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CERRANDO FILAS

Saddam Hussein busca la paz con Irán, mientras crece el apoyo árabe a Irak.

17 de septiembre de 1990

Cuando comenzó la agresión de Irak contra Kuwait, y los ojos del mundo se centraron en las posibilidades reales que tenía Saddam Hussein de conquistar también a la rica Arabia Saudita, la mayoría de los analistas coincidía en que el tiempo jugaba a favor del dictador iraquí. Existía entonces la seguridad de que si Hussein decidía continuar su marcha hacia el sur, muy poco podrían hacer las potencias occidentales, y sobre todo Estados Unidos, para proteger las mayores reservas de petróleo del mundo árabe.

Pero esa presunción se basaba en que Irak no sólo actuara en forma decidida, sino rápida. Los cálculos indicaban que una fuerza expedicionaria capaz de detener a Hussein sólo podría ser reunida y transportada a la zona en un término mínimo de dos semanas. Ello implicaba que si atacaba inmediatamente, la defensa de Arabia Saudita recaería exclusivamente sobre sus fuerzas armadas, que si bien están equipadas con lo último en tecnología bélica, resultan insignificantes al lado del poderio ofensivo de los iraquíes.
Pero pasaron los días, y el tan temido ataque de Irak no se presentaba. Mientras Saddam Hussein escalaba su retórica contra los países occidentales, encabezados por Estados Unidos, y contra los árabes que no se acogieran a su pretendido liderazgo, comenzó a concentrarse en Arabia Saudita y en las aguas circundantes, la movilización militar internacional más grande desde la Segunda Guerra Mundial.

En esas condiciones, la ventaja que tenía Hussein quedó reducida a su mínima expresión. A estas alturas todo indica que el dictador de Bagdad no esperaba que la reacción internacional resultara tan unánime, ni que se orquestara en su contra un bloqueo comercial y militar que podría estrangular en un par de meses la frágil economía de su país. Irak sólo produce dátiles, y su única exportación es el petróleo.

Por todas esas razones, la que parecia inminente ofensiva contra Arabia Saudita, quedó por el momento congelada en medio de las ardientes arenas del desierto. A cambio de lanzar misiles, Saddam Hussein asumió el papel de "héroe islámico" y lanzó una "propuesta de paz" que planteaba que su ejército se retiraría de Kuwait si la fuerzas norteamericanas estacionada en Arabia Saudita eran reemplazada por un contingente árabe multinacional (excluido Egipto) bajo la bandera de Naciones Unidas. La segunda parte de su propuesta exigía la resolución de todas las ocupaciones del Medio Oriente, incluida la de la franja de Gaza por parte de Israel y la de Libano por Siria. Todo ello, con la condición, por supuesto, de que cesara el bloqueo comercial decretado contra su país.

Esa propuesta estaba claramente dirigida a cortejar a la opinión pública árabe, que siente en la ocupación de la franja de Gaza, y en la existencia misma de Israel, la mayor humillación de su historia. Como declaraba un analista árabe, "Para los occidentales resulta extremo vincular las dos ocupaciones, la de Kuwait y la de Caza, pero para muchos árabes, se trata de las dos caras de una misma moneda" .

Sea como fuere, la propuesta fue rápidamente rechazada por Estados Unidos. George Bush, desde sus vacaciones de Kennebunkport, ordenó un comunicado según el cual "Las últimas condiciones y tretas son otro intento para distraer a la opinión del aislamiento de Irak y para establecer un nuevo statu quo".

Pero si la reacción de los países occidentales, Israel y algunos gobiernos de la región, fue de rechazo inmediato, las masas árabes percibieron el llamado de manera completamente distinta.
La jugada del iraqui se unió a la declaración de la Jihad, o "guerra santa" hecha la semana anterior, y logró el efecto de polarizar a su favor a amplios sectores de la población, sobre todo en los países más pobres, cuyos sentimientos hacia los ricos (Qatar, Bahrein, Arabia Saudita, Emiratos Arabes Unidos) contradicen la vieja idea de la unidad árabe. Muchos ciudadanos árabes comenzaron a organizarse en comités pro Irak, algunas veces en contra de sus propios gobiernos. Según informaciones recogidas por la prensa norteamericana, se cuentan por miles los voluntarios inscritos en las embajadas de Irak en Túnez, Yemen, Jordania y Argelia.

