El candidato demócrata a la Presidencia, Barack Obama, tiene mucho para celebrar: todas las encuestas lo están dando como ganador en las elecciones del 4 de noviembre

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Inatajable

La crisis económica va a llevar a Barack Obama a la Presidencia. Será la mayor transformación política en casi un siglo en Estados Unidos.

11 de octubre de 2008

Era octubre de 1980. Estados Unidos enfrentaba la peor crisis económica desde la Segunda Guerra Mundial. Había la letal combinación de inflación y desempleo altos. La confianza de los ciudadanos en el futuro de su país caía en picada. Internacionalmente, la superpotencia era humillada por un ayatolá en Irán que mantenía secuestrados a 52 norteamericanos y por una Unión Soviética que lucía invencible tras invadir a Afganistán 10 meses antes. Pero, a pesar de ese escenario apocalíptico, el presidente demócrata Jimmy Carter empataba en las encuestas en su contienda con el aspirante republicano, Ronald Reagan. Aunque era evidente su descontento con su administración, los estadounidenses desconfiaban de ese ex gobernador de California que prometía dar un giro radical a los destinos del país. Todo eso cambió tras el debate televisado entre Carter y Reagan ese mes. Allí el republicano logró apaciguar tanto los temores, que a los pocos días arrasó en las elecciones, con lo que cambió el mapa político norteamericano durante una generación.

Hoy, otro hombre que también ha generado inquietudes entre el pueblo estadounidense está a las puertas de replicar la hazaña de Reagan y liderar la mayor transformación del poder político en Estados Unidos en el último medio siglo. Como Reagan, el senador demócrata Barack Obama se ganó a los últimos indecisos después de debatir con su oponente en vivo y en directo. Desde entonces las encuestas no hacen más que favorecerlo. Por eso, todo indica que el senador demócrata Barack Obama no sólo ganará de manera abultada las elecciones del 4 de noviembre, sino que su partido quedará con unas sólidas mayorías parlamentarias no vistas desde 1964.

Parecen palabras mayores: aún faltan más de tres semanas para que los norteamericanos terminen de votar para Presidente (por esas curiosidades del sistema gringo, millones de personas pueden sufragar antes del 4 de noviembre, el día oficial de elecciones). Y es cierto que 20 días son como un siglo en una campaña electoral, y más en una tan volátil y tan excepcional como la actual, donde un hombre negro busca convertirse en presidente de una nación cuyos fundadores consideraban que los de su raza eran sólo tres quintas partes de un ser humano.

Pero también es cierto que ese hombre llamado Barack Hussein Obama, con una hoja de vida sin mayores logros, tiene las mayores posibilidades de ser el futuro inquilino de la Casa Blanca. El asombro ante esa inminencia ha hecho que algunos analistas en Estados Unidos (y en especial la ultraconservadora Fox News, que se emite por cable en Colombia) aún no pierdan la esperanza de que repunte el candidato republicano, John McCain.

Son una minoría que decrece a diario. Según una encuesta realizada a decenas de expertos y analistas republicanos, el 80 por ciento de ellos cree que Obama va a ganar. La firma especializada Rasmussen Reports, también cercana a los afectos del partido de George W. Bush, tiene un mercado de apuestas sobre el resultado electoral: el 75 por ciento de sus participantes cree que la victoria será del demócrata. E incluso Karl Rove, el asesor político de cabecera de Bush, quien dirigió las campañas vencedoras del Presidente en 2000 y 2004, acepta que Obama ganaría si los vientos no cambian pronto y radicalmente de rumbo. O mejor dicho, ya está tarde. Esta tormenta perfecta que promete llevar a Barack Obama a ser elegido el hombre más poderoso del planeta y a los demócratas a propinarle una paliza histórica a los republicanos, está compuesta por Sarah Palin, los financistas de Wall Street, el presidente George W. Bush, John McCain y, como es Estados Unidos, por plata, mucha plata.

