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El final de la revolución de la plaza Maidan coincidió con la llegada de centenares de hombres vestidos para la guerra a Crimea. Se trataba de soldados al servicio de Moscú.

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Volver al pasado

Pese a lo que muchos creían en Occidente, las disputas territoriales y la influencia geopolítica siguen estando a la orden del día.

13 de diciembre de 2014

Hace un cuarto de siglo, el mundo pasaba de ver atónito al Ejército Popular de Liberación (EPL) masacrar a miles de estudiantes en la plaza de Tiananmén, a asistir con alivio a la caída pacífica del Muro de Berlín. Por un lado, China parecía dirigirse a una época de aislamiento y de condena, que la excluían del sistema internacional de naciones. Por el otro, el modelo imperial soviético y la Guerra Fría llegaban a su fin tras casi 50 años de enfrentamiento con las democracias liberales de Occidente. La moraleja parcial del siglo XX parecía ser que el absolutismo y la represión de los pueblos estaban desapareciendo.

Pero en 2014 esas ilusiones se vieron frustradas. Como salidas de la nada, la posibilidad de que estalle una guerra en el corazón de Europa o de que las dos primeras economías del mundo se enfrasquen en un conflicto bélico en el océano Pacífico son apenas la punta del iceberg de un escenario preocupante, en el que la debilidad de las Naciones Unidas y la irrelevancia de la Unión Europea subrayan la sensación de caos.

Rusia y Occidente


A principios de marzo, lo que había comenzado como una revuelta popular en Ucrania contra el gobierno de Viktor Yanukóvich degeneró en un conflicto que se agravó hasta el punto de revivir el espectro de la Guerra Fría. La primera etapa de la confrontación comenzó con la llegada a Crimea de material bélico y de centenares de combatientes sin insignias que respaldaron la realización de un referendo independentista sin validez internacional. Pero a pesar de su ilegalidad, el resultado fue reconocido por Rusia, que en un abrir y cerrar de ojos modificó su mapa y se anexó los 27.000 kilómetros cuadrados de esa península. Muchos pensaron que el presidente Vladimir Putin había logrado, mediante una jugada maestra, quedarse con un territorio clave en las puertas del Mediterráneo y que la situación no pasaría a mayores.

Sin embargo a mediados de abril, Putin mostró el tamaño de su ambición. En un discurso histórico ante el Parlamento de su país, puso en entredicho la validez de las fronteras heredadas de la Unión Soviética. En ese momento cobró todo su significado la frase que pronunció en 2005, según la cual la caída de la URSS fue “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”.

De hecho, la anexión de Crimea marcó el inicio de una retórica del Kremlin cada vez más beligerante  y el conflicto entre Kiev y Moscú se extendió a toda la zona oriental de Ucrania. La guerra abierta que se desencadenó en las regiones de Donetsk y de Luhansk ha dejado más de 5.000 víctimas mortales, un millón de refugiados y una región del tamaño de Suiza completamente devastada. A lo cual hay que agregar que rebeldes prorrusos derribaron el vuelo MH370 de Malaysia Airlines, lo que dejó 300 víctimas mortales, en su gran mayoría holandeses, y que se produjeron múltiples incidentes de gravedad entre los miembros de la Otan y el Ejército ruso, que desde marzo extendió el rango de acción de sus efectivos aéreos y marítimos, en particular en los países del Báltico y de Escandinavia.

En ese contexto, ha sobresalido la pasividad de Europa que ha demostrado sus divisiones extremas a la hora de responder a las agresiones externas, y de hablar con una voz fuerte y única en el contexto internacional. Como le dijo a SEMANA Shlomo Ben Ami, exministro de Asuntos Exteriores de Israel y vicepresidente del Centro Internacional Toledo para la Paz, “Europa en el pasado inspiraba. Hoy no inspira ni intimida debido a su crisis económica y moral. Carece además de poder militar. El Viejo Continente ha entrado en una etapa poshistórica, en la que se cree realmente que todo se puede resolver a través de buenas intenciones, donde la guerra es del pasado. Pero Putin quiere otro tipo de orden, diferente del que produjo la humillante derrota de la URSS tras la Guerra Fría. Un mundo que se decida con base en la voluntad de luchar. Es una situación muy peligrosa”.

China y los nacionalismos

La confrontación entre Occidente y Rusia en el este de Ucrania se dio en paralelo con el avance de las intenciones revisionistas de Beijing, que ya desde 2012 venía afirmando de manera cada vez más beligerante sus pretensiones regionales en el océano Pacífico. Esa avanzada enemistó a su gobierno con los de Filipinas, Malasia, Brunéi, Taiwán, Corea del Sur y Vietnam, país que a mediados de año denunció que China creó varias islas artificiales para reforzar sus argumentos de cara a un litigio.
Sin embargo, las disputas más graves se han registrado con Japón, la tercera economía del mundo, pues a medida que se han incrementado las pretensiones territoriales de Beijing, se han despertado los reflejos nacionalistas de Tokio. La situación llegó a tal punto que a principio de año el gobierno del primer ministro, Shinzo Abe, cambió la interpretación del derecho de autodefensa, su Constitución de Paz, lo que le permitirá al país usar la fuerza para resolver conflictos internacionales. A finales de septiembre, el presidente de China, Xi Jinping, se refirió con inusual franqueza al asunto al afirmar que “el EPL tiene que mejorar su preparación para el combate y perfeccionar su capacidad para ganar una guerra regional en la época de tecnologías informáticas”.

Y aunque el presidente no precisó contra qué países iba esa afirmación, la apenas velada amenaza tampoco cayó para nada bien en India, donde a mediados de año llegó al poder el nacionalista Narendra Modi. Allí, los medios locales recordaron las disputas que ambos países han sostenido en la localidad de Chumar por la región de Ladakh, conocida como el Pequeño Tíbet. Una zona que pertenece a la explosiva provincia de Cachemira, donde desde hace más de medio siglo también Pakistán ha realizado importantes reclamos territoriales que ya han llevado a varias guerras.

En ese contexto, se ha hecho cada vez más presente el temor de que China y Estados Unidos entren en conflicto, pues el segundo mantiene estrechos vínculos comerciales y militares con varios países de la región, que se traducen en varias bases militares con miles de hombres listos para el combate.

Aunque durante el año esas superpotencias  continuaron un tira y afloje que lleva años gestándose –y que incluyó incidentes aéreos y acusaciones mutuas de hostigamiento– 2014 será recordado como el momento en que la cosa pasó a mayores, por lo menos en el ámbito digital. En mayo, por primera vez, Estados Unidos acusó formalmente a cinco miembros del EPL de pertenecer a una unidad secreta de espionaje que según las autoridades estadounidenses lleva años robando información industrial secreta por miles de millones de dólares a las empresas de ese país.

Aunque la posibilidad de que se desate un conflicto generalizado entre potencias mundiales no está en el horizonte inmediato, lo cierto es que tanto Rusia como China han puesto en entredicho las reglas bien establecidas de las relaciones internacionales.

Para muchos, este año de 2014 recordó un aniversario incluso más impactante que los de la caída del Muro o la masacre de Tiananmen. Se trata del centenario de la Primera Guerra Mundial, un conflicto al que las naciones se lanzaron al abismo  como sonámbulas, incapaces de creer que la época de paz y prosperidad que estaban viviendo pudiese verse interrumpida por una confrontación entre naciones. Algo que parecía del siglo pasado.