Home

Mundo

Artículo

La popularidad de Pablo Iglesias crece cada día más. El hombre de moda en la política española ha matizado su discurso y ahora define su programa como uno de tendencia socialdemócrata. | Foto: A.F.P.

ESPAÑA

El efecto Pablo Iglesias

Demagogo o salvador del país, este es Pablo Iglesias, el hombre de moda en la política española.

29 de noviembre de 2014

Pablo Iglesias no es un político cualquiera. Su apariencia informal engaña. No es un hombre de gran carisma, no es de contar chistes o anécdotas memorables, no es simpático, ni le sonríe a todo el mundo. Pero ha sabido armar un discurso con el que se han identificado muchos españoles, hartos de los políticos tradicionales, la crisis económica y los escándalos de corrupción. Y eso le ha bastado para provocar un terremoto político en España en tan solo diez meses, a tal punto que si las elecciones fueran hoy tendría grandes opciones de ser presidente del gobierno.

Iglesias es de izquierda desde la cuna. Su abuelo fue perseguido por sus ideales socialistas. Sus abuelas sufrieron la derrota en la guerra civil. Su madre ha sido militante de partidos de izquierda. Es por eso que Iglesias alguna vez dijo que tiene tatuada la derrota en su ADN, pero que quiere voltear la torta. Siempre insiste en que puede ganar y que no se conforma con otra cosa.

El ascenso de Iglesias ha sido meteórico. Hace poco era profesor de ciencias políticas en la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y lideraba los programas televisivos La Tuerka y Fort Apache, donde comenzó a exponer sus ideas. Iglesias dio el gran salto a la política con el partido Podemos, fundado a inicios de este año, del que es líder indiscutible. En mayo, Podemos celebró sus cuatro meses de vida con una hazaña sin precedentes: obtuvo 1,2 millones de votos en las elecciones del Parlamento Europeo, ganó cinco curules y se consolidó como la cuarta fuerza política del país.

La idea de Iglesias con Podemos es cuestionar el bipartidismo del Partido Popular (PP) y Partido Socialista Obrero Español (PSOE) a los que se refiere constantemente como la “casta” a barrer. Y por ahora lo está logrando. Según una encuesta publicada por la firma Metroscopia, Podemos es el partido político con mayor favorabilidad en el país con 27,7 puntos superando al PSOE con 26,2 y al PP con 20,7. La firma Gets pone a Podemos en el segundo lugar y CIS en el tercero.

Para muchos analistas, el éxito de Iglesias se debe a su excelente manejo de los medios de comunicación. Según dijo a SEMANA Jaime Ferri Durà, compañero de Iglesias en la UCM, “es una persona con mucha capacidad para la comunicación política”. Siempre que aparece en televisión el rating sube y es el político español más popular en Twitter gracias a sus 690.000 seguidores.

Mientras tanto, otros expertos lo critican por no definir con claridad su ideología política y dicen que propone cosas utópicas. Muchos lo ubican en la extrema izquierda, aunque Podemos y el propio Iglesias dicen que la participación ciudadana es el tema central de su ideología. Iglesias ha sido cercano a las posturas políticas de Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Lula da Silva. Por eso, varios políticos creen que quiere exportar el socialismo del siglo XXI a España.

Sus propuestas generan polémica y dividen a la opinión pública. Entre otras cosas, quiere retirar a España de la Otan, establecer un salario mínimo básico, cuestionar el estatus de la monarquía a través de un referéndum, cobrar más impuestos a los estratos altos, establecer un tope salarial para los ricos, reestructurar la deuda, reducir la jornada laboral y la edad de jubilación o dialogar con ETA.

Cuando Iglesias tenía 22 años y era un miembro activo de las Juventudes Comunistas de España y de los movimientos antiglobalización, aseguraba que el gobierno no era para gente como él. Pero ahora el Palacio de La Moncloa, la sede del gobierno, es su principal objetivo. Iglesias no lo tendrá fácil para preparar su camino a las elecciones generales de 2015.  Tiene que terminar de organizar su partido Podemos y fortalecer sus propuestas para no quedar como un fenómeno político pasajero.