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La conexión peruana

Las autoridades tienen pruebas de la relación que existió entre Montesinos y los carteles de la droga.

25 de diciembre de 2000

El 7 de enero de 1994 un grupo de agentes encubiertos de la Policía Nacional dio uno de los golpes más contundentes contra la infraestructura de los carteles de la droga del Perú. Ese día, en la ciudad de Cali, fue detenido Demetrio Chávez Peñaherrera, más conocido en el mundo del narcotráfico como ‘El Vaticano’. En ese entonces las autoridades peruanas afirmaron que se trataba del Pablo Escobar de la mafia de su país.

La captura se hizo efectiva en un lujoso apartamento localizado en un barrio elegante al sur de Cali. En el allanamiento los agentes encontraron una serie de documentos relacionados con la venta de pasta de coca a las organizaciones de droga del Valle del Cauca. También hallaron cinco libretas que contenían nombres, teléfonos y direcciones de los contactos que mantenía ‘El Vaticano’ tanto en Cali como en Lima, Perú.

En una de esas libretas apareció el alias de ‘Rasputín’ y a su lado la palabra ‘inte’. Unas hojas más adelante los agentes descubrieron de nuevo el nombre de ‘Rasputín-Montecristo’, ‘inte, Lima’. Los demás apuntes hacían referencia a cabecillas del cartel del norte del Valle. En otra de las libretas estaban los nombres de los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez y la relación de los negocios de venta de pasta de coca a los cabecillas del cartel de Cali. El material decomisado fue entregado a un grupo de expertos analistas de la Policía Nacional con el fin de que ellos comenzaran a armar el rompecabezas de las redes que manejaba en Colombia ‘El Vaticano’.

Demetrio Chávez era, sin lugar a dudas, uno de los peces gordos del negocio de las drogas a nivel mundial. De las 600 toneladas de base de coca que se producían anualmente en tierras peruanas ‘El Vaticano’ controlaba el 80 por ciento de ese mercado, que llegaba a manos de los carteles del Valle, los que se encargaban de procesarla y posteriormente enviarla a Estados Unidos y Europa.

Para la época el gobierno de Alberto Fujimori había iniciado una guerra sin cuartel con el fin de erradicar de su país los cultivos ilícitos. La persecución llevó a que ‘El Vaticano’ trasladara el manejo de su negocio a Colombia, donde había conseguido importantes socios, especialmente en Cali. A pesar del trabajo desplegado por los militares peruanos para acabar con el negocio de la droga en ese país Chávez había montado un complejo sistema de corrupción a nivel de importantes autoridades peruanas con el objetivo de poder seguir sacando la mercancía del valle del Alto Huallaga y proveer a los mercados colombianos.

‘El Vaticano’ y otros socios de la mafia peruana no tuvieron problema en seguir operando desde la capital del Valle. La droga seguía saliendo a manos llenas del Alto Huallaga, que en ese entonces todavía estaba bajo el control de dos grandes organizaciones guerrilleras: Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (Mrta). “Pero quizá la mayor prenda de garantía que tenían los narcos peruanos eran sus enlaces con las autoridades de ese país, que habían logrado sobornar y que estaban a sus servicios”, señaló a SEMANA uno de los agentes encubiertos que participó en la operación contra la mafia peruana.

Por esa razón para los investigadores colombianos no era extraño que la mayor parte de la droga que estaba llegando de Perú viniera en helicópteros y pequeños aviones. “La mayoría de ellos tenían matrícula oficial del gobierno peruano. Y eso nos hizo pensar que la corrupción había tocado altos niveles del gobierno de Fujimori”, señaló a SEMANA un oficial de Antinarcóticos.



La clave

A medida que se intensificaba la persecución contra la mafia peruana los expertos en Inteligencia seguían tratando de armar el rompecabezas con los datos encontrados en la agenda de ‘El Vaticano’. Unos meses más adelante, cuando lograron las capturas de Ramón González Lazo, alias el ‘Moncho peruano’, y de Waldo Simeón Vargas, alias ‘El Ministro’, parecieron encontrar la clave para descifrar los apuntes de la agenda de ‘El Vaticano’. En los documentos incautados al ‘Moncho peruano’ había una agenda digital, en la cual se registraban los negocios que en ese momento adelantaba con los hermanos Rodríguez Orejuela.

El círculo parecía que comenzaba a cerrarse. En uno de los allanamientos realizados en una de las residencias de Miguel Rodríguez las autoridades habían encontrado también importante documentación en la que se registraba los negocios con el ‘Moncho peruano’. Para los investigadores no había la menor duda de que la conexión de la mafia colombo-peruana era una realidad. Y que los negocios se estaban realizando directamente entre los jefes de ambas organizaciones, que en ese momento habitaban una misma ciudad: Cali.

Pero la agenda de Ramón González tenía muchas más sorpresas. “En ellas volvimos a encontrar el nombre de ‘Rasputín’ y el de ‘Montecristo’. En un pequeño directorio telefónico estaba el nombre de ‘Montesinos’, jefe de ‘inte’. No había nada más. Ni un número telefónico ni ningún otro dato. Pero teníamos en claro que había una pista muy importante para comenzar a trabajar y poder determinar qué tan involucrado estaba el jefe del servicio de inteligencia en la lucha contra el narcotráfico del Perú con las mafias de su país”, agregó uno de los investigadores.

