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El ataque a la embajada iraní de Beirut, provocado por dos militantes suicidas afiliados a Al-Qaeda, fue muy poderoso. La explosión se sintió a más de un kilómetro de distancia y provocó destrucción a casi 100 metros a la redonda.

ORIENTE MEDIO

El islam contra el islam

Un doble atentado contra la embajada de Irán en Líbano dejó en evidencia que la guerra en Siria ha terminado de radicalizar el conflicto entre sunitas y chiítas.

23 de noviembre de 2013

El temor de los libaneses a que la guerra siria se extienda a su territorio volvió a hacerse realidad el pasado martes. Un doble atentado contra la embajada de Irán en Beirut, considerada como uno de los lugares mejor protegidos de la capital del Líbano, fue la confirmación de que las amenazas hechas por los extremistas islámicos que pelean contra el régimen de Bashar al Assad no eran palabras al viento. El resultado: 25 muertos, entre ellos el secretario cultural de la embajada, y 150 heridos. 

Los grupos radicales sunitas, muchos de ellos relacionados con Al Qaeda, llevaban varios meses amenazando con ataques de gran escala si Irán y su aliado Hezbolá, la organización político-militar chiita libanesa, no se retiran de Siria, donde son el gran apoyo militar del régimen de Bashar al Assad, perteneciente a la secta de los alauitas, una rama del chiismo. 

“Las fuerzas militares sirias se han debilitado en estos años porque muchos han desertado o muerto. Si Irán y Hezbolá no estuvieran presentes, el régimen se habría ido hace tiempo”, confirmó a SEMANA un coronel de origen kurdo que desertó hace ocho meses y que habló con el compromiso de no dar su nombre. “Los rusos solo están en la estrategia, dicen dónde atacar, pero los otros hacen parte de la batalla”, añadió este hombre que confirmaba la frustración de los rebeldes, la mayoría sunitas.

Por eso la oposición islamista tanto de Siria como en los países vecinos ha declarado la guerra a Irán y a Hezbolá. Especialmente en Líbano la división entre sunitas y chiitas, que son dos terceras partes de la población, se ha agudizado por la guerra en Siria, con una complicación: la presencia de Al Qaeda, la máxima organización terrorista sunita, una de cuyas filiales se atribuyó el atentado: las brigadas de Abdullah Azzam. 

No es la primera acción: en meses recientes dos carros bomba explotaron en Dahiye, los suburbios al sur de Beirut donde tiene su enclave Hezbolá. Después de este atentado, que dejó 30 muertos y cientos de heridos, en Trípoli, la segunda ciudad de Líbano, en una clara respuesta fueron atacadas dos grandes mezquitas sunitas, una de ellas visitada por decenas de salafistas locales que apoyan a los rebeldes sirios. 

“Es como si el enemigo de Hezbolá hubiera dejado de ser Israel y ahora lo fueran los sunitas”, aseguró a SEMANA Ali Alamin, reconocido analista libanés. Muchos temen que este pequeño país de 4 millones de habitantes, que acoge a más de 1 millón de refugiados sirios, se pueda convertir en otro Iraq donde la guerra sectaria entre chiitas y sunitas ha desangrado al país después de la invasión estadounidense de 2003. 

Hezbolá, por su parte, argumenta que defiende a sus hermanos chiitas y a los cristianos atacados en Siria por los rebeldes sunitas. Uno de los representantes políticos de Hezbolá señaló a SEMANA que Arabia Saudita, los emiratos del Golfo y sus aliados occidentales son los responsables de poner en marcha esta estrategia de romper a Siria para destruir a Hezbolá y acabar con la influencia iraní en la región. Pero otros, como Vali Nasr, autor del libro Renacer chiita, acusan al presidente sirio de avivar la lucha sectaria para diferenciar lo que pasaba en su país de las otras llamadas revoluciones árabes. 

“Desde el comienzo de la revolución nos acusaron de estar presentes en Siria, pero nosotros nunca pensamos en involucrarnos. Al final lo hicimos porque la gente lo pidió para proteger, entre otros, sus lugares sagrados”, aseguro el representante de Hezbolá. Señaló que con el paso de los meses los grupos rebeldes, muchos de ellos relacionados con Al Qaeda, empezaron a atacar, ya no a las tropas del gobierno, sino a todos aquellos que no eran sunitas. 

Estos ataques eran una continuación de lo que ya viene pasando en otros países como Egipto, Afganistán o Pakistán, donde los extremistas sunitas tienen a los chiitas y otras minorías religiosas como objetivo de guerra. En aparente reacción, la presencia de Hezbolá y de las fuerzas iraníes se ha hecho más significativa en Siria. 

“La religión ha sido utilizada por ambos bandos para hacer el conflicto sirio más profundo. Pero la realidad es que esta es una batalla estratégica internacional por el poder en la región. Es acerca de economía, gas y petróleo”, aseguró a SEMANA el analista libanés Kassen Sassir, que coincide con otros analistas en que la batalla que se libra en Siria es entre Arabia Saudita e Irán. Y esta se hace evidente a través de la guerra de sunitas contra chiitas, las corrientes del islam que cada uno de estos países representa.

Arabia Saudita, al fin y al cabo, ha terminado por convertirse en el gran apoyo económico de un gran número de grupos extremistas islámicos y se le acusa de promover el envío de cientos de extranjeros que se han unido a la lucha en Siria. Irán, por su parte, el país con más chiitas en el mundo, es el gran aliado de Al Assad. Esta alianza, según menciona constantemente el gobierno iraní, no es religiosa. Tiene sus orígenes en tiempos de la guerra contra Irak –entre 1980 y 1988– en la que Siria fue el único país árabe que siempre estuvo del lado de esa republica islámica. Y también en su apoyo a la resistencia contra Israel. 

Según coinciden los analistas, la confrontación entre los sunitas sauditas y los chiitas iraníes podría terminar por redibujar el mapa de Oriente Medio, si no se encuentra una salida política a la guerra siria. El jueves pasado un grupo chiita iraquí confirmó que había lanzado varios morteros a territorio saudí como represalia. Y grupos sunitas han atacado a integrantes de los guardias revolucionarios iraníes en la región fronteriza con Pakistán. Irán acusa a los sauditas de financiar estos grupos.

La división entre sunitas y chiitas en la región no es nueva, pero nunca antes el enfrentamiento había alcanzado este nivel sin precedentes, que amenaza la estabilidad de una de las regiones más conflictivas del mundo.