Home

Nación

Artículo

LA ARITMETICA DE PALACIO

La aritmética de PalacioLa promesa de bajar el desempleo al 10 por ciento para cuando falte un mes de su gobierno podría ser el peor error político de Ernesto Samper.

1 de junio de 1998

La directora de Planeación Nacional, Cecilia López Montaño, estuvo casi una semana tratando de explicarles a los colombianos que el hecho de que el desempleo hubiera pasado del 12,3 al 14,5 por ciento en el último año no significaba que la economía estuviera peor de lo que estaba en marzo de 1997, sino todo lo contrario. La funcionaria atendió una extensa rueda de prensa, respondió todas las llamadas que le hicieron de las emisoras de radio, concedió todas las entrevistas que le pidieron para la televisión, peleó con varios académicos y escribió una columna para el diario El Tiempo.
Cuando ya estaba a punto de lograr que un número importante de colombianos entendiera que es posible que en una economía aumenten simultáneamente el empleo y el desempleo, el Presidente de la República hizo una alocución en la que, basado en los argumentos de Planeación, aseguró que para el mes de junio la tasa de desempleo estaría alrededor del 10 por ciento. En ese momento la credibilidad que había logrado la directora de Planeación se desvaneció, puesto que ni ella misma fue capaz de respaldar abiertamente al Presidente. "Yo creo que uno debe trazarse metas y tratar de llegar a ellas", fue lo máximo que atinó a decir, para rematar "pero creo que es muy difícil".
La actitud de la funcionaria desconcertó a los observadores, quienes pensaban que el discurso del Presidente tenía el respaldo del principal organismo técnico del Estado. Para tranquilidad de los analistas económicos, sin embargo, el episodio dejó claro que la aritmética que se maneja en Planeación es mucho más sofisticada que la que se maneja en Palacio. Porque si bien la meta que se fijó el Presidente no es un imposible matemático, llegar a ella requiere unos supuestos demasiado alejados de la realidad.
A finales de marzo había 6.787.430 colombianos activos laboralmente, de los cuales 982.184 no tenían empleo. Y es la relación entre esas dos cifras la que da el 14,5 por ciento de desempleo. Si se supone, como lo hizo el Presidente, que la fuerza laboral no sufre ningún cambio ("el número de personas que no alcanzaron a entrar en este año se mantiene") y la economía sigue generando puestos de trabajo (tantos en el próximo trimestre como se generaron en el último año, esto es, un poco más de 300.000 empleos entre abril y junio) el desempleo quedaría, en efecto, muy cerca del 10 por ciento: 682.184 desempleados de los 6.787.430 colombianos activos laboralmente.
Eso, sin embargo, es forzar mucho los números. Sobre todo en un momento en que, según todos los expertos _exceptuando quizás al autor del discurso presidencial_ coinciden en que la economía está seriamente amenazada por el elevadísimo nivel de las tasas de interés, las dificultades para controlar la inflación y el creciente desequilibrio fiscal. Matemáticamente la situación más parecida a la actual se dio a mediados de 1986, cuando la tasa de desempleo en las siete ciudades llegó al 14,7 por ciento. Y tuvieron que pasar dos años, en los que la economía creció 5,8 y 5,4 por ciento, para que la tasa de desempleo bajara nuevamente al 10 por ciento.
Hay que tener en cuenta además que, según lo reconoció la semana pasada la directora de Planeación, "la relación entre producto y empleo empezó a cambiar en 1992 sin que nadie se diera cuenta, y ya no basta con crecer para generar los puestos de trabajo que la economía requiere". No es extraño, por eso, que el discurso del Presidente haya provocado el alboroto que produjo. Y que nadie se explique muy bien el motivo de su apuesta. A no ser que el primer mandatario estuviera, como en el póker, jugándose los restos en materia de credibilidad económica. De ser así, muchos consideran que su promesa de bajar el desempleo al 10 por ciento en tres meses uno antes de acabarse su gobierno podría llegar a ser el peor de los errores políticos cometidos por Samper durante su cuatrienio. Primero, porque aun en el hipotético caso de que la pudiera cumplir, nadie se la creyó cuando la hizo. Y segundo, por que si no la cumple, que es lo más previsible, se la van a cobrar a fondo.