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Edilberto solo ha visitado Bogotá tres veces en su vida: para la entrevista que le iba a dar la beca, para una capacitación de la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas, y para irse a La Habana. | Foto: SEMANA

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Enfermero de guerra en las Farc; médico en tiempos de paz

Edilberto Castro, que aprendió su oficio en medio de las bombas y las minas antipersonal, es uno de los 500 exguerrilleros que recibieron una beca del gobierno cubano para estudiar Medicina. Esta es su historia.

Astrid Suárez
15 de septiembre de 2018

En la guerra, en la selva, la vida se separaba de la muerte por un delgado hilo. Una tarde, Edilberto Castro, iba por un camino por los lados de Mesetas, en el Meta, cuando escuchó un “bombazo”, uno de los guerrilleros de las Farc que iba detrás de él salió volando por la fuerza de la explosión. Pisó una mina. Edilberto quedó arrodillado del miedo, cuando recobró la conciencia oyó los gritos: “¡Mi pata, mi pata!, gritaba su compañero mal herido. “Hijuemadre, de una vez nos devolvimos a ver qué pasaba”, cuenta. Quedó “paniquiao”, pero igual tuvo que auxiliarlo, era enfermero.

Edilberto cuenta la historia mientras alista su maleta de viaje, se va para Cuba en pocas horas y teme llegar tarde. Le dijeron que debía estar cuatro horas antes de despegar. Nunca ha salido del país -a duras penas ha visitado Bogotá- pero lo ha recorrido a pie. Recuerda como uno de los momentos más duros que vivió en sus 18 años en las Farc, cuando tuvieron que atravesar desde el Yarí, por el lado de La Macarena, hasta el Putumayo.

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“Yo como pude llegué hasta allá donde él, cogí el pedazo de bota que le quedaba y con la misma media cogí y le metí el torniquete, y de una vez le dije al encargado: ‘Socio aquí ya no hay otra cosa sino devolvernos’”, relata Edilberto dejando a un lado la maleta e intentando mostrar con sus manos cómo curó a su compañero.

Edilberto se ganó una de las 1.000 becas que otorgará el gobierno cubano para quienes más han sufrido la guerra, entre ellos familiares de militares, exguerrilleros y víctimas. Cuando le preguntaron por qué se merecía la beca de Medicina dijo que era su vocación, que quería aprender para ayudar. Se la ganó, pero primero tuvo que validar el bachillerato.

En 1999 Edilberto cumplió lo que se prometió cuando todavía era un niño: dijo que cuando estuviera grande se iba para el Ejército o para la guerrilla. Tenía 16 años y estaba en noveno de bachillerato. En ese tiempo fue la toma de Miraflores en Guaviare. Prácticamente la guerrilla se quedó con el pueblo, y en medio de las circunstancias –cuando apenas era un estudiante- se hizo amigo de un miliciano, andaba con él para todos lados. Le gustó lo que le contó y se fue.

Según cuenta, él no fue uno de esos miles de menores reclutados por las Farc. Se fue porque quiso, y, como sabía leer, en 2010 lo enviaron a estudiar al Bloque Oriental, donde daban los cursos de Medicina. Aprendió lo básico en tres años, pero su experticia se la dio la selva.

Sin esos conocimientos Edilberto no hubiera podido salvar la vida de su compañero herido por la mina. Cuando trataban de llevarlo de nuevo al campamento para auxiliarlo, se dio cuenta que estaba sangrando demasiado. Eran tres horas de camino, no iba a resistir.

“Él chorriaba sangre y eso me daba temor porque entre más pérdida de sangre menos posibilidades de vida. Así que cuando encontré una manguera de suero cortada ahí sí la cogí y le dije al chino: ‘esto le va a doler, pero es la única forma de salvarle la vida’. Y cogí esa manguera y se la apreté hasta donde no más, le puse un torniquete”, cuenta mientras levanta su pie y hace como si lo pusiera en el aire.