Hace un mes, sólo los mayores fanáticos de Obama se imaginaban un resultado tan favorable. McCain había sorprendido al mundo político al nombrar a Sarah Palin, la desconocida gobernadora de Alaska, como su fórmula a la vicepresidencia. La selección revitalizó a su partido y por primera vez, McCain quedó al frente en las encuestas. Palin es el reflejo en vivo y en directo de la mujer norteamericana de clase media, fervientemente religiosa y antiintelectual. Un exponente clásico de lo que en su momento el presidente Richard Nixon calificó como la mayoría silenciosa. Con su frescura y su imagen de ser una más del pueblo, generó un inusitado interés entre un electorado harto con los políticos tradicionales de Washington D. C. Pero al mismo tiempo, paradójicamente fue el principio del fin de las posibilidades de victoria de la dupla republicana.

Como la burbuja inmobiliaria que hizo explotar en mil pedazos los mercados financieros, con el paso de las semanas la imagen de Palin de mujer maravilla se fue desvaneciendo. Como las Bolsas. O más exactamente, en paralelo a las caídas de éstas. Y con ellas, se fue al suelo la reputación de hombre serio de John McCain. Palin pasó muy pronto de ser vitoreada en la convención republicana a convertirse en el chiste preferido de los comediantes norteamericanos. La razón: en entrevistas a medios de prensa desnudó su desconocimiento de política exterior, de política pública, de economía y realmente de cualquier asunto de importancia nacional. Apenas el 41 por ciento de los norteamericanos cree que ella está preparada para ser Presidente, una cifra significativa si se tiene en cuenta que McCain acaba de cumplir 72 años y es un sobreviviente de dos batallas con el cáncer de la piel.

Pero la caída del pedestal de Palin no es suficiente para explicar por qué Obama aventaja ampliamente en las encuestas nacionales a McCain y, más importante, en los sondeos en los estados clave, que al fin y al cabo es donde se definen las elecciones en Estados Unidos. Como dijo Bill Clinton en su exitosa campaña de 1992, "es la economía, estúpido".

En efecto, en las últimas semanas los norteamericanos han visto reducidos sus ahorros para la vejez a la mínima expresión con la caída estrepitosa de las Bolsas, muchos han perdido sus viviendas por hipotecas impagables y, en este año, se ha desvanecido un millón de empleos. En momentos de zozobra, siempre se buscan culpables y estos tienen nombres propios: Wall Street y la administración de George W. Bush. Aunque McCain no ha parado de denunciar la avaricia de esos corredores y financistas de Bolsa y de los banqueros y altos ejecutivos de corporaciones, no le queda fácil desligarse. Al fin a cabo, el partido republicano siempre ha sido identificado con los Rockefellers de este mundo.

Cuando la economía norteamericana ha estado en recesión, el partido que controla la Casa Blanca siempre ha sido castigado en las urnas con perder la Presidencia. En momentos de crisis, los estadounidenses votan con el bolsillo.

Cuando se hacían cábalas sobre las elecciones de 2008, era evidente que la imagen negativa de Bush sería un lastre para el eventual candidato republicano. Se pensaba que de todos los pretendientes, John McCain era el menos parecido al Presidente más impopular de la historia de Estados Unidos, y que McCain sería medido con otra vara. Pero no fue así. Según las encuestas, la mayoría de la opinión pública cree que un gobierno de McCain sería la continuación del de Bush. Porque la marca de Bush es imborrable, como la Letra Escarlata.

Pero McCain también es responsable de su declive. El día en que cayó 750 puntos la Bolsa de Nueva York, dijo que "los fundamentos de la economía están sólidos". Suspendió su campaña presidencial dizque para sacar adelante el plan de rescate de 700.000 millones de dólares; pero su decisión fue interpretada como una maniobra política y no como un acto de liderazgo. Esos papayazos le han permitido a Obama y los demócratas describirlo como "errático y desconectado del pueblo", percepciones que sólo aumentan la angustia por su edad. McCain sería el segundo presidente más viejo de Estados Unidos.

