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CANDIDATURAS

27 de enero de 1986

A sólo tres meses de las elecciones parlamentarias, y a cinco de las presidenciales, las candidaturas siguen sin despertar el entusiasmo de los posibles electores, que se muestran más apáticos que nunca. Los observadores políticos tienen que hacer verdaderos esfuerzos de memoria para recordar alguna otra ocasión en que una campaña presidencial hubiera alcanzado la recta final en tales condiciones de languidez. Ni la hollywoodesca Convención conservadora que lanzó a Alvaro Gómez, ni las rifas de neveras que sus tenientes le han organizado a Virgilio Barco, han servido para despertar los fervores partidistas. Y tampoco el carisma que, según los galanistas, caracteriza la figura de Luis Carlos Galán se ha visto por ninguna parte. Cómo estará de aburrida la campaña que en vez de hablarse de lo que pasa en ella se habla de lo que no pasa, ni va a pasar: el debate cara a cara de los candidatos en la televisión.
Cada uno de los tres candidatos viables tuvo su momento. Gómez su llegada a Barranquilla. Barco y Galán sus respectivas convenciones. Pero ninguno de los tres pudo mantener el impulso de ese despegue inicial. Para usar una metáfora automovilística, las tres candidaturas siguen engranadas en primera, pujando cuesta arriba como tractomulas en la subida a un páramo.
Si las elecciones tuvieran lugar hoy, barrería Virgilio Barco. Así lo demuestran todas las encuestas. Estadísticamente, hasta la Convención conservadora, Gómez no había hecho sino perder terreno. A Galán le va bien nacionalmente, y particularmente en las grandes ciudades; pero se tienen reservas sobre la efectividad de su maquinaria a nivel nacional llegado el momento de traducir su prestigio en votos contantes y sonantes.
De ahí que el año comienza con un sentimiento de inevitabilidad de una victoria barquista, sentimiento éste que va más acompañado de resignación que de entusiasmo. La razón es que en Colombia no hay barquistas: sólo hay liberales disciplinados. Paradójicamente, hace dos años la situación era exactamente inversa. Antes de que Virgilio fuera candidato, su prestigio era inmenso, y es indudable que su nombre aportaba más votos que la maquinaria de su partido. Ese diferencial da la impresión de estarse evaporando. Y hoy el candidato no es más que el jinete del buey cansado del liberalismo, que parece mantenerse, pese a todo, como la fuerza electoral más grande del país.
Por lo anterior, la candidatura de Barco no es invulnerable. Pese a lo que digan las encuestas hoy, la experiencia demuestra que nunca en su historia el Partido Liberal ha podido ganar si se presenta dividido. Y por añadidura la división es esta vez entre un candidato oficial que en opinión de muchos es apenas regular y una disidencia que se presenta como la más fuerte desde la de Gaitán en 1946. En los meses que faltan para las elecciones se puede todavía presentar una redistribución de fuerzas, pero lo probable es que ésta se haga no con base en el surgimiento súbito del prestigio de uno de los candidatos, sino más bien a causa de la erosión de imagen de uno o más de ellos de aqui en adelante. La televisión, sin duda alguna, jugará un papel crucial en este realineamiento, haya o no haya debate, pues de todas maneras los tres rivales se verán sometidos al escrutinio de los electores en los espacios institucionales que Inravisión les otorgará a cada uno de ellos. Hasta que no se llegue a esta etapa del proceso electoral, todo pronóstico es prematuro. De ahí que no es una locura afirmar que aunque hoy por hoy va ganando Virgilio Barco, otro de los candidatos puede producir una sorpresa a la hora de la verdad.--