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Bowe Bergdahl pasó cinco años en poder de los talibanes de Afganistán , que lo desplazaron constantemente para impedir su rescate.

AFGANISTÁN

El prisionero que puso a Obama en una encrucijada

El canje de un prisionero norteamericano por cinco talibanes presos en Guantánamo ha desatado una tormenta política al gobierno de Obama por las condiciones del intercambio y por la sospecha de que se trate un desertor.

7 de junio de 2014

“¡Libérenme, por favor!”, dice mirando a la cámara un muchacho con gorra militar, la voz quebrada y una barba de algunos meses. “¡Se los ruego, llévenme a casa!”, continúa mientras implora con las manos. A su alrededor, una serie de efectos digitales verdes refuerzan su desamparo y lo muestran como si hablara desde la boca de un túnel. 

Se trata de uno de los videos producidos por la red Haqqani, un grupo islamista aliado de los talibanes. Su protagonista forzado es Bowe Bergdahl, el militar estadounidense en poder de ese grupo desde hace casi cinco años al este de Afganistán, en una zona montañosa cercana  a la frontera con Pakistán. Era, hasta hace poco, el último militar estadounidense de las guerras de Irak y Afganistán que seguía en manos islamistas. Cuando fue liberado el pasado 31 de mayo a cambio de cinco prisioneros de Guantánamo, muchos pensaron que ese podría haber sido el rostro humano del fin del conflicto en el país centroasiático. Pero el debate que ha crecido sobre la operación proyectó dudas al respecto.

El presidente Obama anunció la noticia apelando a una de las fibras más sensibles del pueblo norteamericano: “Estados Unidos siempre ha tenido una regla sagrada, y es que no dejamos atrás a ningún hombre o mujer en uniforme”. A su lado se encontraban los padres de Bergdahl, Jani y Bob, visiblemente conmovidos por la noticia de que su hijo se encontraba recuperándose en el hospital militar estadounidense de Landstuhul, en Alemania.  

Sin embargo, más tardaron el presidente y los atribulados padres en alejarse de las cámaras que sus adversarios en poner el grito en el cielo para criticar el proceso. Algunos reproches se refieren a que Bergdahl padre aprendió el idioma pastún, se dejó la barba, publicó algunos trinos por la libertad de los presos de Guantánamo e incluso musitó algunas palabras en árabe al hablar junto con Obama en la Casa Blanca. 

Esa actitud se sumó al misterio que envuelve la desaparición de Bergdahl, ocurrida a finales de junio de 2009, para dejar un mal sabor en los opositores republicanos.  Según   sus compañeros de batallón el soldado se escabulló de un alejado puesto de avanzada militar en la frontera con Pakistán con material básico de supervivencia – según algunos testimonios con la intención de caminar hasta China o India –  pero sin su equipo de blindaje personal ni sus armas. El recientemente fallecido periodista Michael Hasting, en junio de 2012 le dedicó un completo reportaje publicado en la revista Rolling Stone en el que cuenta que Bergdahl les escribió a  sus padres sobre su desencanto con el Ejército y  los atropellos que cometían las tropas contra los civiles: “Está lleno de mentirosos, traicioneros y estúpidos arrogantes”.  Como afirma en un largo testimonio publicado en The Daily Beast Nathan Bradley Bethea, quien participó en las operaciones de búsqueda de Bergdahl, “él fue un desertor”, a lo cual agrega con amargura que “soldados de su propia unidad murieron tratando de rescatarlo”.

De hecho, tras la desaparición del entonces soldado de primera clase –hoy es sargento, pues durante su cautiverio fue ascendido en dos ocasiones– perecieron seis hombres cuando su batallón se lanzó en pleno a encontrarlo. La animadversión hacia Bergdahl dentro del Ejército fue tal, que ya en 2012 un soldado de su unidad exigió en Facebook su ejecución. Las declaraciones de la consejera de Seguridad Nacional de Obama, Susan Rice –quien dijo que Bergdahl había servido “con honor y distinción”– agravan aún más la situación. Pocas horas después de su liberación, un grupo de ciudadanos diligenció la petición ‘Castigar a Bowe Bergdahl’ en el sitio web de la Casa Blanca, la cual había reunido más de 18.000 firmas en la tarde del jueves de la semana pasada.