Ese sentimiento pro iraquí de algunos países árabes, se reflejó en la declaración aprobada en el parlarnento jordano, que llamaba a la unidad de los árabes contra "la nueva cruzada sionista y cristiana contra las tierras islámicas y árabes". Sobhi Taha, presidente de la asociación jordana de escritores, preguntaba en un editorial "¿dónde estaba este entusiasmo norteamericano cuando las tierras palestinas fueron confiscadas por Israel, o cuando Israel ocupó partes de Egipto, Siria y Jordania en 1967? "
Hasta Egipto, cuyo presidente Hosni Mubarak encabezó el movimiento de condena a Irak en la conferencia de El Cairo de la semana pasada, asumió un perfil bajo, que evidenció, para los observadores occidentales, la importancia de la cuestión religiosa entre los árabes. Sus voceros parecian más bien en busca de una excusa antes que una explicación desafiante para la actitud de su país. Uno de ellos dijo que "el hecho es que si dejáramos que un país árabe invadiera a otro, ¿cuál excusa les daríamos a los israelíes cuando les dijéramos que tienen que abandonar la franja de Gaza ? "
Todas esas reacciones, sin embargo, eran relativamente previsibles para la Casa Blanca, en vista de las divisiones subyacentes en el mundo árabe. Pero la última jugada de Saddam Hussein dejó boquiabierto a todo el mundo. Resolvió entregar de un plumazo los 2600 kilómetros cuadrados que conquistó tras ocho años de sangrienta guerra contra su archienemigo Irán.
Semejante decisión unilateral, que incluyó la propuesta de hacer un intercambio masivo de prisioneros, tuvo el efecto de liberar a Irak de la presión de su frente iraní, lo que le dejaría un número indeterminado de soldados con las manos libres para trasladarse a la zona del nuevo conflicto. Recibida con boneplácito en Teherán, la última jugada de Saddam Hussein recordó a muchos el famoso pacto secreto de Hitler con Stalin, en los días previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial.

A pesar de que pareciera la jugada de un lider desesperado, todo indica que Saddam aprovechó los indicios que ya estaban a su disposición. No obstante Irán ser su archienemigo durante tantos años, por su oposición secular al fundamentalismo chiíta, se supo que en Teherán también el llamado a la fibra árabe había tenido eco. No se espera que Irán entre inmediatamente en una alianza con sus peligrosos vecinos, pero la identidad de intereses entre los dos países hace prever que, poco a poco, los monjes de Teherán comiencen a derivar hacia algún tipo de cooperación, así sea por debajo de cuerda.

En efecto, parece claro que Irán tiene más en común con su poderoso enemigo, que con los países del golfo. Ambos países verían con satisfacción el incremento de los precios del crudo, y por lo tanto de sus utilidades. Ambos darían cualquier cosa porque las flotas de los países occidentales abandonaran el golfo Pérsico. Y ambos son conscientes de que al final, la obtención de esos objetivos podría significar el sacrificio de los países ricos del golfo.

Por eso, el gesto de Irak cayó como un baldado de agua fría en Washington, donde existe conciencia de que sólo la absoluta unidad del bloqueo podría llevar a Hussein al colapso. Un baldado de agua fría tan fuerte como el que dio el rey Hussein de Jordania, cuando dejó saber que su país no podría unirse al embargo. A pesar de todo, el soberano viajó a Washington, para transmitir un plan de paz elaborado conjuntamente con Saddam. Pero ese solo hecho fue recibido con desaliento en algunos medios, porque Bush tenia la firme esperanza de que un rey que se precia de haber sido amigo personal de todos los presidentes norteamericanos desde Eisenhower, se alinearía tarde o temprano con Estados Unidos.

En medio de la crisis internacional, no faltaron voces de crítica contra los gobiernos de Bush y de Ronald Reagan, quienes durante lO años se hicieron los de la vista gorda ante las atrocidades de Saddam Hussein, por cuanto veían en él al único capaz de detener al expansionismo fundamentalista y revolucionario de Irán. Esas críticas apuntaban a que el régimen iraquí se benefició durante años de precios subsidiados para los cereales norteamericanos, y a que Estados Unidos mantuvo un prudente silencio a pesar de que había pruebas de que los iraquíes estaban usando gas mostaza en su guerra contra Irán, y contra sus propios ciudadanos curdos, como tampoco protestó jamás con las "abismales" violaciones de los derechos humanos, ni cuando 45 helicópteros vendidos a ese país para fines civiles, fueron transferidos a propósitos militares.

Pero esas eran otras épocas, a pesar de los recientes. La agresión contra Irán no recibió más que complacencias veladas, mientras la de Kuwait, desencadenó una reacción inesperada. Porque el asunto del Medio Oriente parece demostrar que los hechos dependen del cristal con que se los mire.-