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EL HEROE

Koffi Annan no sólo evitó una nueva guerra en el Golfo Pérsico. También le devolvió a la ONU la credibilidad

30 de marzo de 1998

Cuando el secretario general de la Organización de Naciones Unidas, Koffi Annan, partió de París rumbo a Bagdad para tratar de negociar un acuerdo que evitara un ataque norteamericano contra Irak, pocos creyeron que la gestión pudiera ser un éxito. La opinión pública mundial se había acostumbrado a la inoperancia delos anteriores secretarios cuando se vieron enfrentados a situaciones límite. El recuerdo del fracaso de Javier Pérez de Cuéllar en evitar la guerra del Golfo Pérsico de 1991 era sólo comparable con la lamentable incapacidad de Boutros Boutros-Ghali ante la carnicería de Bosnia. Nada hacía pensar a primera vista que Annan, elegido en diciembre de 1996 casi por descarte ante el veto de Washington contra el egipcio Boutros-Ghali, fuera a cambiar esa tendencia descendente de la importancia de la ONU. Sin embargo, el diplomático ghanés dio la sorpresa cuando consiguió un acuerdo que no sólo previno la violencia sino que satisfizo los objetivos oficiales de todos los involucrados.
En efecto, para Estados Unidos y Gran Bretaña el acuerdo permite la continuación de las inspecciones de la ONU que garanticen que Irak ha renunciado definitivamente a producir armas de destrucción masiva. Y según Washington y Londres, el hecho de que Saddam Hussein haya cedido indica que sus amenazas militares dieron resultado. En el lado iraquí, Saddam Hussein también tiene motivos para celebrar, porque de nuevo el dictador iraquí jugó al gato y al ratón con sus formidables enemigos y, de paso, enfocó la atención de la opinión pública mundial sobre la supervivencia de las sanciones que pesan contra su país desde 1991. Y hasta los terceros países que abogaron por una solución pacífica quedaron contentos, sobre todo Francia y Rusia, que reclamaron la importancia de su intervención antimilitarista y consolidaron su papel moderador cuando de amenaza de guerra se trate.
En este aspecto, los comentaristas internacionales señalan que el desenlace de la crisis mostró una divergencia de criterios entre Estados Unidos y la mayoría de sus tradicionales aliados. Lo que pareció demostrar es que son pocos los países dispuestos a respaldar a la única superpotencia mundial en sus intentos por ejercer de policía mundial. Pero tal vez lo más importante es que Annan consiguió anotarse el éxito que necesitaba desde su elección para recuperar la credibilidad a una institución que, como la ONU, atraviesa desde hace años una fuerte crisis motivada por la elefantiasis burocrática, la crisis financiera y la pérdida de credibilidad. Annan, la persona en quien nadie creía, demostró ser el hombre que necesitaba la ONU para salir del marasmo, con su bajo perfil y su inusual capacidad de negociación, basada en una extraordinaria simpatía personal combinada con una voluntad de hierro.