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VECINOS Y ...

Así se diga lo contrario, desde el episodio de la corbeta Caldas las relaciones colombo-venezolanas atraviesan su momento más complejo.

14 de febrero de 1994

VIOLACIONES AL ESPACIO AEREO TIENEN LUGAR en la frontera colombo-venezolana casi todos los días, y en eso el incidente del helicóptero de la FAV no tiene nada de excepcional. Pero esta vez el tema se volvió central en los medios porque los militares del país vecino no sólo capturaron en la jurisdicción de Saravena a varios labriegos, acusándolos de guerrilleros, sino porque, al tratar de llevárselos, el rotor golpeó un palo y el aparato se vino a tierra. Eso eliminó el habitual intercambio de afirmaciones incomprobables y lo proyectó al interés nacional.
Quizá por ello el escándalo resultó mayor en el bando colombiano que en el venezolano. Mientras a este lado el clima preelectoral estimuló las condenas y los llamados a investigar, unas y otros por la falta de noticias del comienzo de año, en Venezuela el tema fue tratado más bien a sotto voce, con un ingrediente, al menos por ahora, de vergüenza inocultable.


No hay con quien
Para muchos, en las relaciones colombo-venezolanas se atraviesan arenas movedizas. El incidente del helicóptero de Saravena podría ser el más complejo desde el de la corbeta Caldas, en agosto de 1987, cuando el buque colombiano patrulló áreas reclamadas como propias por ambas naciones. En ese año el país que salió peor parado fue Colombia, pero tuvo un interlocutor válido no sólo en los círculos de poder del presidente Jaime Lusinchi, sino en los partidos políticos. Hoy quien debería tener la sartén por el mango es la parte colombiana, pero no existe a primera vista un interlocutor adecuado. Pues el gobierno de Ramón J. Velásquez es, tal vez, el más débil de la historia de Venezuela, no solo por su interinidad sino porque se originó en el desprestigiado Parlamento. Además, el presidente electo, Rafael Caldera, está apenas aclimatándose para iniciar un gobierno sobre el cual hay más preguntas que respuestas. Por eso si el incidente no pasó a mayores, no fue por los canales diplomáticos desplegados, sino por la buena comunicación que tienen los militares de ambos países.
Lo malo es que el de Saravena es el último capítulo de una serie de hechos que demuestran que ante un país tan importante como Venezuela no hay que bajar la guardia. El primero de ellos fue la masacre de la Cárcel de Sabaneta, en Maracaibo, que revivió la necesidad de repatriar a los presos colombianos. Por otra parte, de nuevo se hallaron armas pertenecientes a las Fuerzas Armadas de Venezuela en manos de guerrilleros colombianos. Aparte de eso, la semana pasada se lanzó la candidatura de César Gaviria a la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos (OEA), en oposición, entre otras, a la del venezolano Miguel Angel Burelli Rivas. Y al mismo tiempo se anunciaba para el 20 de enero la firma del tratado de libre comercio del Grupo de los Tres, integrado por México, Venezuela y Colombia.

DEMOCRACIA INESTABLE
La causa principal de los problemas se halla en la debilidad de las instituciones democráticas venezolanas, que están convaleciendo de una enfermedad tan grave que amenazó con matarlas el año pasado. Una recaída no está descartada, pero esta vez podría ser fatal.
La incertidumbre se acrecienta por la figura misma del presidente electo, alguien que nunca se ha caracterizado por las actitudes amistosas hacia Colombia. Rafael Caldera llega al poder con 77 años a las espaldas, con menos del 30 por ciento de los votos y sin apoyo parlamentario, lo que dará seguramente un carácter apremiante a sus medidas.
Como candidato de disidencia del partido Copei, el mismo que ayudó a fundar en los años 40, será un presidente huérfano de apoyo partidista. De otra parte, quienes lo apoyaron conforman una débil coalición de fuerzas opuestas, desde conservadoras hasta comunistas, a las que unió alrededor de Caldera su actitud contraria al destituido presidente Carlos Andrés Pérez y a la clase política tradicional, y su historial sin manchas. Pero la cohesión, a la hora de defender un programa de gobierno, es más que dudosa.
La situación económica, con más del 40 por ciento de inflación, hace que el nuevo presidente deba casi obligatoriamente a tomar fuertes medidas, y ello parece confirmado por las declaraciones de su mano derecha, Julio Sosa Rodríguez. En estas circunstancias, ello podría ser el detonante de una explosión social similar al caracazo que recibió a Pérez. Pero éste tenía entonces todavía el apoyo político para sostenerse.
No es raro entonces que en los altos círculos de Caracas se rumore insistentemente que Caldera tiene prevista la convocatoria de una Asamblea Constituyente, en el mejor de los casos, o un fujimorazo, en el peor. Y en cualquiera de esos eventos el presidente tiene la necesidad vital de unir a los venezolanos alrededor de su figura. La fórmula, sobre todo para alguien como Caldera, podría ser la muy tradicional de agudizar la retórica anticolombianista.

