está la cuestión de la frontera de Irlanda (ver recuadro), los regímenes aduaneros y comerciales, el estatus de los inmigrantes y la situación legal de miles de expatriados británicos y europeos que viven en la UE o en el Reino Unido.

La ley que determinó la salida del Reino Unido de la Unión Europea estipula que esta debe producirse el próximo 29 de marzo, lo cual deja muy poco margen de acción y al ‘brexit duro’ como la alternativa más probable.

Es cierto que May podría pedir una prórroga del plazo a la UE, pero con las votaciones del Parlamento Europeo a la vuelta de la esquina (26 de mayo) es poco probable que esta vaya más allá de julio. En efecto, nadie quiere ver posesionarse en Bruselas a eurodiputados británicos que estarán por poco tiempo y no tendrán nada que aportarle al debate europeo.

Stefan Enchelmaier, profesor de Ley Europea de la Universidad de Oxford, cree que el tiempo está del lado de los euroescépticos. “Ya no hay tiempo para llamar a elecciones generales, para un segundo referendo o un nuevo acuerdo. Incluso si el gobierno busca una extensión, vamos a llegar a esta misma encrucijada en uno, cuatro o doce meses”, dijo a SEMANA.


No solo el parlamento está dividido. A las afueras de Westminster se han dado cita tanto proeuropeos como euroescépticos.

En ese mismo sentido, Gustavo Gayger, profesor de Estudios Europeos de la Universidad de Lovaina, en Bélgica, señala que el bipartidismo británico impedirá que pueda complacer a todos una propuesta sobre la que hay tal diversidad de opiniones. “Eso significa que el sistema político se dirige inerte hacia el abismo del ‘brexit’ sin acuerdo”, asegura.

lecciones aprendidas

El brexit le ha traído varios dolorosos aprendizajes al multilateralismo. Uno de los más importantes es que un proceso de integración de esta magnitud debería implicar desde el principio la participación democrática con el voto directo de los ciudadanos, pues de lo contrario se convierte en un blanco fácil del populismo y la demagogia nacionalista. Movimientos similares a los que produjeron el brexit han aparecido a lo largo y ancho de Europa, en países como Italia y Alemania.

Sin embargo, también ha quedado claro con esta experiencia que salir de la Unión es una tarea extremadamente complicada, pues no solo se trata de la dificultad de alinear a las fuerzas políticas internas (Reino Unido claramente no lo ha logrado), sino también de revertir más de seis décadas en las que los países europeos crearon un complejo sistema de interdependencia económica y política.

“Al Reino Unido le toca desvincularse de una relación asimétrica de una Unión Eurpea que tiene una posición mucho más favorable para negociar”, dice Michelle Egan, experta en el mercado Europeo y profesora de la American University. Y complementa: “Además, abandonar el mercado común europeo es difícil debido a que implica dejar atrás un sistema altamente integrado de leyes y mercados”.

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Marcharse de la Unión Europea traerá todo tipo de problemas que afectarán la vida diaria de las personas del continente. Desde los más obvios en términos de aranceles, aduanas y movilidad, hasta temas como cooperación judicial, seguridad aérea, uso de datos compartidos, transacciones financieras o subsidios agrícolas, para poner algunos ejemplos.

Solo con los años se conocerá la profundidad de las consecuencias de la decisión de Reino Unido. Entonces se sabrá si los euroescépticos causaron su desgracia o un nuevo esplendor que pondría en jaque la propia idea de la integración. Lo cierto es que de ahora en adelante la segunda economía más grande de Europa recorrerá sola el camino, y no podrá echar a otros la culpa de sus padecimientos. 

Esperando lo peor



Los simulacros con camiones en Dover produjeron trancones kilométricos.

Tanto el Reino Unido como Europa se preparan desde ya para el escenario de un brexit sin acuerdo.

La semana pasada el primer ministro francés, Édouard Philippe, activó un plan de contingencia para enfrentar un posible ‘brexit duro’ el próximo 29 de marzo. Otros países como Holanda, Bélgica y Alemania también asigna recursos a crear la infraestructura destinada a poner controles aduaneros en sus puertos para supervisar la entrada de personas y mercancías venidas del Reino Unido. Los británicos no se han quedado atrás, y han adelantado simulacros en Dover, el principal puerto sobre el Canal de la Mancha, para establecer las demoras que implicaría para los camiones que entran y salen de la isla un control aduanero en la frontera. Por otro lado, el sector financiero europeo ya muestran su nerviosismo, pues espera que el brexit reduzca hasta en un 25 por ciento los mercados de capitales europeos. En Londres hay preocupación por una inminente inestabilidad financiera, ya que cerca de la mitad de los cambios de euro a moneda extranjera se realizan en el Reino Unido. El continente se prepara para dar un salto al vacío

El dilema irlandés


Antes de los Acuerdos de Viernes Santo, la frontera entre las dos irlandas estuvo militarizada por años. El conflicto produjo unos 3.500 muertos entre 1968 y 1998.

El brexit duro obligaría a restablecer la frontera entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda, lo que iría en contra del acuerdo que puso fin al sangriento conflicto de la primera.

El parlamento no se pone de acuerdo sobre el plan de retirada, entre otras razones, por el estatus de Irlanda del Norte. El brexit obligaría a restablecer una frontera internacional con la República de Irlanda, la parte más grande de la isla, que se independizó del Reino Unido en 1922 y hoy forma parte de la UE. Sin embargo, eso sería desconocer los Acuerdos de Viernes Santo, que en 1998 pusieron fin al sangriento conflicto político-religioso de Irlanda del Norte. Esos acuerdos estipularon que nunca más habría una ‘frontera dura’ entre las dos. El plan de Theresa May aprobado por la UE evita esa división por medio del llamado ‘backstop’, una medida para que Irlanda del Norte pueda permanecer dentro de la unión aduanera de la UE. Los conservadores unionistas rechazan este plan porque temen que por esa vía llegue la reunificación de la isla de Irlanda en una sola entidad politica independiente de Londres.

Una relación difícil

La historia entre Europa y el Reino Unido siempre ha sido de tire y afloje.

Por estos días la prensa ha recordado el célebre “no, no, no” que Margaret Thatcher pronunció en la Cámara de los Comunes en 1990 como respuesta a las intenciones de la Unión Europea de convertirse en una organización supranacional todopoderosa. Los analistas señalan que la ‘dama de hierro’ no se oponía como tal a la UE, sino que más bien buscaba el mayor beneficio para su país dentro de ella. Sin embargo, los roces con el Reino Unido vienen desde más atrás. Después de la Segunda Guerra Mundial Londres se preocupó más por su relación con Estados Unidos y la Commonwealth que por las de su vecindario. No es una sorpresa que en 1957 no haya sido miembro fundador de la Comunidad Económica Europea (antecesora de la UE), a la que solo se unió en 1973. Desde entonces se esforzó para conservar su independencia en ciertos aspectos, como mantener su propia moneda y abstraerse del área Shengen de libre tránsito.