Home

Nación

Artículo

REFORMA SIN DIENTES

Con un contenido que no satisface ni al gobierno,ni a la clase política tradicional, ni a los independientes, la reforma política pasa ahora al Senado.

7 de diciembre de 1998

Cuando terminó la aprobación de la reforma política en la plenaria de la Cámara de Representantes, la semana pasada, los medios dijeron que sus principales actores habían salido contentos. La verdad es que lo que dicen de dientes para fuera es muy distinto a lo que en privado cuentan sus protagonistas. El gobierno, que tenía sus mayores esperanzas en la aprobación de facultades extraordinarias al Presidente para la consolidación de un proceso de paz, tiene ahora el problema de un control posterior del Congreso sobre esas decisiones del Ejecutivo. El Presidente puede dictar los decretos-ley pero tiene el deber de enviarlos al Congreso un día después de su expedición.
La bancada liberal pudo evitar que fueran penalizadas la compra de votos y el trasteo electoral pero tuvo que aceptar que tales conductas quedaran tipificadas como inhabilidades e incompatibilidades para ser congresista o candidato a las corporaciones. Los independientes, que veían en ese aspecto un principio de depuración de las costumbres políticas, tuvieron que conformarse con este resultado, el cual consideran pobre. Sin embargo lo más grave para ellos es que tal como va quedando la reforma los más fortalecidos son los partidos políticos tradicionales y para constituir una fuerza alternativa importante sería necesario que esos independientes se agruparan en un tercer partido. Lo que en teoría suena posible es en la realidad impracticable porque los matices dentro de la llamada franja independiente son evidentes y en algunos casos incompatibles. Tanto Carlos Moreno de Caro como María Isabel Rueda se consideran independientes pero es difícil imaginárselos compartiendo una lista.
Como si semejante mare magnum fuera poco, las reglas de juego para la aprobación de la reforma establecen que todos los artículos se pueden variar en cada una de las vueltas, de tal manera que la única aprobada sea la versión final. Por eso al texto que salió de la plenaria de la Cámara puede pasarle cualquier cosa en su tránsito por el Capitolio. Conscientes de esto los representantes han dejado un sinnúmero de constancias y proposiciones que atan desde ya el destino del proyecto a su revisión en la segunda vuelta. Por decirlo de otra manera, lo que se ha aprobado hasta ahora obedece únicamente al cumplimiento de los compromisos de las distintas bancadas para que la reforma tuviera un trámite veloz, pero nadie puede garantizar el resultado final.
En dos semanas el temario de la reforma política empezará a ser discutido en la comisión primera del Senado. El ministro del Interior, Néstor Humberto Martínez, tiene la esperanza de lograr en ese plazo que las distintas bancadas refrenden los acuerdos de Casa Medina y que la reforma vuelva a parecerse a lo convenido inicialmente. Sin embargo el ambiente en el Senado luce aún peor. Los aliados iniciales del gobierno en este tema ya no lo son tanto. Ingrid Betancourt se siente 'conejiada' por el Presidente y enfrentada en términos personales con el Ministro del Interior. Muchos conservadores creen que un cambio de reglas del juego electoral puede terminar reduciendo aún más la diezmada bancada azul, que hasta hace unos años era casi la mitad del Congreso. Los liberales colaboracionistas saben que para hacerse reelegir lo que necesitan es tener aceitada su maquinaria. Y por otro lado el liberalismo oficialista conoce perfectamente que debe su mayoría a la operación avispa y que no puede renunciar al control sobre la política de paz, que será el tema más importante del gobierno de Andrés Pastrana.
Por todo esto no se entiende cómo fue que gobierno, partidos e independientes dijeron estar satisfechos con lo aprobado. Las facultades al Presidente salieron, pero recortadas. Los principios para la depuración de las costumbres electorales se han ido hundiendo en un camino que apenas comienza. Las opciones distintas a los partidos tradicionales podrían estar a punto de sufrir un golpe mortal. Todos esperan salvar sus propios intereses en la segunda vuelta. Pero, como van las cosas, la reforma puede terminar convertida en un Frankenstein al que sería mejor eliminar antes de que empiece a causar estragos.