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El candidato socialista a los comicios presidenciales en Francia, François Hollande, conversa con los empleados de la factoria de Still, inmersos en un plan de restructuración, durante un acto electoral en Montataire, Francia. | Foto: EFE/Yoan Valat

PERFIL

Hollande, el hombre que acaricia la presidencia de Francia

En vísperas de la primera vuelta, el prudente candidato socialista, acusado de blando, incluso por sus propios partidarios y compañeros de partido, le gana en las encuestas a Nicolas Sarkozy. Perfil de Semana.com

Felipe Restrepo Acosta, especial para Semana.com
20 de abril de 2012

François Hollande, el candidato del Partido Socialista a la Presidencia de Francia, se describe como "normal". No lo desmienten unos párpados algo caídos, ni unas cejas poco marcadas, ni mucho menos una sonrisa siempre tímida. Su rostro es de hecho corriente, de los no que no sobresalen entre la multitud.
 
Sin embargo, son grandes sus posibilidades de llegar este año al cargo de mayor poder de su país. En vísperas de la primera vuelta que se realiza este domingo, siete encuestas lo dan como ganador.
 
A pesar de los vientos de crisis que golpean a su puerta, Francia sigue siendo la segunda economía de la región, uno de los ejes de la Unión Europea, uno de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y, por supuesto, uno de los países con armas nucleares. No es un país normal: sus elecciones son asuntos internacionales.
 
Por fuera del país galo, a Hollande se le recuerda como "el exmarido de Ségolène Royale", a su vez excandidata en las elecciones que hace cinco años perdió ante Nicolas Sarkozy. La pareja socialista se conoció en la Escuela Nacional de Administración, una institución educativa excepcional, sobre todo por su exclusividad, destinada a preparar a los mayores funcionarios de la administración francesa. En años muy recientes, fueron por ejemplo énarques el expresidente Chirac y dos de sus primeros ministros (Jospin y De Villepin).

Aunque separarse suele ser el destino de muchas parejas, el divorcio de Hollande y Royale es recordado por los cerca de 44 millones de votantes franceses que, a pesar del parte de normalidad de los implicados, los vieron alejarse durante la campaña del 2007. En mayo de ese año, justo después de consumada la segunda vuelta, un libro reveló que él tenía otra compañera, lo que confirmó el secreto a voces de que su unión con Ségolène era cosa del pasado. Por cierto, tuvieron cuatro hijos y nunca se casaron, pues la pareja consideraba la institución matrimonial "terriblemente burguesa".

Sus familias lo eran, y la de él además conservadora en extremo. Con un elemento temible: el padre, el doctor Georges Gustave Hollande, un personaje autoritario y receloso, que aplicaba una disciplina militar que el resto de la casa no terminaba de comprender. Era también un simpatizante de la extrema derecha, favorable a la ocupación de Argelia, cercano al grupo terrorista Organización del Ejército Secreto (OAS) y miembro en dos ocasiones de una lista de ultras. Para fortuna de todos, el señor pasaba poco tiempo en el hogar, que era liderada por la madre, doña Nicole Tribert, una asistente social de ideas socialistas.

Aunque fue ella quien marcó la identidad político-intelectual del candidato, y tal vez su identidad general, en su discurso del 22 de enero –al recibir la investidura de su partido–, este reconoció que el padre le había enseñado a "afirmar (sus) opiniones". Una confesión que no deja de ser llamativa, pues Hollande parecería ser un caso paradigmático de un personaje más bien ‘afirmado por sus opiniones’: sin ellas no existiría.

En realidad, siguió una vía intermedia entre la tenacidad de uno y la cordialidad de la otra, con una sonrisa humilde que no le ha abierto puertas pero sí le ha permito conocer el arte de la cerrajería en política, lo mismo que forjarse algunas llaves y cerraduras. A diferencia de buena parte de su generación, que es la de Mayo del 68, pronto se dio cuenta de que para "tomarse el poder" debía seguir las reglas del juego político. Entre ellas, contar con una sólida preparación académica, que incluía diplomas de las mejores escuelas francesas de economía, derecho y por supuesto administración.
 
