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En su discurso para la reinauguración oficial de la embajada de Estados Unidos en Cuba, John Kerry citó a José Martí y expresó el deseo de su gobierno de acabar con el embargo. Pero solo el Congreso de su país puede tomar esa decisión, advirtió. | Foto: A.F.P. / A.P.

DIPLOMACIA

Así cambiará el continente por el histórico encuentro en La Habana

La visita oficial del secretario de Estado, John Kerry, marca un momento hito de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba que transformará profundamente a la región.

15 de agosto de 2015

Senadores demócratas y republicanos, miembros del Estado Mayor Conjunto, representantes de la Oficina de Derechos Humanos y varios delegados de los Departamentos de Comercio, del Tesoro y del Estado. Nada menos que 19 personalidades del gobierno y de la política de Estados Unidos llegaron este viernes a participar en la ceremonia oficial de apertura de la embajada de ese país en La Habana, que estuvo cerrada durante más de 54 años tras la ruptura de las relaciones diplomáticas entre Washington y La Habana.

Y en el centro de todas las miradas estuvo el secretario de Estado, John Kerry, quien reconoció en un emotivo discurso frente al mar Caribe que, no obstante aún quede un largo camino por recorrer, los dos países han entrado en una etapa marcada por la cooperación y el diálogo. “Este es el momento de acercarnos”, dijo en un buen español. “El momento de enarbolar nuestras banderas y de hacerle saber al resto del mundo que nos deseamos lo mejor los unos a los otros”. Luego, invitó a los tres miembros de la embajada que arriaron en 1961 la célebre insignia de barras y estrellas a traspasársela a tres jóvenes marines, que la izaron nuevamente en el icónico edificio modernista situado a pocos metros del malecón.

Desde hace más de 70 años, cuando la Segunda Guerra Mundial no había terminado, ningún canciller estadounidense había pisado la isla caribeña, por lo que es difícil exagerar la importancia que ha tenido el paso de este exsenador y excandidato presidencial por el bastión del comunismo en el Caribe. De hecho, el restablecimiento de los vínculos entre los dos países es un hito histórico en las relaciones bilaterales, que ya no tiene marcha atrás. Sin embargo, las repercusiones de ese acercamiento van más allá de esos dos países, e involucran al resto del continente.

De hecho, el deshielo diplomático es una bocanada de aire fresco para una región que en algunos aspectos aún vivía al ritmo de la Guerra Fría. Como le dijo a SEMANA Michael Shifter, presidente del centro de estudio Diálogo Interamericano, “durante más de medio siglo, Cuba fue el tema que decidió la relación de Estados Unidos con América Latina”. En ese sentido, gestos como el de Kerry –que confirman las señales de mutua confianza que se profesaron Raúl Castro y Barack Obama en la pasada Cumbre de las Américas– fortalecen los esfuerzos de quienes buscan superar las divisiones ideológicas de la segunda mitad del siglo XX. Para el proceso de paz entre el gobierno y las Farc, el acercamiento entre Washington y La Habana significa que un eventual acuerdo ya no sucederá en un país enemigo de Estados Unidos, lo que significa que lo alcanzado en la Mesa de Negociaciones tendrá un impacto mucho mayor que el que habría podido tener hace un año.

A su vez, no es una coincidencia que en los últimos meses los gobiernos de Brasil, Bolivia y Venezuela hayan buscado normalizar sus relaciones con Estados Unidos. Cuando la presidenta Dilma Rousseff visitó a Obama a finales de junio, fue explícita al vincular el acercamiento de Brasilia y Washington, con el de esta y La Habana: “La apertura hacia no solo una nueva manera de relacionarse de Estados Unidos con Cuba, sino con toda América Latina”. Del mismo modo, el mandatario boliviano, Evo Morales, que hasta hace poco denunciaba en sus discursos al “imperio” estadounidense, habló el martes en una reunión en La Paz con el director de la Oficina de Negocios de Estados Unidos en ese país, Peter Brennan, de su deseo de “retomar las buenas relaciones” e incluso de “reponer las embajadas”, tras la expulsión de embajadores en 2008. Y en su decisión, citó explícitamente los recientes cambios en la diplomacia norteamericana. “Ahora Estados Unidos tiene buenas relaciones con Cuba y con Irán, y nosotros no podemos estar fuera de estas relaciones en un contexto internacional muy importante en lo político”, dijo.

Sin embargo, en las relaciones entre Washington y Caracas sigue primando la desconfianza, que alcanzó un punto de gran tensión en marzo, cuando Obama firmó un decreto en el que declaraba a Venezuela una “amenaza” para Estados Unidos. El martes, el presidente Nicolás Maduro denunció incluso un supuesto “plan buitre” contra su economía orquestado desde el Comando Sur de Estados Unidos. Sin embargo, también es cierto que, en paralelo, ambos gobiernos han iniciado en 2015 un proceso de acercamiento liderado por el consejero de Estado norteamericano, Thomas Shannon, que se reunió con el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, y ha abierto la posibilidad de normalizar las relaciones diplomáticas. “Aunque por ahora las conversaciones se han concentrado en la liberación de prisioneros y la transparencia en las elecciones parlamentarias de diciembre, es claro que el gobierno venezolano está abierto a una relación de menor confrontación con Washington”, le dijo a esta revista Cynthia Arnson, directora del programa latinoamericano del Wilson Center.

A su vez, la normalización de las relaciones cubano-estadounidenses va a tener un impacto sobre la constelación de organismos multilaterales que han florecido en las últimas décadas en América Latina. Por un lado, este puede significar el golpe de gracia para Petrocaribe y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), los bloques ‘antiimperialistas’ creados por Hugo Chávez y por Fidel Castro, y financiados por Venezuela cuando el barril de petróleo costaba casi el triple que en la actualidad. Ante el acercamiento de Washington y La Habana, estos se han quedado no solo sin combustible y sin líderes, sino también sin justificación ideológica.

Por el otro, el deshielo representa un desafío de marca mayor para foros como Unasur o la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), en los que Brasil se estaba estrenando como el poder hegemónico de la región. Como le dijo a SEMANA Christopher Sabatini, profesor de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Columbia, “el futuro de esos organismos va a depender del apetito y de la capacidad de Brasil de impulsarlos. Pero lo cierto es que, con una economía en recesión y un ambiente social crispado, ese país va a tener que enfocarse mucho más en su política interior. No diría que la Unasur o la Celac van a desaparecer. Pero sí van a entrar en una fase mucho más silenciosa”.

De hecho, la nueva etapa de las relaciones entre Washington y La Habana sucede en un muy mal año para la economía latinoamericana, y en uno bueno para la estadounidense. Lo que en plata blanca significa que, al fortalecimiento del soft power político de Washington en la región, se suma su capacidad inversora. Y ante la desaceleración china, la crisis de Europa y el pasmo nacionalista de Rusia, Estados Unidos tiene ante sí una de las mejores condiciones para recuperar la preeminencia continental que perdió durante los años de George W. Bush y durante buena parte de la administración Obama.

Hillary Clinton, quien tiene todo para alcanzar la nominación del Partido Demócrata a la Presidencia de su país en 2016, lo entendió a cabalidad. A principios de mes, la candidata tuvo la audacia de pedir en Miami el fin del embargo a Cuba. “Las próximas elecciones decidirán si trazamos un nuevo camino hacia adelante o regresamos a las prácticas anticuadas del pasado”, dijo. Teniendo en cuenta que hoy ni los cubanos-estadounidenses apoyan el embargo, su apuesta tiene buenas posibilidades de éxito.