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Apocalipsis ahora

Cultivos ilícitos y prácticas inadecuadas tienen a Colombia, segundo país más rico en biodiversidad, al borde de un colapso ambiental.

2 de octubre de 2000

La discusión de fumigar o no con hongos los cultivos de coca y amapola ha monopolizado el debate sobre el daño producido por la agricultura ilegal en el medio ambiente colombiano. Pero el problema real va más allá. El ministro del Medio Ambiente, Juan Mayr, ha advertido sobre el impacto que causan esos cultivos ilícitos sobre los bosques y los páramos de Colombia y sus consecuencias: destrucción de la diversidad biológica, deterioro de la calidad de los suelos, escasez de agua, inundaciones y derrumbes. Un panorama cada vez más trágico pues esas siembras, como Mayr señaló a SEMANA, “son un cáncer que ya ha hecho metástasis en todo el país” (ver mapa). Y lo peor es que ese es un impacto muy difícil de revertir por cualquier medio de erradicación.

Según la Policía Nacional, en el país existen en la actualidad 103.500 hectáreas sembradas de coca y 6.500 de amapola. Como señala un documento elaborado por la Dirección Antinarcóticos de la Policía Nacional, “la mayoría de estos cultivos ilícitos detectados en el país se establecen en tierras vírgenes, lo que genera procesos erosivos, agotan y contaminan las fuentes de agua superficial y afectan la conservación, mantenimiento y supervivencia de la biodiversidad. Además, el uso de insumos químicos para el mejoramiento de las cosechas ilícitas y el control de plagas de manera indiscriminada e irracional contribuyen aún más a agravar el problema”.

Aunque el número de hectáreas sembradas de coca y amapola en principio no es muy grande si se compara con la extensión del país, su influencia negativa no es sólo en el área específica donde se encuentra el cultivo sino en una zona de influencia mucho mayor. Además de afectar bosques, selvas y páramos, los cultivos ilícitos generan procesos de violencia, corrupción y deterioro social que enriquecen a unos pocos y deprimen aún más las regiones cuando terminan las bonanzas, tal como ocurrió en la vertiente norte de la Sierra Nevada de Santa Marta con la bonanza de la marihuana (ver recuadro).

Los cultivos ilícitos no son, ni de lejos, los únicos responsables del deterioro de los bosques de los Andes colombianos y de zonas cada vez más amplias de la Amazonia. Prácticas agrícolas y ganaderas inapropiadas, programas de colonización mal orientados y la construcción de carreteras han traído como consecuencia la destrucción de extensas áreas de bosques.

Pero la dinámica de destrucción de la base natural y de la estructura social hace que los cultivos ilícitos amenacen de manera especialmente grave el futuro del país, más si se tiene en cuenta que varios de los focos de cultivos de amapola y coca amenazan a los cada vez más escasos bosques andinos y de piedemonte.

Varios de estos cultivos ilícitos están enclavados en ecosistemas estratégicos para el país, tales como el Macizo Colombiano (donde nacen los ríos Magdalena, Cauca, Patía y Caquetá), el Nudo de Paramillo (vital para el sostenimiento agrícola de Córdoba), la Serranía de Perijá y la Sierra Nevada de Santa Marta.

En este momento un número bastante significativo de vertebrados presentan algún grado de amenaza a la extinción. De acuerdo con el documento Colombia Megadiversa, elaborado por el Instituto de Investigación de Recursos Alexander von Humboldt (encargado de promover, coordinar y realizar una investigación que contribuya a la conservación y uso sostenible de la biodiversidad en Colombia), se considera que en este momento 151 especies de mamíferos (32 por ciento) presentan algún grado de amenaza. De ellos siete están en estado crítico, cuatro en peligro y 38 en un estado vulnerable. En el caso de las aves el porcentaje no es tan alto (9,2 por ciento) pero sí lo es el número de especies con algún grado de amenaza: 163. De éstas, 13 se encuentran en estado crítico, 24 en peligro y 46 se consideran vulnerables.

Si se tiene en cuenta que, por ejemplo, uno de los posibles renglones de desarrollo del país sería el turismo especializado de observadores de aves, es evidente que estas amenazas no son sólo sobre la riqueza natural del país sino que también inciden sobre el potencial económico de amplias regiones del país.

Según la investigación del Von Humboldt, 39 especies de reptiles y 25 de anfibios presentan algún grado de amenaza (ver mapa de especies en peligro de extinción). Aunque no existen datos muy precisos acerca de las plantas (los expertos consideran que un 20 por ciento de la flora del país aún no ha sido descrita), se calcula que unas 713 especies de plantas superiores están en peligro de desaparecer.

Biodiversidad amenazada

Mucho se habla de la gran diversidad biológica que existe en las selvas amazónicas y, por lo general, los debates ambientales con mayor resonancia son aquellos que tienen que ver con el llamado pulmón del planeta. Sin embargo otros ecosistemas de igual importancia se hallan amenazados por el incremento de los cultivos ilícitos. Uno de ellos es la región andina, sus piedemontes y la Sierra Nevada de Santa Marta. Recientemente el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), Fundación Natura, de Ecuador, y Fudena, de Venezuela, elaboraron un estudio acerca de la biodiversidad del complejo ecorregional de los Andes del Norte.

