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Parroquia San Efrén. La comunidad religiosa espera que entreguen el cuerpo para oficiar las exequias. | Foto: Fotomontaje /SEMANA

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Las dos versiones sobre el misterioso asesinato de un sacerdote en el sur de Bogotá

Un joven lo atacó en su apartamento la noche del lunes. Aunque lo llevaron a la Clínica de Occidente para auxiliarlo, llegó sin signos vitales. La comunidad afirma que el religioso se dedicaba a ayudar a los migrantes que llegaban a la ciudad.

19 de febrero de 2019

Carlos Ernesto Jaramillo Vega era un sacerdote de 65 años. De tez morena, contextura gruesa y cabello encanecido. Usaba gafas y aunque no hablaba mucho, sus vecinos sabían que daba misa en una parroquia cercana en el barrio Tintala, a la cual siempre se dirigía en moto.

El hombre vivía en el conjunto residencial Los condominios de Tierra Buena III, en Patio Bonito, localidad de Kennedy. Un lugar rodeado de colegios, parques infantiles y con gran cantidad de establecimientos comerciales, allí donde la gente se moviliza en bicitaxi y compra sopas y arepas en la calle, gracias a los puestos ambulantes que se ubican en la reja del conjunto.

El sacerdote se había trasladado a Bogotá desde septiembre de 2017 -con permiso de la diócesis de Granada, Meta- para tratar un problema de salud que lo aquejaba desde tiempo atrás.Tenía diabetes. A partir de esa fecha, el presbítero realizaba acciones pastorales en las parroquias de la Diócesis de Fontibón, mientras mejoraba su estado de salud. “Yo hablé con él hace diez días y me dijo que se estaba recuperando. No supe más”, comenta monseñor José Figueroa Gómez, obispo de Granada.

La noticia de su muerte lo tomó por sorpresa. El obispo estaba lejos de imaginarse que esa sería la última vez que escucharía la voz del padre Jaramillo. En horas de la noche, se enteró de que un adolescente de 16 años lo había herido con arma blanca en el cuello, hasta matarlo. “Anoche, una señora, conocida del padre, me contó”, dice el monseñor Figueroa.

Los celadores del conjunto detuvieron al joven, cuando quiso salir apresuradamente de la unidad residencial. Según cuenta Raúl, un hombre que al mediodía esperaba la ruta escolar de su hijo, la captura del asesino fue una casualidad. “Si no es por el afán que llevaba el chico, los celadores no se hubieran dado cuenta de que tenía la ropa manchada de sangre”, cuenta.

Al parecer, otro joven también fue cómplice del asesinato, pero logró escabullirse entre la gente y se desconoce su paradero. “Salió encapuchado y no lo vieron”, le dice una mujer a otra, casi susurrando, como si no quisiera que ninguno de los medios de comunicación, ubicados en la portería del conjunto, se enteraran.

El alboroto por las cámaras de los periodistas, que aguardaban ingresar al bloque donde vivía el padre, ocasionó que un grupo de mujeres se reunieran a conversar sobre lo sucedido. ¿Qué fue lo que pasó? ¿El cuerpo todavía está en el apartamento? eran algunas de las preguntas que se hacían entre sí. Al abordarlas, solo una de las mujeres explicaba lo que vio cuando pasó por la acera del frente del condominio: “A eso de las cinco y media de la tarde yo me asomé a ver qué era lo que sucedía y vi que dos policías, en moto, se llevaban a un muchacho”.

Otra de las vecinas del padre dijo que conocía la iglesia donde el sacerdote permanecía. “La parroquia se llama San Efrén, dicen que oficiaba la misa ahí, pero yo nunca lo vi”, decía. Para ese momento, la iglesia  -a diez minutos en bicitaxi de la vivienda del religioso- aparecía cerrada. Sin embargo, un hombre que se asomó a la puerta dijo que estaban esperando las directrices de la diócesis de Fontibón para pronunciarse sobre el caso.

Foto: Cortesía Diócesis de Granada.

Quien sí conocía la postura oficial de la Iglesia católica era el monseñor José Figueroa. “Desde la diócesis de Granada queremos acompañar a su familia en las exequias. Cuando les entreguen el cuerpo nosotros organizaremos la ceremonia”, -dice el obispo- “él era hombre con vocación de misionero, entregado a las comunidades. Amante del cuidado de la naturaleza y conocido por su espíritu solidario”.

Quizás, esta última cualidad fue la que lo puso en peligro. Los pobladores de Tierra Buena hablan de que el sacerdote le ayudaba a los migrantes venezolanos y a los habitantes de calle. Y al parecer por eso los dos jóvenes implicados en el asesinato frecuentaban constantemente el apartamento del padre.

Pero existe otra versión de los hechos, la del joven capturado en la portería del conjunto. Quien reconoció el crimen ante las autoridades -según cuentan los testigos- y aseguró que era víctima de abuso sexual por parte del religioso. No obstante, no se ha podido comprobar la veracidad de este hecho y el crimen ahora es investigado por la Fiscalía.

Hasta la tarde del martes, el cuerpo del sacerdote no había sido entregado a su hermano, quien estaba en Bogotá a la espera de un dictamen de Medicina Legal. Aunque la familia no dio declaraciones, personas allegadas hablaron de la confusión y el dolor que los embargaba. En ningún momento pensaron que la misión religiosa que ejerció Carlos Jaramillo, por más de treinta años, terminaría de esta forma.