Edilberto es un hombre menudo, de estatura media, de tez tan blanca que al verlo no parece haber recorrido días enteros sin parar bajo el sol y el agua. Cada vez que se enciende la cámara se tensiona, pero cuando se apaga baila y se ríe. Intenta tener bajo perfil porque sabe que podrían hacerle daño por su pasado. Todo esto quedará atrás en La Habana, de donde espera no regresar.

En Cuba aprenderá las técnicas, pero si le preguntan dirá que sabe amputar con habilidad una pierna. Después de ponerle un torniquete a su compañero lograron llegar al campamento, lo canalizaron y empezaron la amputación.

“Cargábamos una sierra Gigli, es como un alambrito que tiene como unos chuzitos así de pa’ arriba. Uno normalmente corta músculo, todo así, y después sube la carne así de pa’ arriba. Sube el músculo y corta el hueso, baja otra vez la carne y hace el moñón. A medida que usted va bajando entonces va ligando las venas antes de cortarlas pa’ que pare la sangre”, cuenta con total tranquilidad una escena que a muchos les cortaría la respiración.

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Al llegar a Cuba, los estudiantes colombianos tienen que entrar en cuarentena porque no van de paso. Durante siete días deben estar aislados asistiendo a revisiones médicas, para asegurarse que no traigan consigo una enfermedad. Las mujeres no pueden ir embarazadas, entre los requisitos que pide el gobierno está una prueba de embarazo.

-¿Edilberto, usted practicó abortos?

-Yo nunca llegué a hacer un legrado.

-¿Pero sabía que se hacían?

-Sí claro, porque como eso estaba normalmente dentro de nuestra disciplina. Hay veces que tocaba hacerlos por la misma situación del momento o porque no habían condiciones campamentarias para sostener una mamá y un bebé. Nosotros estábamos claros y consientes de eso, de que las mujeres no podían tener niños en la organización. Imagínese usted un ejército con un reguero de chinos detrás chillándole. Eso queda mal. Ahorita después del proceso de paz hay muchas compañeras que tienen hijos y es muy normal.

"Yo me sentía contento en la organización, yo estaba bien allá, uno se acostumbra a vivir esa vida. El paso a la civil lo traumatiza a uno, por ejemplo si le dolía algo uno se presentaba al enfermero, pero ahora son dos días de cola para que le den un ibuprofeno", cuenta Castro.

Durante la guerra Edilberto no tuvo hijos, ya tiene 34 años, y espera que al terminar su carrera en Cuba pueda “conocer la pinta” a ver cómo sale. En La Habana está su pareja, ella también fue becada para estudiar Medicina, parte de su felicidad de viajar era verla, la conoció en Mesetas, en el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación.

Él sabe que su vida va a cambiar aún más y que esto se lo debe al acuerdo de paz, pero no juzga a quienes han desertado y han vuelto al monte, porque cree que el gobierno colombiano ha sido “muy traicionero”.

“Entre los guerrilleros, soldados y policías nosotros tenemos un trato lo más de bueno. Tengo amigos que son soldados profesionales, ¿si pilla?, pero los encorbatados que nunca han escuchado un tiro, que han visto la guerra por televisión, ellos si no quieren la paz y entre los que sí nos ha tocado bregarnos a matar sí queremos, porque sabemos el dolor de la guerra”, dice indignado.

Edilberto ya se encuentra en La Habana, viajó el pasado 7 de septiembre junto a otros 196 becarios, que hacen parte del segundo grupo que viaja para estudiar Medicina. En 2017 viajaron otros 187, según el Alto Comisionado para la Paz. Se fue de Bogotá, un lugar que le parece más salvaje que la propia selva, y cuando logre graduarse buscará especializarse en cirugía u ortopedia, pero esta vez no amputará la pierna de un compañero herido por una mina, ni trabajará en un quirófano construido con guadua o tablas –según lo que hubiera-. “Primero está mi preparación, porque como le digo yo no tengo ni dónde caerme muerto, y yo me voy primeramente a prepararme. Esta es una nueva oportunidad que me doy en la vida”, dice Edilberto entre la prisa de llegar al aeropuerto El Dorado y volar por primera vez.