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AMÉRICA LATINA

Choque andino

Un espía sacó a flote, una vez más, la desconfianza histórica entre Perú y Chile.

21 de noviembre de 2009

Para ser una historia de espías, pocas cosas quedaron en secreto: se sabe quién es el capturado, un oficial aéreo de Perú; se sabe que le pasó a Chile la información del plan de compras de la Fuerza Aérea de su país hasta 2021, que recibió casi 180.000 dólares por filtrar datos durante más de cuatro años, e incluso su motivación: además de su esposa tenía dos amantes, y con su sueldo no le alcanzaba.

Lo que en cambio no se sabe es cómo la captura del oficial Víctor Ariza, el 30 de octubre en Lima, terminará afectando la ya difícil relación entre Perú y Chile. Cuando dos países mantienen rencillas históricas, es casi natural que se mire con lupa el vecino. De ahí al espionaje no hay sino un paso. Y los primeros indicios apuntan a un daño profundo. El presidente peruano, Alan García, se refirió al episodio como "repugnante" y calificó a Chile como "republiqueta", mientras el canciller José Antonio García Belaúnde desliza en sus mensajes de que si Chile no toma en serio el caso, las relaciones serán revaluadas, mientras políticos locales piden la ruptura.

Chile, por supuesto, ha dicho que es ajeno al caso. Cuando el escándalo estalló, tanto García como su colega chilena, Michelle Bachelet, estaban en Singapur en una Cumbre de la Apec, y ésta le dijo "no creerás que estoy detrás de esto", según una infidencia reproducida en los dos países.

La negativa de Chile aumentó la molestia. Como dijo a SEMANA una fuente de la cancillería peruana, "esperábamos que Chile al menos hubiera dado un mensaje de que iba a investigar" y no que "mantuviera esa actitud soberbia". Al final de la semana las pruebas que hizo llegar Lima a Santiago eran tan contundentes, que obligaron al gobierno de Bachelet a señalar que investigará.

Pero hay otro elemento preocupante. Pocas horas antes de que se filtrara la historia, Chile anunció que se alistaba a comprar 650 millones de dólares en armas a Estados Unidos. Esto, precisamente cuando el gobierno peruano adelanta una iniciativa en Suramérica a favor del desarme.

Armas y espías es un coctel muy peligroso, que se suma a la desconfianza que los peruanos tienen por Chile desde cuando ese país le quitó una porción de su territorio en la guerra del Pacífico, a fines del siglo XIX. De ese conflicto queda un diferendo limítrofe llevado en 2008 por Perú a La Haya, en busca de que se le reconozca un área de 67.000 kilómetros cuadrados en el Pacífico, rica en pesca, sobre la cual Chile ejerce soberanía. Se espera un veredicto en 2011 o en 2012, y muchos se preguntan si Chile acataría un fallo desfavorable.

"Es demasiado temprano para saber si el incidente puede cambiar la relación. Pero unido al tema de las compras militares chilenas, establece un nuevo récord en el sentimiento de muchos peruanos de no ser tomados en serio por el vecino del sur", dice el analista peruano Mirko Lauer.

La percepción chilena, en cambio, es que el antichilenismo produce buenos resultados en Perú, donde García tiene una popularidad del 30 por ciento. Para el politólogo chileno Cristian Leyton, "el régimen peruano sigue utilizando a Chile como una válvula de ajuste interna. Comprender esta actitud requiere entender que existe una campaña de desprestigio hacia Chile, al asociarlo a un comportamiento hostil y de naturaleza belicista" dentro del marco de la demanda de límites marítimos. Una idea que avala en Lima el sociólogo Pedro Zevallos: "Hay políticos en Perú que han montado sus campañas, y seguirán montándolas, con un discurso antichileno… y les va muy bien", dijo a SEMANA.

Para el presidente García el drama de este episodio es que él sí apostó desde el comienzo de su gobierno (2006) a una buena relación, al provilegiar las ventajas del comercio y la inversión bilateral, hasta el punto de que este año se firmó un TLC entre los dos países. Hasta ahora había logrado mantener a raya las presiones nacionalistas, pero con armas y espías a bordo maniobrar de acá en adelante será más complicado, sobre todo porque en marzo se va del poder Bachelet, con quien ha tenido una afinidad personal que había ayudado a la causa.