A su vez, desde las toldas republicanas se registró una feroz oposición a lo que presentaron como una doble violación de la legalidad, según denunció Mike Rogers, presidente del Comité de Inteligencia de la Cámara. Dicen, en primer lugar, que la Casa Blanca no consultó con el Congreso 30 días antes de excarcelar a los cinco talibanes, como establece la ley. En segundo, “se le envió un mensaje a cada grupo de Al Qaeda, y en particular a los que tienen secuestrados estadounidenses, según el cual esos rehenes son hoy valiosos en un sentido en que antes no lo eran”, le dijo Rogers a CNN el domingo.

Aunque las críticas tienen algún sustento legal, a la administración Obama no le ha costado encontrar ejemplos previos de ocasiones en que los presidentes han utilizado su discrecionalidad para hacer canjes en contextos parecidos. Tampoco ha sido difícil encontrar casos que rebaten el mantra según el cual Estados Unidos “no negocia con terroristas”.  Entre otras cosas, porque ni Estados Unidos ni la ONU han incluido en esa categoría a los talibanes afganos, que son considerados “combatientes enemigos”, lo cual conduce a dos argumentos a favor: Bergdahl no estaba secuestrado, ni en condición de rehén, sino como prisionero, un estatus según el cual el canje es un procedimiento habitual permitido tanto por los tratados internacionales como por la costumbre. Y por lo demás, como dijo Michael Tomasky en su columna de The Daily Beast del miércoles pasado, “recordemos que el tipo que  ni siquiera intercambiaría a un general nazi por su propio hijo (que murió en cautiverio) se llamaba Josef Stalin”.

Otra crítica se refiere a la peligrosidad de los liberados. Como le dijo a SEMANA Matt Waldman, especialista en la materia de la Universidad de Oxford, “la administración Obama va a ser muy criticada por las condiciones de legalidad en las que este se llevó a cabo y por el nivel de los talibanes implicados en el intercambio”. Este es un aspecto muy debatido,  pues entre ellos se encuentran un miembro fundador del movimiento, Khairullah Khairkhwa; un exjefe militar, Mazlum Fazl; el subdirector de inteligencia, Abdul Haq Wasiq; el excomandante del norte de Afganistán, Nurullah Nuri; y el exjefe de comunicaciones, Mohamad Nabi Omari. Según Wikileaks, se trata de algunos “de los más importantes exfuncionarios talibanes”. Pero otros, como Kate Clark, del Afghanistan Network Group, quien investigó las biografías de los personajes, afirman que se trata de miembros de segundo nivel, que fueron apresados en circunstancias poco claras.  
 
Entonces, ¿por qué la administración Obama arriesgó tanto en una operación que condujo a la liberación de un probable desertor? En gran medida, porque el intercambio hace parte de un plan más amplio, directamente relacionado con la salida del Ejército estadounidense del Medio Oriente y con un eventual proceso de paz con los talibanes. Según le dijo a SEMANA el profesor de la Universidad de Oxford y experto en la materia Ishtiaq Ahmad, “la liberación de Bergdahl a cambio de los líderes talibanes era un escollo mayor en los diálogos entre los talibanes afganos y los Estados Unidos, que comenzaron como parte de la diplomacia de puerta trasera en 2011 y que condujeron a la apertura una oficina de representación política en Doha”.

También, porque la inmadurez y la imprudencia de Bergdahl no hacen más que confirmar que se trata de un muchacho de 23 años que, en vez de encontrar una guerra heroica que habría de llevar la democracia a esos países, se encontró con lo peor de la humanidad y de su país. Según dijo Obama flanqueado por los padres de Bergdahl en su alocución desde los jardines de la Casa Blanca: “Sin importar las circunstancias, e independientemente de lo que estas resulten ser, si un soldado estadounidense ha sido hecho prisionero tenemos que traerlo de vuelta. Punto. Punto final. A eso no le ponemos condiciones”.