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Thomas Piketty | Foto: EMMANUELLE MARCHADOUR

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“Es posible construir un futuro igualitario universal”: Thomas Piketty

SEMANA habló con el economista sobre su propuesta de transformar el capitalismo en un socialismo participativo, que desarrolla en su libro Capital e ideología. Para él la desigualdad no es un tema económico, sino ideológico.

8 de febrero de 2020

SEMANA: ¿Fracasó el capitalismo? Es decir, ¿es incompatible con la dignidad y el bienestar de la humanidad y es necesario reemplazarlo o acabarlo?

Thomas Piketty: Más que acabarlo creo que podemos organizar el capitalismo de una manera diferente, ir más adelante. Eso lo digo porque la noción que tenemos hoy del capitalismo es muy diferente a la que teníamos en el siglo XIX. En ese orden de ideas, podemos transformarlo en un socialismo participativo que describo al final de mi libro. Sabes, este proceso es gradual. En los países donde se implantó la socialdemocracia se demostró que el capitalismo sí se puede transformar. Yo creo que es posible y necesario transformarlo.

SEMANA: La desigualdad es el eje de su nuevo libro. ¿Por qué este tema es tan importante para usted?

T.P.: Las sociedades humanas a lo largo de la historia han buscado formas de hacer que la desigualdad sea aceptable, que todos reconozcan y estén de acuerdo con que un pequeño grupo se apropie de más recursos que el resto. Desde que aparecieron las sociedades democráticas en el siglo XIX y en el XX, las discusiones sobre las desigualdades y la equidad, lejos de desaparecer, se han mantenido. Yo argumento que la desigualdad es ante todo ideológica. Y, acá, la pregunta clave es cómo ocurre esto. Responderla nos da luces sobre cómo superar la fase actual de desigualdad y tenemos que recurrir a ideas del pasado para hacerlo. De ahí, la idea de hacer una historia de las desigualdades.

SEMANA: ¿Cómo se justifica en la actualidad la desigualdad, que, por cierto, va en aumento?

T.P.: Se dice que la desigualdad siempre es buena, que contribuye a que haya más innovación y más riqueza. Y se basa en una idea de la meritocracia y del emprendimiento en que los ricos lo son por méritos propios y nosotros debemos estar agradecidos por eso. En ese sentido, los impuestos y las regulaciones son una traba para estas cualidades. En Estados Unidos, cuando Ronald Reagan era presidente, impuso el discurso de que era bueno para la sociedad que los millonarios fueran más millonarios porque había más crecimiento y todos se beneficiaban. Sin embargo, eso no es cierto; la renta nacional bruta per cápita de este país creció el 1,1 por ciento entre 1990 y 2020, mientras que entre 1960 y 1990 lo hizo al 2,2 por ciento. Es importante aprender las lecciones de las evidencias históricas.

"En la actualidad nos dicen que la desigualdad es positiva, que si los ricos son más ricos el resto de la sociedad se beneficia y progresa. Esa idea es una falacia"

SEMANA: Usted dice que en las últimas décadas la desigualdad ha crecido de manera acelerada. ¿Qué problemas le trae a la sociedad este fenómeno?

T.P.: Esto ha creado tensiones sociales. Y los políticos han utilizado ese descontento con el sistema económico y con la desigualdad para exacerbar los sentimientos nacionalistas y xenófobos, y las estrategias nacionalistas. En vez de recurrir a soluciones democráticas, se toma una vía fácil y se utiliza la ira de las personas que se sienten maltratadas por el sistema económico actual para culpar de la desigualdad y de los problemas a otros. Es un discurso que hace mucho daño y que no resuelve el problema, sino que desvía la atención, mientras la desigualdad sigue creciendo. Si esto no cambia, en el peor de los escenarios, el discurso nacionalista podría aumentar las tensiones entre los países y hasta generar nuevas guerras. Además, no podremos solucionar el problema del calentamiento global que en un futuro cercano podría causar grandes desastres naturales y enormes desafíos para la humanidad.

“En la actualidad nos dicen que la desigualdad es positiva, que si los ricos son más ricos, el resto de la sociedad se beneficia y progresa. Esa idea es una falacia”.

SEMANA: ¿Es posible llevar a cabo políticas que reduzcan la desigualdad en estos tiempos en los que las élites económicas mundiales son más poderosas que antes?

