Tras la controversia que suscitó la oferta de Donald Trump de reunirse con Maduro, el presidente de Estados Unidos tuvo que recoger banderas. Nicolás Maduro se ha mantenido en el poder y hasta ahora ha sobrevivido a las denuncias sobre corrupción y narcotráfico | Foto: Afp

POLÍTICA EXTERIOR

Trump le tiende la mano a Maduro

El presidente de Estados Unidos propone una reunión con Maduro para negociar su salida del poder. El venezolano quiere una reunión, pero no para eso. 

27 de junio de 2020

El presidente Donald Trump acaba de lanzarle una mano tendida al presidente venezolano Nicolás Maduro. Después de confrontar con dureza al régimen durante años, Washington aparentemente moderó su posición y le dio una respuesta a una iniciativa de Maduro de una cumbre para reducir las tensiones entre los dos países. Sin embargo ante la controversia que generó que Trump hiciera una invitación similar, este tuvo que recoger velas y aclarar que la reunión que él proponía se limitaba a garantizar una salida pacífica para el presidente venezolano.

Eso, en la práctica, querría decir que si Maduro entrega el poder, el Gobierno norteamericano estaría dispuesto a no perseguirlo judicialmente como narcotraficante, pues hoy el venezolano tiene un indictment en el sur de Florida y una recompensa de 15 millones de dólares por su captura. Varias razones explican el giro. La proximidad de la campaña presidencial estadounidense, que culminará en la primera semana de noviembre, obliga a los candidatos a echar mano de discursos amables hacia la región para cortejar el decisivo voto latino. Hasta el momento los demócratas se han beneficiado del apoyo de este grupo. 

El nuevo discurso de Trump no tiene la misma acogida en todos los estados. El voto latino es heterogéneo y en algunos sectores, como el de los cubanos y venezolanos de Florida, puede ser muy radical. Pero para otros sectores en el resto del país la imagen de un candidato que busca fórmulas para reducir las tensiones e influir de manera positiva en la región sirve para ganar puntos no solo entre los hispanos, sino en la población en general.  

El cambio de posición del presidente de Estados Unidos se explica por la falta de resultados de su política hacia Caracas. A su llegada a la Casa Blanca, la hipótesis de que el chavismo podría dejar el poder era popular y creíble. Sin embargo, con el paso del tiempo, bajaron las acciones de Juan Guaidó porque quedó claro que remover a Maduro del poder era una tarea más compleja de lo que creía el Gobierno estadounidense. El líder opositor –autoproclamado presidente– ha perdido terreno tanto en la audiencia interna como por fuera del país.

Estos movimientos no han pasado inadvertidos en el Palacio de Nariño, en Bogotá. Desde su llegada a la Presidencia, Iván Duque reemplazó el discurso tradicional de socios y hermanos del país vecino por el de mano dura. Fue mucho más lejos que su antecesor, Juan Manuel Santos, quien solo después de conseguir el crucial apoyo de Venezuela y Cuba al proceso con las Farc, y una vez firmada la paz, endureció su posición frente a Caracas. 

En la mente de Duque había una convicción, ampliamente compartida en el continente, según la cual el régimen de Maduro tenía los días contados y su supervivencia estaba por agotarse. Por esto crearon el cerco diplomático y casi 50 naciones cortaron relaciones con Venezuela, convencidas de que ese sería el empujón final. Duque cometió un error al no haberse limitado a participar en ese grupo regional. En cambio, se convirtió en el copiloto de Trump en el esfuerzo por tumbar el régimen chavista. Con 2.000 kilómetros de frontera en común, resultaba mejor el tratamiento colectivo que el de socio del presidente estadounidense contra Maduro.

En todo caso, esa estrategia no funcionó. Maduro se ha mantenido en el poder y hasta ahora ha sobrevivido a múltiples denuncias sobre corrupción y narcotráfico de su gabinete y de sus aliados en las leales Fuerzas Armadas. El gobierno se ha consolidado a pesar de la pobre imagen del presidente y de la falta de apoyo de los principales países de la región. Pero esa lectura según la cual el chavismo-madurismo tenía los días contados estaba equivocada. Las apuestas en favor de la inminente caída del régimen y la llegada de Guaidó a la Presidencia no parecen ir a ningún lado. Las cosas eran mucho más complejas.

La pregunta, en consecuencia, es qué debe y qué puede hacer Colombia y, eventualmente, la diplomacia regional. ¿Se unirán otros países a una política menos dura y más confiada en el entendimiento? Hasta el momento no se han visto movimientos contundentes que confirmen el cambio de dirección. Y habría que ver hasta dónde llega la Casa Blanca frente a ese régimen, sobre todo después de las elecciones de noviembre. 

No está totalmente claro cuál será la posición de Maduro. Él siempre había pedido dialogar con Estados Unidos, pero para abrir canales diplomáticos y no para irse. A Trump le tocó ponerlo contra la pared, pues el electorado radical de Florida solo acepta la caída del dictador. Ese estado es absolutamente indispensable para su reelección, la cual hoy es poco probable. En todo caso, después de que el presidente gringo precisó que solo estaba dispuesto a discutir el cambio de régimen, Maduro no ha vuelto a pronunciarse. 

El cambio de posición norteamericana no tiene implicaciones trascendentales para Colombia. Si la cumbre tiene lugar y Trump logra sacar a Maduro, será un triunfo individual de él y no del binomio Estados Unidos-Colombia. Y si el presidente venezolano no le jala a la invitación de abandonar el Palacio de Miraflores, a cambio de no tener la amenaza de ir a la cárcel, las cosas quedarán igual que antes. Es decir, Maduro atornillado, repudiado por la mayor parte de los países del mundo, pero apoyado por Rusia, China e Irán.

Ni siquiera las posibles revelaciones de Álex Saab, que han creado tanta expectativa, garantizarían su caída. El barranquillero solo podría contar sobre los negocios irregulares de venta de oro y petróleo que hace el Gobierno venezolano para mantenerse a flote. También podría tener información que demuestre que Nicolás Maduro es un mandatario corrupto. Eso ya lo saben los venezolanos, tanto los que quieren que se quede en el poder como los que quieren tumbarlo. Y mientras el Ejército apoye al régimen las cosas no van a cambiar. 

El reciente giro del discurso de Trump demuestra que la comunidad internacional ahora tiene expectativas menos duras. Y que, si bien todos quisieran un relevo presidencial y un cambio en la estructura política, es demasiado riesgoso asumir que este se va a producir pronto y fácilmente. En Venezuela empiezan a sonar los murmullos de una nueva campaña para el Congreso. Un avance eventual del oficialismo en el Legislativo, sobre todo si la oposición finalmente decide no presentarse a las elecciones, debilitaría aún más el equilibrio de fuerzas. 

La continuidad de una política de apoyo a la caída inmediata y por la fuerza del régimen de Nicolás Maduro sería tan peligrosa como impredecible. Y hasta podría a la larga ayudar a la causa contraria, al entregarle a Maduro en bandeja la carta de la legítima defensa de la soberanía frente a la presión extranjera.