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PAZ

El episodio de los verificadores: un escándalo desproporcionado

¿Tiene sentido que un hecho anecdótico, como un baile de nochevieja en el que participaron guerrilleros y observadores de la ONU, se convirtiera en un incidente con resonancias diplomáticas?

Marta Ruiz*
6 de enero de 2017

Colombia sigue atrapada en la narrativa de la guerra. Es decir, en la narrativa de la desconfianza y la negación del otro. Así quedó demostrado con el escándalo de la semana: cuatro oficiales pertenecientes a la misión de verificación de la ONU fueron “pillados” por una cámara mientras bailaban con personas de las FARC durante los festejos de nochevieja, en la zona de preagrupamiento de Conejo, en La Guajira.

El baile fue registrado por la agencia EFE, quien lo publicó sin intención de denuncia, sólo para mostrar la alegría y la esperanza con la que los guerrilleros recibían el año nuevo. Pero sectores políticos de oposición cuestionaron duramente la imparcialidad de los verificadores. Cosa de la que, paradójicamente, también se quejó el gobierno colombiano en cabeza de la embajadora María Emma Mejía. La misión de la ONU decidió retirar a los oficiales de Mecanismo de Monitoreo y enviarlos a su país de origen. Y así pasamos de un episodio anecdótico a uno superlativo en el que, mírese por donde se mire, la ONU queda mal parada. Bien porque le faltara tino a sus observadores en terreno, bien porque desde otro punto de vista, se dejó intimidar por el clima polarizado que hay en el país.

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El incidente pudo haber terminado en tsunami cuando las FARC anunciaron que se retirarían del Mecanismo de Monitoreo en La Guajira. Posición que por fortuna fue rectificada en cuestión de horas por el jefe máximo de esa organización, Rodrigo Londoño. Pero se siguieron desencadenando hechos similares cuando se supo que la Policía investigará a cuatro de sus miembros por tomarse una foto con los guerrilleros y al parecer posar con una de sus armas.

El problema con estos escándalos, que tienen gran resonancia en los medios especialmente si no hay más noticias, es que la primera víctima es el contexto. Un contexto que la oposición de derecha niega por interés propio y que en esta ocasión el Gobierno parece haber olvidado.

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El primer elemento de contexto es que las FARC están en un cese del fuego definitivo y en proceso de desarme. Su transición a la vida civil exige y requiere que haya mayor interacción con la sociedad, incluso en fiestas. La civilidad es una experiencia que se construye, no es una epifanía. Es una actitud que se cultiva con la experiencia y con la confianza que brinde la sociedad. Seguir pretendiendo que no se puede bailar con las FARC, hablar con ellos, abrazarlos o tomarse una foto es retrasar y hacer más difícil el tránsito a la vida civil.

Un segundo elemento de contexto que se olvida es que el Mecanismo de Monitoreo y Verificación es tripartito. Implica convivencia y confianza entre las tres partes involucradas: Gobierno (militares para ser precisos), guerrilleros y observadores internacionales. La lista de eventos en los que han compartido, reído, cantado, comido juntos es larga. Lo han hecho porque están mancomunados en una tarea crítica. Por eso no es exacto decir que la ONU está en las zonas veredales para vigilar a las FARC. Están para verificar el cese del fuego y de las hostilidades y el desarme. Posiblemente los observadores violaron normas internas de su organización, pero ¿Era necesaria su expulsión? ¿No es una medida exagerada? ¿Cómo afectará la confianza entre las tres partes en adelante?

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Lo tercero es recordar algo simple: este es un proceso de seres humanos. Si Colombia quiere afrontar la transición de la guerra a la paz, tiene que aceptar a los miembros de las FARC en toda su humanidad, y también en toda su colombianidad. En pocos meses esta guerrilla habrá dejado todas sus armas y para entonces, tendrán que reincorporarse a una sociedad que debe acogerlos como personas, con generosidad.

*Consejera editorial de SEMANA