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POSTALES ARGENTINAS

La crisis que atraviesa Argentina ha hecho que los ciudadanos de ese país reexaminen la percepción de sí mismos. El politólogo argentino analiza en el siguiente artículo esa situación.

JUAN GABRIEL TOKATLIAN
17 de julio de 1989

Joseph de Maistre escritor francés y conservador del siglo XVIII, señalaba agudamente que "la política es probablemente la más espinosa de las ciencias", pues "todo cuanto el buen sentido percibe antes que nada en esta ciencia como una verdad evidente, se convierte casi siempre, una vez que la experiencia ha hablado, no solamente en falso, sino en funesto".

Pero lo funesto se puede tornar en tragedia cuando el "buen sentido" se transforma en la construcción de mitos. Con base en ellos, muchas veces, se adoptan decisiones o se elaboran proyectos "históricos" de diversa índole. Los argentinos son buenos arquitectos en la elaboración de mitos. Estos han llegado a ser esenciales para la configuración del "destino" nacional.

Lo llamativo no es la configuración de una mitología propia argentina. Ello sucede a lo largo y a lo ancho de América Latina y, por qué no, del mundo. Lo más paradójico es que no sólo aquella se la han creído los argentinos (entre los cuales me encuentro), sino que los demás países (especialmente de Latinoamérica) la han absorbido como real. Uno de los pilares de ese legado mítico es la creencia que, porque Argentina es un país vasto y rico en recursos, la economía de esa nación es grande, dinámica y plena de riqueza productiva.

Nada más alejado de la realidad: Argentina hoy --como producto final de lo acontecido política y económicamente en las últimas seis décadas-- posee una economía pobre, subdesarrollada, pequeña, retrasada, carente de impulso industrializador, sin crecimiento productivo, movilizada por la especulación, marcada por la ineficiencia, falta de una dinámica coherente de inserción internacional y más dependiente que en cualquier otro momento de su historia. Argentina es un país más del Tercer Mundo. Con muchas aspiraciones potenciales y muchos sueños de grandeza, pero simple y sencillamente del Tercer Mundo; con todo lo que eso le duele, especialmente a los porteños.

Otro mito latente --y consumido también en el exterior-- es el del pasado inmigratorio del país y sus consecuencias "obvias": cultura ilustrada y moderna, homogeneidad poblacional y social, productividad creativa y desarrollada, capacidad empresarial e innovadora, organización eficiente y eficaz, entre otras. Es posible que ello haya sido así. Asumamos, por el momento, que en algún tiempo pretérito aquello constituía el sello distintivo argentino. Pero si lo fue, hace mucho que no lo es más. Hoy todavía se yuxtaponen contradictoriamente una cultura democrática frágil con una autoritaria bastante arraigada; los indicadores de analfabetismo, mortalidad infantil, malnutrición, son tan malos como los del resto de la región; los empresarios se han convertido en monarcas de la especulación y de la promoción de fuga de capitales; las diferencias sociales se han ampliado dramáticamente con una erosión creciente del número y del nivel de vida de la clase media; la ineficiencia estatal y privada ya ha pasado la barrera de lo alarmante, y el ciclo migratorio se ha revertido, convirtiéndose el país en un "exportador" (¿o "expulsor") de ciudadanos. También política, social y culturalmente, Argentina es un país más del Tercer Mundo. La aureola "europea" y sus presupuestos subyacentes son parte de una memoria pseudocolectiva fuertemente enraizada, pero carente de sustento verdadero en la realidad cotidiana. La distancia entre aquel pasado que contribuyó a construir la nacionalidad y este presente, es enorme. Les guste o no, lo admitan o no, lo sientan o no, lo acepten o no, los argentinos no son más ni menos que cualquier otro mortal latinoamericano aún en vías de desarrollo, como dicen los técnicos.

Podrían sumarse más mitos. El caso es que ni interna ni externamente el "retrato" se ha modificado mucho. La modestia nunca fue una virtud argentina y la sobrevaloración de los "otros" hacia el país del Cono Sur aún perdura. ¿Cómo es posible que se asalten supermercados para conseguir bienes comestibles? ¿Cómo es posible tener una inflación del casi 100% mensual? ¿Cómo es posible que en pocos días se fuguen 400 millones de dólares hacia Uruguay? ¿Cómo es posible la miseria en el país "granero del mundo"? Todo eso, y más, es, lamentablemente, posible en la Argentina contemporánea.

