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EN ATOMOS VOLANDO

El estallido de 200 kilos de dinamita en un barrio cristiano de Beirut mata a 60 personas y pone de Presente que la paz es un sueño lejano en Líbano

24 de junio de 1985

Son las dos de la tarde en Beirut. El barrio Siw-el-fil no puede estar más tranquilo. Hay si una guerra en la ciudad pero este lugar no ha sido tocado en serio por ella. Generalmente habitado por civiles cristianos y lejos de cualquier cuartel militar, la línea de demarcación, que es donde se baten ferozmente las falanges cristianas contra las milicias musulmanas, está lejos. Los autos circulan despacio bajo un sol canicular de mediodia y por las angostas calles las gentes buscan afanosamente ese miércoles regresar a sus trabajos. De pronto, la descomunal explosión. Un auto cargado con 200 kilos de dinamita ha estallado. Las fachadas de las casas cercanas vuelan por los aires, mientras una espesa columna de humo comienza a cubrirlo todo. Los autos que hace unos segundos trataban de abrirse paso por la congestionada vía se incendian con personas atrapadas adentro. Hay cadáveres carbonizados en varias aceras. Un bus de transporte escolar que pasaba por el lugar al momento de la explosión es alcazado por las llamas. Todos los niños que llevaba mueren.
Cuatro horas después, los hombres de la Cruz Roja, tras difícil labor en los escombros, dan una primera cifra de las pérdidas: 60 muertos y 182 heridos.
¿Quién es el autor de la atrocidad? misterio total. Nadie llama a acreditarse semejante cosa ¿Cuál era el móvil? nadie sabe nada. Surgen sí versiones diversas. Unos dicen que el carro circulaba cuando la bomba estalló, que los explosivos, entonces, estaban destinados a otra parle. Pero pronto la Policía disipa ese rumor.
Asegura que el auto estaba desocupado y estacionado. Sólo queda el análisis de los hechos recientes y la acostumbrada pregunta de a quién puede beneficiar el sacrificio de esa cantidad de víctimas anónimas.
El 14 de septiembre de 1982, cuando Bechir Gemayel, presidente libanés recién elegido fue muerto junto con otras personas de su equipo mediante un carro-bomba, el móvil a menos fue eliminar a un alto dignata rio político. Otro tanto ocurrió el pasado 8 de marzo cuando otro descomunal bombazo cegó la vida a 80 personas y dejó a 260 heridas al tratar de asesinar a Mohammed Hussein Fadlallah, dirigente shiíta, quien milagrosamente salvó la vida. ¿Pero ahora?
Que el estallido del miércoles pasado haya ocurrido en un barrio cristiano obliga a recordar que en días pasados el nuevo líder de las milicias cristianas había aceptado retirar sus fuerzas de Jezzine el último bastiór que les quedaba al sur del Líbano a los cristianos, dando de esta manera una elocuente muestra de docilidad ante las exigencias de Siria, que se ha convertido ya en el poder militar dominante en el Líbano desde el retiro de Israel. Elie Hoeika, dirigente de las falanges cristianas libaneses, quien siempre había sido un aliado de Israel (a él atribuyen en Israel la dirección de la masacre de Sabra y Chatila en septiembre de 1982), cambiaba de este modo su obediencia política en aras --según el mismo dijo--de la "autodefensa de la comunidad cristiana en el Líbano". ¿El atentado contra el barrio Siw-el-fil era entonces la respuesta israelita a ese gesto? ¿una forma de castigar a un aliado ingrato?
Otros sugieren que, por el contrario, la voluntad política tras la matanza del miércoles hay que buscarla en el bando sirio, quien querría de ese modo dar un golpe final a la desacreditada dirección falangista y anunciar su liderato de hierro. Podría también ser otra cosa. Que el macabro episodio haya sido infundido por disensiones internas en el mismo campo cristiano golpeado en su conjunto no sólo por Siria sino por el mismo ejército libanés.
La última teoría, aunque no la más descartable, es la que apunta contra los shiilas, quienes tras el atentado contra Fadlallah acusaron a los servicios de inteligencia norteamericanos e israelíes y a las milicias cristianas de ser, todos ellos, los autores del mismo. Esta sería, pues, su venganza. La verdad, por ahora no la saben sina muy pocos. Mientras tanto el horror de los 60 muertos permanece sin nombre. -