Los cabos sueltos siguieron atándose. En un artículo publicado en The Washington Post se afirmaba que el fracaso de la lucha contra el tráfico de cocaína se debía a que el jefe del servicio de inteligencia en la lucha antinarcóticos era Vladimiro Montesinos, “un abogado que sirvió en Lima como apoderado del narcotraficante colombiano Evaristo Porras Ardila, solicitado en ese país en extradición por tráfico de drogas”.

En los medios periodísticos de Perú Vladimiro Montesinos era conocido con el alias de ‘Rasputín’. El mismo remoquete que aparecía en las libretas de ‘El Vaticano’ y del ‘Moncho peruano’. La prensa del Perú había fustigado duramente las acciones de Montesinos en su lucha contra el narcotráfico y lo consideraban débil con los carteles más poderosos que operaban en ese país. Esas críticas se hicieron sentir con mayor fuerza por parte del periodista Gustavo Gorriti, director del influyente semanario Caretas. Pero sus continuas arremetidas contra Montesinos tuvieron un precio: las amenazas contra su vida y la de su familia. Después de hacer una última serie de denuncias contra Montesinos, Gorriti no tuvo más remedio que salir del país. La partida del periodista no significó el final de la persecución contra el semanario. Su propietario, Enrique Zileri, continuó la lídea de denuncias y tuvo que pagar por su osadía: fue denunciado penalmente por Montesinos por haber publicado su foto en el semanario.

En medio de ese tire y afloje entre Montesinos y algunos medios de comunicación peruanos que lo tenían entre ceja y ceja, el diario The Washington Post lanzó una fuerte andanada contra el hombre de confianza de Fujimori. En su artículo sobre lo que estaba pasando en la lucha contra el narcotráfico el autor terminó por señalar: “En Perú no hay guerra contra las drogas y no la habrá mientras el gobierno peruano esté controlado por hombres como Montesinos”.



En el olvido

La información recogida por las autoridades colombianas en las agendas de los narcos peruanos fue puesta en manos de las agencias antidrogas de Estados Unidos con el fin de que éstas conocieran de primera mano que los compromisos de Montesinos en el tema de la lucha contra el narcotráfico podrían tener serias fisuras. Pero poco o nada se logró. “El tema no se volvió a tratar. Los gringos sabían que algo andaba mal. Pero la investigación en Colombia no se profundizó”, señaló uno de los hombres que persiguió a la organización del narcotráfico peruano.

A pesar de ello aparecieron otros indicios que cada vez convencían más a las autoridades colombianas de que Montesinos andaba en malos pasos. “El gobierno peruano fue informado sobre el tráfico de pasta de coca que provenía del Alto Huallaga rumbo a Colombia. Los vuelos de pequeñas aeronaves y de helicópteros rusos cargados de insumos para procesar la cocaína cada vez iban más en aumento. Pero la interdicción aérea que había lanzado Fujimori contra las aeronaves al servicio del narcotráfico parecía que en este caso no funcionaba como lo había anunciado el gobernante peruano. Ese corredor fronterizo era sobrevolado sin ningún riesgo para los pilotos de los narcos”, señaló uno de los investigadores.

Había un tema que llamó poderosamente la atención de los agentes colombianos: el transporte de la pasta de coca que se hacía en helicópteros de origen ruso. Muchos de ellos hacían parte de la flotilla de su cuerpo de antinarcóticos. Sin embargo las aeronaves volaban de Perú a Colombia sin que nadie diera una explicación de lo que estaba ocurriendo. “No hay un documento, ni un papel que demuestre plenamente la conexión de Montesinos, la mafia peruana y los carteles colombianos. Lo que hay son indicios. Pero grandes indicios que hacen pensar seriamente que la conexión existió. Y pudo haber existido por una sencilla razón: en 1995, en plena guerra desatada por Fujimori contra los carteles de droga en su país, a Colombia ingresaron más de 800 toneladas de pasta de coca, que fue transportada en helicópteros y pequeñas aeronaves que volaban por un corredor fronterizo sin que la gente de Montesinos moviera un dedo para impedirlo”, agregó uno de los agentes encubiertos.

‘El Vaticano’, ‘El Ministro’ y ‘Moncho peruano’ fueron procesados como los principales capos de la mafia peruana. Pero ninguno de ellos soltó la lengua para involucrar a Montesinos. No hubo una explicación clara sobre a quiénes se referían cuando en sus libretas apuntaban los nombres de ‘Rasputín’, ‘Montecristo’, ‘inte’.

Pero esos nombres sí tenían explicación en el mundo del narcotráfico. Cuando se les preguntaba a los informantes si habían escuchado esos nombres no dudaban en afirmar que estos alias eran para referirse al hombre más influyente del Perú: Vladimiro Montesinos. Su poder llegó a tal punto que en el crimen organizado lo conocían como “el mercader de la muerte”.