No obstante, sería un error subestimar los méritos de la campaña que ha adelantado Barack Obama. El candidato demócrata supo entender que en 2008 los norteamericanos preferirían al candidato que prometía el cambio y no al que ofrecía experiencia y statu quo. Utilizó los nuevos medios de comunicación, y en particular Internet, para crear una máquina generadora de pequeñas donaciones de campaña jamás vista en la historia, y consiguió que más de tres millones de norteamericanos la financiaran. En agosto recogió 66 millones de dólares; se estima que el monto de septiembre podría superar los 100 millones. En Estados Unidos se mide el potencial de un candidato presidencial con su presupuesto electoral, y nadie ha tenido tanto para gastar como Obama.

Y ha utilizado su dinero como nunca; en varios estados sus inversiones en publicidad y equipos de campaña superan las de McCain dos, tres y cuatro veces. Y es plata bien gastada si se miran las encuestas: hoy Obama ganaría varios de los estados donde triunfó Bush en 2004.

Como es bien sabido, en Estados Unidos no hay una elección directa de Presidente. Los ciudadanos eligen en realidad un colegio electoral compuesto por 538 representantes de los 50 estados. Para ganar las elecciones, se necesita obtener 270 de esos votos electorales.

Por geografía y por tradición histórica, se conoce de antemano la tendencia política del electorado de más de 35 estados. Unos son demócratas de pura cepa, como Massachussets, y otros, republicanos, como Mississippi. Por ello, las campañas presidenciales terminan enfocándose en sólo 15 estados no definidos, como Ohio y Florida.

Lo grave para McCain es que, según las encuestas, perdería tanto Ohio como Florida. Sin esos votos electorales, no existe posibilidad alguna de que gane.

Si Barack Obama fuera un hombre blanco de Texas o Pennsylvania, ya le estarían tomando las medidas para su vestido de posesión el 20 de enero de 2009. Pero algunos analistas creen que las encuestas son mentirosas y que entrará a jugar el llamado efecto Bradley. En 1982 Tom Bradley, un candidato afroamericano a la alcaldía de Los Ángeles, tenía una amplia ventaja en las encuestas, pero perdió en las urnas. Aparentemente, muchas personas les mintieron a los encuestadores y a la hora de la verdad no fueron capaces de votar por un hombre negro. Se teme que pase lo mismo este año.

Sin embargo, una investigación sobre las primarias en las que Obama ganó la nominación demócrata demostró lo contrario. Concluyó que en la gran mayoría de los estados, el voto por Obama superó lo que pronosticaban las encuestas. Es más, se habla de un efecto Bradley al revés: que la candidatura de Obama generará una mayor votación de los negros y de los progresistas que quieren que se haga historia. Un dato es ilustrativo: en ocho estados clave se incrementó el número de demócratas registrados para votar en una proporción de 4 a 1 frente a los republicanos.

Ante esa combinación de factores adversos, ya varios analistas y columnistas republicanos andan escribiendo obituarios de su campaña presidencial. Y si en el tema de la presidencia llueve, las perspectivas del partido de Bush para el Congreso son una tempestad con rayos y centellas. La razón es que, como sostienen Charles Cook y Stuart Rothenberg, los más respetados expertos en elecciones legislativas de Estados Unidos, los demócratas pueden aumentar su mayoría en el Senado hasta en nueve escaños (59 de 100 miembros) y en la Cámara en mínimo 20 (253 de 435).

Algunos analistas comparan el fenómeno de Obama con el que llevó a Franklin Delano Roosevelt a la Presidencia en noviembre de 1932. En ese entonces, Estados Unidos sufría los peores embates de la Gran Depresión. El presidente republicano Herbert Hoover había perdido el apoyo de los ciudadanos y estos reclamaban cambios y algo de esperanza. La credibilidad de Hoover era nula. Los mercados no le comían cuento y los políticos no querían saber de él. A los cinturones de miseria que emergían en las ciudades, se les bautizaban 'hoovervilles'. La victoria de Roosevelt les permitió a los demócratas dominar la agenda pública por varios lustros. Los demócratas están convencidos de que Bush es su Hoover y Obama su Roosevelt. Y con el paso de los días, los republicanos también.