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Victoria pírrica

La caída de casi 30 por ciento de los cultivos de coca en Colombia muestra que la fumigación masiva sí está funcionando, pero no significa que el negocio del narcotráfico esté menos próspero.

24 de marzo de 2003

La noticia es buena sin lugar a dudas. El año pasado los cultivos de coca disminuyeron en Colombia, en relación con 2001, en 29,5 por ciento. El doble de lo que calcularon los expertos estadounidenses para el mismo período. Es decir, que el área cultivada con esta planta en el país bajó de 144.807 hectáreas a 102.071, según el censo anual que realiza el Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos (Simci). Este es un proyecto que realizan en forma conjunta, desde hace cuatro años, el gobierno colombiano y la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. Por medio de imágenes satelitales y visitas a las zonas de estudio se vigila la extensión de los terrenos sembrados con coca y amapola a lo largo y ancho del territorio nacional. La mezcla de tecnología y trabajo de campo hace que los datos de este censo tengan 90 por ciento de confiabilidad.

A primera vista esta información demostraría que la política de fumigación intensiva con glifosato del actual gobierno es un éxito. Y hasta cierto punto lo es. La aspersión aérea permanente, que se ha llevado a cabo desde el segundo semestre del año pasado, prácticamente acabó con el monocultivo de coca en el Putumayo. En este departamento estaba sembrada casi la tercera parte de los cultivos de esta planta del país. En las fotos satelitales de años anteriores esta región aparecía manchada de amarillo como si un tumor maligno hubiera hecho metástasis en su interior. En las fotos recientes las manchas casi han desaparecido. Hoy, según el censo del Simci, en el Putumayo sólo quedan 13.725 hectáreas cultivadas con coca. En el territorio vecino del Caquetá también se registró una disminución significativa de los cultivos ilícitos. La reducción en ambos departamentos se explica por la continuidad en el ritmo de la aspersión en los mismos.

Al concentrar equipos y esfuerzos en esta zona del país, tal y como lo hizo el gobierno de Alvaro Uribe, se garantizó que la fumigación se realizara dos veces al año en el mismo sitio para romper el ciclo de producción de la coca. Antes en el Putumayo, por ejemplo, se fumigaba una vez y más se demoraba la mata en morirse que los campesinos en adquirir otra, por 2.000 pesos, para volver a sembrarla. Las autoridades de Estados Unidos calculan que el ritmo de replantación en Colombia es de entre 6.000 y 9.000 hectáreas por mes. Esto explica porqué el censo del Simci reporta 100.000 hectáreas cultivadas aún con coca, cuando el año pasado se alcanzó una cifra récord de 122.695 hectáreas fumigadas en todo el país. Con las cosechas de estas plantas, según cálculos estadounidenses, se habrían producido 500 toneladas métricas de cocaína.

Cifras inquietantes

Para un país como Colombia, que produce 80 por ciento de la cocaína que consumen 13 millones de personas alrededor del mundo, una reducción de 29 por ciento en sus cultivos de coca es un hecho significativo. Sin embargo tampoco hay que magnificarlo pues las mismas cifras del Simci revelan que aún es muy pronto para comenzar a cantar victoria o mostrarse demasiado optimista. Si bien es cierto que en Putumayo y Caquetá disminuyeron los sembrados de coca, también lo es que aparecieron focos nuevos en departamentos vecinos como Nariño, Guaviare y Amazonas. Lo que se muere por un lado nace por el otro como por generación espontánea. En el primero las zonas cocaleras se duplicaron. Pasaron de 7.494 hectáreas en 2001 a 15.131 el año pasado. En el segundo, donde se fumigó a fondo con glifosato hace unos años, el aumento no fue tan drástico pero se mantuvo la tendencia expansionista de estos cultivos de los últimos dos años. Y ni hablar del Amazonas, donde ya se contabilizan 784 hectáreas sembradas con coca. Parecen pocas pero son suficientes para generar en el corto plazo, en palabras de un oficial de la Policía, "pequeños Putumayos".

La única manera de evitar esta proliferación sería por medio de una aspersión permanente y simultánea en el territorio nacional. Para eso se requerirían más aviones, más helicópteros, más tripulaciones y más recursos económicos. Que no sólo no hay sino que, además, siempre serán inferiores a los que mueve un negocio ilícito como el narcotráfico. Para la muestra cabe citar un ejemplo que aparece en el más reciente Informe sobre estrategia internacional de control de narcóticos del Departamento de Estado (Incsr, por sus siglas en inglés). Los expertos estadounidenses calculan que Colombia produjo 123 toneladas métricas de cocaína pura el año pasado. En las calles de ese país una tonelada de esta sustancia vale 100 millones de dólares. Es decir, que la producción total de cocaína colombiana de 2002 costaría 12.000 millones de dólares, mientras que el presupuesto del Departamento de Estado para las operaciones de control internacional de drogas del mismo año apenas llegó a 892 millones de dólares. Más o menos lo que cuestan nueve toneladas métricas de cocaína en la calle.

Con cifras tan exorbitantes de por medio no hay que extrañarse de que los dueños del negocio -llámense narcotraficantes, guerrilleros o autodefensas- hagan lo que sea para mantenerlo en marcha. Desde movilizar campesinos hacia zonas remotas donde puedan sembrar su coca sin ser fumigados o, como en efecto lo están haciendo, encontrar la manera de obtener mayor cantidad de cocaína de 'buena calidad' con menores cantidades de hoja de esta planta. Lo mismo se las ingenian para encontrar sustitutos de los químicos que se utilizan en el procesamiento de la hoja y que las autoridades tienen restringidos.

Además no hay que olvidar que Colombia tenía ya enormes carteles de la cocaína, mafias organizadas de narcotráfico con toda su violencia y poder corruptor, mucho antes de que aquí se sembrara masivamente la coca. Así que aún en el optimista escenario de que se borraran los cultivos ilícitos de la faz del territorio nacional, nadie podría sostener que el negocio del narcotráfico en Colombia no seguiría boyante.