De hecho, desde la intentona golpista de Semana Santa de 1986, Raul Alfonsín dejó de liderar el país. Antes que encuadrar a los militares con el apoyo mayoritario del pueblo (el cual contaba), prefirió proponer el traslado de la capital mediante un megaproyecto ambicioso, costoso, distractor e inútil. En Argentina, desde la década de los treinta, casi todos --militares y civiles, radicales o peronistas-- tienen su propio proyecto fundacional de una nueva "patria grande" y "organizada" (corporativamente o autoritariamente y, excepcionalmente, democrática) que casi siempre (y, aunque parezca contradictorio, muchas veces felizmente) culmina en fracaso. Cuando para 1986 empezó el derrumbe del Plan Austral instaurado el año anterior Alfonsín perdió el control y el respaldo de los grupos empresariales. A partir de allí fue presa de las maniobras y de las ambiciones de un reducido conglomerado conocido como la "patria financiera" y los "capitanes de la industria".

Para 1987 el gobierno radical carecía de la voluntad, la capacidad y el margen de acción para manejar el ajedrez político-militar-económico del país. Todo, o casi todo, se desbordó: los militares exigiendo amnesia (no simplemente amnistía) social por lo hecho durante el pasado; los empresarios remarcando precios y sacando plata del país, y el peronismo galopando sobre la crisis como deseando que se ahondara aún más. Y en medio de ello, una deuda externa impagable de más de US$50 mil millones. Deuda, a su vez, "que en el caso argentino no tuvo siquiera algún efecto productivo más o menos evidente: un tercio de la misma se constituyo en fuga de capitales privados, el otro tercio se gastó en arsenales militares (para el "potencial" conflicto con Chile y para la loca aventura de las Malvinas) y el tercio adiciona ayudo a promover iniciativas cuasi faraónicas que sólo incentivarón la corrupción y la mala administración

En ese contexto el légitimo triunfo electoral de Carlos Menem resultaba previsible y era el corolario de nueva y más frustraciones. Pero los augurios no son los mejores. Y no exactamente por el sobreexagerado "fantasma" del populismo o por las reiteradas inconsistericias de Menem.

Argentina enfrenta en la actualidad un momento crucial en su historia: convertirse en un país viable, política, social y económicamente, o entrar al próximo siglo como el ejemplo más notorio, en América Latina, de decadencia e ingobernabilidad.

Y en ese sentido las señales que ha brindado el futuro presidente son preocupantes: en su presunto futuro gabinete sobresalen los nombres que indican un perfil de orientación gubernamental. El peronista Italo Luder sería ministro de Defensa. Cabe recordar que Luder actuó como presidente provisional durante el gobierno de Isabel Peron. Fue el quien impuso los draconianos decretos "antiterroristas" 2770, 2771 y 2772 del 6 de octubre de 1975. Por medio de los mismos, las Fuerzas Armadas podían ejecutar cualquier tipo de iniciativa con el fin de "aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el territorio del país". La hora del espanto comenzaba. Por ello, días más tarde (20 de octubre), el entonces general Rafael Videla declaraba convencido: "Si es preciso, en la Argentina, deberán morir todas las personas necesarias para lograr la seguridad del país".

Otro futuro ministro "estrella" parece ser el nominado para Relaciones Exteriores, el "independiente" Domingo Cavallo, economista ortodoxo y ex ministro durante el gobierno militar (1976-83). Sus intereses económicos y políticos, en realidad, tienen muy poco que ver con las necesidades populares.

Si estos dos nombramientos son indicadores de algo, entonces mejor será comenzar a inquietarse. Es más probable que Menem resulte más neoliberal de lo que parece y más promilitar de lo que sugieren sus pronunciamientos. Y habrá que ver qué nuevo mito recrean los argentinos. De tanto mirar al pasado, se pueden quedar sin futuro.--