ENEMIGOS AGAZAPADOS
Muchos señalan que para Gaviria, luego de haber impulsado exitosamente los acuerdos de integración, las relaciones con Venezuela han quedado determinadas por la economía en forma irreversible. La razón que se aduce en medios gubernamentales es que el comercio ha saltado de unos pocos cientos de millones de dólares a más de 2.000, y como hoy existen tantos intereses económicos a través de las fronteras, el proceso no tiene marcha atrás.
Pero para nadie es un secreto que, además de los peligros de la desestabilización venezolana, existen muchos sectores de la economía que estarían interesados en torpedear la integración. Sobre todo los ilegales porque, para empezar, con ella el contrabando pierde su razón de ser. A ambos lados de las fronteras existe suficiente corrupción como para mover millones de dólares y es sabido, por ejemplo, que en épocas preelectorales de Venezuela los partidos se financian en parte con la asignación corrupta de ciertos cupos de importación desde Colombia.
En el campo legal también hay intereses industriales que se ven duramente golpeados. Y hay sectores militares que no van a ver con buenos ojos la integración, porque las compras de armas (y sus inevitables arandelas) se pueden bajar a niveles inaceptables.
Por encima de todo ello está la figura del canciller Fernando Ochoa Antich, cuyo tono anticolombianista ha ido creciendo y evolucionando. Mientras su jefe fue Pérez, su actitud estuvo mediatizada por la gratitud a éste por haberle permitido iniciar una carrera política en el ocaso de la militar. Pero bajo alguien tan débil como Velásquez, el canciller ha asumido posturas que alcanzaron su máximo estímulo en la famosa y controvertida rueda de prensa con la canciller colombiana, Noemí Sanín, en Bogotá.
Esa actitud alcanzó su clímax cuando Ochoa dijo que el tratado de repatriación de presos no estaba listo porque Colombia no le interesaba, cuando en realidad si no se suscribió antes fue porque Venezuela cambió de ministro de Justicia tres veces el año pasado. La carrera política de Ochoa quedará en el aire al terminar el actual gobierno, a no ser que logre, como parece empeñado, crear la sensación de que él es el verdadero duro contra Colombia. Por último, está el hecho de que las comisiones de vecindad requerirían un reajuste ante la nueva realidad política de Venezuela, algo que abre muchos interrogantes.

DESCUIDO COLOMBIANO
El tema de las armas parece explicable por el robo de las mismas por parte de militares inescrupulosos y por el hecho de que Venezuela armó en el pasado a la guerrilla sandinista de Nicaragua. De manera que podría haber quedado en la región mucho armamento sin Dios ni ley.
Pero lo cierto es que desde hace meses Venezuela ha tenido militarizada la frontera, lo que es, por supuesto, fuente ilimitada de problemas. Además, el asunto no recibió atención de Bogotá. Por eso cuando surgió el tema del helicóptero, la canciller absolvió demasiado pronto a los venezolanos, entregándoles de paso una baza negociadora que correspondía a Colombia y quitándoles peso a las protestas colombianas, que quedaron como meros formalismos. A cambio, su viaje a Caracas se diluyó en el tema de la repatriación de presos que es, evidentemente, un aspecto menor frente a otros muchos como el drama general del millon de colombianos que viven en Venezuela.
En cuanto a la candidatura de Gaviria a la Secretaría General de la OEA, las gestiones parecieron hacerse en forma descuidada, pues, por ejemplo, se dice que el embajador en ese país, Alberto Casas Santamaría, no estaba oportunamente alertado sobre las gestiones. Aunque se afirma que el candidato venezolano Burelli Rivas no tiene un apoyo muy amplio en Caracas, no es descartable que Caldera les cobre más adelante a los colombianos la candidatura de Gaviria, sobre todo en modificaciones o plazos para la entrada en vigor del G-3.
Ello sería especialmente doloroso en la medida en que tendría un costo nacional para una aspiración personal, así sea muy importante para el país tener a un colombiano como secretario general de la OEA. Y, en cualquier caso, la tendencia al deterioro existente en las relaciones colombo-venezolanas, en un momento histórico como el que se vive, era suficiente razón para enfrentar todos los temas con la delicadeza de un cirujano.