T.P.: Una de las cosas de las que hablo en el libro es la manera cómo las sociedades humanas han abordado el tema de la desigualdad, y vemos que se han valido de la ideología y han utilizado muchas maneras para resolverlo. Unas veces se hace de manera revolucionaria, otras veces por medio de coaliciones políticas o con la participación de los sindicatos y los trabajadores. Pero lo importante es que tenemos que desarrollar una nueva visión para superar la desigualdad y tenemos que aprender de la historia, de los éxitos y fracasos. En la historia, la lucha por la igualdad ha permitido el desarrollo económico y humano. Por ejemplo, en el periodo comprendido entre las décadas de 1950 y 1970, los Gobiernos socialdemócratas en compañía de los sindicatos lograron mejorar los derechos de los trabajadores y aumentar los impuestos para reducir la desigualdad. Vuelvo y digo, no hay una sola vía para hacerlo, puede que recurramos a esas estrategias, pero es nuestro deber construirlas.

SEMANA: Para usted esa salida es el socialismo participativo. ¿En qué consiste esta propuesta?

T.P.: La idea general es tener un sistema económico en el que todos puedan participar. Es incrementar la movilidad y la participación de la sociedad en la economía, mejorar el acceso a la educación, descentralizar el poder, incentivar la circulación de la propiedad y buscar una redistribución de la riqueza a partir de impuestos progresivos a la riqueza. Este programa es internacionalista, tiene que ser de alcance universal y plantea una nueva relación entre las distintas naciones y una nueva forma de entender las fronteras. Se basa en la idea de superar el sistema actual de propiedad privada, por ejemplo, mediante una mayor participación en la toma de decisiones de los empleados en las empresas y una mayor circulación de la propiedad y el capital, lo que podríamos llamar propiedad temporal.

SEMANA: ¿Por que hace énfasis en que los millonarios deben pagar más impuestos, cuando, al contrario, la idea dominante es que menos impuestos ayudan al crecimiento?

T.P.: Hoy el mundo es mucho más rico y los millonarios lo son más que hace 40 años, pero el costo de esa riqueza ha sido el aumento de la desigualdad. Y uno de los elementos para remediarla es mediante impuestos progresivos a la riqueza. Ellos tienen la capacidad para aportar, mejorar, por ejemplo, los sistemas de salud y educación, y, en últimas, remediar las consecuencias de la mala globalización que ha ocurrido en las últimas décadas. Estos impuestos, además de reducir la desigualdad, pueden fortalecer la clase media, que cada vez es más golpeada por el sistema económico, y mejorar el crecimiento económico. Como dije anteriormente, una de las experiencias positivas que deja el siglo XX es que una mayor prosperidad con menor desigualdad se dio en el momento que hubo una mayor carga impositiva sobre la riqueza, y que la fórmula se invirtió cuando en la década de 1980 se inició la desregularización de capitales.

SEMANA: ¿Qué opina del cambio climático?

T.P.: Es uno de los grandes retos que tenemos que resolver junto con el de la desigualdad. De hecho, ambos están entrelazados porque, si no resolvemos el primero, será mucho más difícil arreglar el segundo. Tenemos que entender que el cambio climático solo se soluciona con una transformación del sistema económico, reorganizar la propiedad, el sistema impositivo, el sistema de educación. No es fácil; por ejemplo, en Francia ha sido muy difícil convencer a los ricos de la necesidad de pagar impuestos por la generación de CO2.

SEMANA: Muchos analistas opinan que en la actualidad hay una crisis de la democracia liberal, representada por la llegada de gobernantes populistas. ¿Cuáles son los perjuicios del avance del populismo en el mundo?

T.P.: A mí casi no me gusta ese concepto, pues en muchas ocasiones es utilizado por las élites para etiquetar diferentes actitudes políticas que van en contravía con lo que ellos piensan. Es una palabra vaga y poco útil a la que recurrimos para describir todo lo que no nos gusta y para estigmatizar a los rivales políticos. En ese sentido, prefiero hablar del avance de los discursos nacionalistas o xenófobos utilizados por políticos como Boris Johnson o Donald Trump, que buscan exacerbar el descontento de las personas y desviar la discusión de la desigualdad. El avance de estos discursos sería grave para la convivencia y la vida misma de las personas alrededor del mundo.

SEMANA: ¿A qué se debe el auge de la protesta social en todo el mundo, en Francia, España, Chile, Ecuador, Colombia?

T.P.: Aunque tenga particularidades, todas estas protestas reflejan un descontento con un sistema económico que produce cada vez más desigualdad. Todas estas personas demandan más justicia social, más participación democrática, mejor educación… Eso significa que la protesta es importante, que la gente es capaz de tomarse en serio el cambio social, de exigir y buscar otras formas de organizar el sistema económico.

SEMANA: ¿Por qué leer este libro?

T.P.: Es un libro de historia que muestra evidencia para afrontar el reto de reducir la desigualdad. Busca aportar conocimiento de cómo distintas sociedades en diferentes tiempos construyeron sus discursos en torno a la desigualdad. De esta mirada histórica podemos aprender de los éxitos y fracasos de proyectos políticos igualitarios. Es un libro esperanzador, que da cuenta de que es posible construir un futuro igualitario universal.