Dice el documento: “El Complejo Ecorregional de los Andes del Norte alberga una extraordinaria biodiversidad, y ha sido reconocido por diversas organizaciones nacionales e internacionales como una biorregión de alta prioridad para la conservación a nivel mundial. Con una extensión que alcanza los 490.000 kilómetros cuadrados, contiene casi la mitad de la diversidad biológica total del Neotrópico. Si se tiene en cuenta que su área es 14 veces más pequeña que la cuenca amazónica, pero que tiene números equivalentes de especies, es evidente que esta región es prioritaria y debe recibir atención urgente”.

Las cifras lo confirman. Las más recientes investigaciones del Instituto Von Humboldt encontraron que en el país apenas quedan 10 millones de hectáreas de bosques andinos entre los 1.000 y los 3.000 metros de altura, es decir, un 34 por ciento del total de las cordilleras. Aún se conservan en buen estado casi un millón y medio de hectáreas de páramos. Estos dos ecosistemas, junto con las áreas de piedemontes andinos, son los más amenazados por los cultivos ilícitos.



El ciclo del agua

Las selvas húmedas tropicales, los bosques andinos y los páramos cumplen una función muy importante en la regulación del ciclo del agua. Durante las temporadas de lluvias el dosel del bosque se convierte en un paraguas que protege los suelos del impacto directo de las gotas de agua. Al intentar atravesar el intrincado laberinto de hojas, muchas de ellas quedan atrapadas en plantas epífitas y parásitas que cuelgan de los árboles y que están en capacidad de almacenar grandes cantidades de agua. Cuando llegan al suelo terminan almacenadas en los cojines de musgo o ruedan lentamente hacia las quebradas y los ríos.

La humedad reinante en el interior de los bosques andinos permite que el material en descomposición (hojas, semillas) pase a formar parte de los nutrientes del suelo. Esto genera una dinámica muy especial que les permite a los bosques compensar la (por lo general) pobreza de los suelos y mantener ecosistemas tan complejos como productivos.

En los páramos, enormes colchones de musgos se encargan de almacenar los excedentes de agua de las temporadas lluviosas.

Cuando llega la temporada seca, tanto los páramos como los bosques mantienen una reserva que les permite alimentar las fuentes de agua, lo que garantiza que éstas no se sequen.

Otra función muy importante que cumplen los bosques, en especial los de niebla de las estribaciones de las cordilleras, es la de condensar la humedad que arrastran los vientos bajo forma de nubes o niebla. El contorno de las hojas de gran cantidad de especies (redondeadas y con una terminación en punta) les permite atrapar la humedad, condensarla y dejarla caer al suelo para que se almacene en alguna planta, o sencillamente llegue a las quebradas y los ríos. Los bosques, además, protegen los suelos de la acción erosiva del viento.

Cuando estos ecosistemas se degradan y pierden la protección de la vegetación la lluvia y el viento comienzan a convertirse en verdaderas amenazas. En épocas de lluvia el agua golpea de manera inclemente los suelos desprotegidos, arrastrando la capa vegetal hacia los lechos de los ríos. Estos reciben grandes cantidades de agua y de material que caen con gran fuerza, se generan grandes crecientes y los lechos de los ríos se sedimentan. De este modo aumentan las inundaciones. El panorama es aún más grave, pues los suelos de las cordilleras andinas son muy inestables. Al perder la protección vegetal, las lluvias generan grandes desprendimientos de tierra que en muchas ocasiones ocasionan represamientos en los ríos. Al romperse estas represas se causan graves catástrofes aguas abajo.

En épocas secas comienza a escasear el agua. Cada día son más apremiantes las dificultades que tienen los municipios para abastecer sus acueductos y, según un informe del Ideam, se calcula que, de mantenerse estas tasas de deterioro ambiental, en 2016 el 70 por ciento de la población colombiana tendría problemas para abastecerse de agua potable.

Esto significa que lo que sucede en las altas montañas de Colombia afecta no sólo a los biólogos interesados en completar sus inventarios de flora y fauna ni a quienes viven en las zonas donde se deforesta, sino también a los habitantes de todo el país. Este panorama, aunque grave, aún no es definitivo. “Muchos de los daños ambientales asociados a las transformaciones de los ecosistemas son reversibles, dependiendo del grado de afectación, la extensión de la intervención y los remanentes naturales circundantes que puedan contribuir a su recuperación”, manifiesta el Instituto Von Humboldt. En diversas zonas de la Sierra Nevada de Santa Marta esto es evidente. Lugares que fueron talados en forma inmisericorde hasta comienzos de la década de los 80, como la cuenca del río Guachaca, hoy muestran bosques en rápido proceso de recuperación. Esto se debe a varios factores, además del interés de algunos activistas ambientales por potenciar el proceso. Es una región bastante húmeda, los cultivos ilícitos no perduraron mucho tiempo y en las zonas más escarpadas quedaron remanentes de bosque que permitieron un repoblamiento vegetal y animal de los cultivos abandonados.

Este caso podría repetirse e imitarse en las zonas sembradas de amapola siempre y cuando se actúe con prontitud. Pero, más importante aún, como lo señala el Instituto Von Humboldt: “En Colombia debería ser una prioridad conservar los remanentes naturales aún no transformados por la mano del hombre”.