Además de crear lazos sólidos, su soft power le permitió desde entonces encajar las derrotas como un trámite grupal, y no necesariamente como un fracaso personal. Esa actitud le ha valido a su vez apodos como 'Flanby' (la marca de flancitos), 'Señor Chistecitos' u 'Homo hibernatus', que le dedicó su rival actual Sarkozy, con más frustración que tino.
 
A su vez, desde sus primeros años entendió que debía seguir la 'universidad política', que hizo militando en las cercanías de su tocayo y mentor Mitterrand, quien desde 1981 presidió el país durante 14 años. La capacidad del joven Hollande para leer el terreno, para escribir discursos (en general el texto que se le pidiera) y sobre todo para ganar las posiciones contrarias, le valieron un lugar en el Elíseo, la sede del poder presidencial francés.

Su gran talón de Aquiles -que sus adversarios no han dejado de notar- ha sido sin duda la falta de experiencia como ministro, o en puestos con cierta proyección internacional. Además de secretario del Partido Socialista, Hollande ha sido apenas diputado de la Asamblea Nacional de Francia por el departamento de Corrèze, y alcalde de Tulle, una ciudad de unos 17.000 habitantes... Hace un año, semejante recorrido palidecía ante el poder de Strauss-Kahn, y su aspiración presidencial parecía remota. 
 
El escándalo por acoso sexual ocurrido en un hotel de Manhattan –el principio del fin para DSK– fue sin duda un punto de torque para Hollande, y una oportunidad que supo aprovechar. Sabiendo sin embargo sacar una lección. Desde antes del arresto del exdirector del FMI, la hora era ya bastante grave, con una situación económica y laboral en deterioro. De modo que pasar por un tipo del común sería en cualquier caso mejor que verse vinculado a las grandes fortunas. Si a Strauss-Kahn ya le sentaba mal la naturalidad con la que se subía al Porsche de un amigo, desde un principio a Hollande le fue muy bien ser ‘el candidato de la motoneta’, con casco de seguridad y un aire poco ostentoso.

Mejor austero que banquero

A menos de una semana de la primera ronda de las presidenciales francesas, programada para el próximo domingo 22 de abril, Hollande se ha sabido presentar como el candidato normal, es decir, aquel que sólo ha contado con sus propios medios; que ni siquiera “recibió la izquierda en herencia”, aludiendo a sus rivales en las primarias del Partido Socialista.

También, por supuesto, como una 'persona normal' porque no se ha construido mediáticamente, ni ocupado múltiples escenarios. De hecho, a Hollande le sientan mal las gafas negras y le van bien los temas tradicionales de la izquierda, como la defensa de la laicidad, la intervención estatal en el sector industrial, o la aplicación de impuestos y controles a las grandes fortunas y a los desmanes de la industria financiera.

Aunque históricamente los franceses han sido sensibles a los políticos temperamentales, en el 2012 el oído de los votantes parece estar mucho más atento a los debates económicos que cinco años atrás, cuando la seguridad y el miedo de la ciudadanía era el tema omnipresente. Semejante coyuntura le ha sentado a Hollande para compensar su ausencia de culto de la personalidad o, si se quiere, su poca disposición al dramatismo.

De ahí que sus pretensiones de 'normalizador' también sean parte integrante de su campaña. Su plan de gobierno ha tomado nota de los oscuros nubarrones y ha tasado el crecimiento de Francia en el 2012 en 0,5%, ha declarado el final de las ventajas fiscales para las grandes fortunas y ha prometido reducir del 75% al 50% la dependencia energética nuclear de Francia.

Siempre con ánimo de vuelta a la normalidad, el candidato socialista ha sabido usar un inevitable -y muy poderoso- argumento, que es tan antiguo como la política misma, que señala que si Sarkozy no hizo nada de lo prometido en el primer quinquenio, ¿por qué pensar que en el próximo sí lo haría? Insistir en semejante perogrullada es sin embargo clave, pues si bien los franceses han calificado negativamente la gestión de su presidente, al ser candidato las capacidades políticas de 'Sarko' se agudizan al brindar un nuevo trasfondo a la actualidad francesa. Por lo menos hasta el 6 de mayo, cuando se organiza la segunda ronda de las elecciones.

Aunque las encuestas en la primera no son concluyentes, sólo él y Sarkozy tienen posibilidades de pasar a la del próximo mes. Y al respecto, los pronósticos sí son unánimes: el candidato del Partido Socialista es el favorito.