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A la izquierda, Gilma Jiménez fue una de las congresistas con más votos del Congreso. Elsa Noguera, alcaldesa de Barranquilla, es la única gobernante de una capital importante. Y Sandra Paola Hurtado, gobernadora del Quindío, es una de las dos únicas mujeres que gobiernan departamentos. | Foto: David Amado

POLÍTICA

¿Y dónde están las mujeres en la política?

El 30 % de las listas al Congreso del 2013 deberá ser femenino pero los partidos se quejan por falta de lideresas.

16 de marzo de 2013

Además de buscar figuras reconocidas para arrastrar votos en las elecciones de 2014, los partidos políticos están enfrentando hoy un desafío mayor: cumplir la cuota del 30 por ciento de mujeres en las listas al Congreso. Aunque suene extraño en un país donde más de la mitad de los profesionales (el 56 por ciento) son mujeres, la tarea no es fácil.


Tradicionalmente Colombia se ha rajado en la apertura de espacios políticos para el género femenino. Según datos de la Unión Interparlamentaria, el Congreso colombiano –en el que la representación femenina es del 13,5 por ciento– ha bajado en el escalafón mundial de la participación de mujeres, del puesto 86 en 2011, al puesto 102 en febrero de este año. Es decir, está a la cola del mundo. Tampoco existe un número equitativo de alcaldesas de grandes ciudades, con excepción de la de Barranquilla, o de gobernadoras pues solo fueron elegidas dos de 32 departamentos. 

La mayoría de las colectividades está saltando matones para poder alcanzar ese tope que se fijó con la reforma política de 2009. En algunos corrillos políticos se escucha la expresión “no hay mujeres, ¿de dónde vamos a sacarlas?”. No obstante, Alejandra Barrios, directora de la Misión de Observación Electoral, se hace otra pregunta: “¿A qué se refieren?”. En su criterio sí hay mujeres y están preparadas, lo que pasa es que no hay estímulos para ingresar en la política. 

Uno de los factores en este divorcio es el dinero. Mientras que los hombres conciben la política como profesión y encuentran quién los financie, en la mayoría de los casos de las lideresas la política es una actividad accesoria de su profesión. “No participan porque no las llaman. O se autocensuran y no invierten recursos porque una campaña es un proceso plagado de vicisitudes”, indica Isabel Jaramillo, profesora de la Universidad de los Andes.

Otras explicaciones del fenómeno apuntan a que la cultura patriarcal ha cerrado los espacios donde se toman las decisiones políticas. Está mal visto, por ejemplo, que la mujer comparta espacios nocturnos en los que se discuten asuntos de interés público. Aunque culturalmente Colombia sea un país parecido a Nicaragua, Chile, Brasil y Argentina –que han elegido presidentas–, la representación femenina colombiana en cargos de elección popular solo ha llegado al 12 por ciento. Es decir, el argumento cultural se queda corto para revelar el fenómeno. 

Según Jaramillo el problema es institucional. “Los países que han logrado una cuota de género mayor han tomado decisiones institucionales más exigentes”, explica. En países como Ruanda, por ejemplo, la ley establece que al menos el 30 por ciento del Congreso sea femenino. Hoy es el país con más mujeres en el parlamento (56,3 por ciento). Colombia estableció una cuota de género del 30 por ciento para cargos en el Ejecutivo y hace un año y medio se aprobó la reforma que hoy tiene a los partidos en apuros y los obliga a buscar 30 mujeres por cada 100 aspirantes a una curul. No obstante, que el Ejecutivo deba incluir en las ternas una cuota de género o que los partidos deban armar sus listas con una tercera parte de mujeres no garantiza que aumente la participación política femenina. 

El otro problema de la participación política no tiene que ver con la cantidad sino con la calidad. En Colombia abundan los casos en los que la política “es una actividad del clan familiar”, dijo Barrios. Se refería a fenómenos políticos de algunas regiones del país en los que un líder es sustituido por otro en razón de su parentesco. Así han llegado al Congreso algunas mujeres como Teresita García, quien reemplazó a su hermano Álvaro García; Piedad Zuccardi, a su esposo Juan José García; Arleth Casado, a su esposo Juan Manuel López Cabrales; y Olga Lucía Suárez, a su hermano Óscar Suárez; entre otras. 

Paradójicamente, en las elecciones más recientes varias de esas mujeres obtuvieron votaciones abultadas. No obstante, según Barrios, los resultados se debieron “a que los familiares mantuvieron las alianzas políticas para conseguir los votos y no tanto a su propia actividad”. De esa afirmación se colige que un porcentaje de esa poca participación política de la mujer está deslucida por los intereses que entraña. De hecho, de las 17 mujeres elegidas al Senado en 2010, ya no están cuatro debido a sanciones de la Procuraduría y la Corte Suprema de Justicia. 

Hace dos semanas el PNUD publicó el “Segundo ‘ranking’ de igualdad de mujeres y hombres en los partidos políticos”. Algunas de sus conclusiones ayudan a comprender por qué es tan precaria la participación femenina en la política. Por ejemplo, el estudio reveló que los partidos políticos no destinan más del 2 por ciento de su presupuesto para apoyar la participación política de las mujeres, y ninguna colectividad tiene cuotas de género en las listas de elecciones internas.

Han pasado casi dos años desde que se aprobó la ley que establece la cuota femenina para las listas del Congreso. No es la reforma más ambiciosa, pero obliga a los partidos políticos a mirar más allá de su círculo cercano. Hoy algunos de sus dirigentes se quejan en voz baja, pero ha sido poco lo que internamente han hecho por cambiar las cosas. Ad portas de que se estrene la reforma, falta ver si los partidos logran diseñar verdaderas políticas de inclusión no solo para aumentar la cantidad de mujeres en la política, sino para mostrar que sí hay lideresas políticas que logren alcanzar los máximos cargos de elección popular, como ya ha sucedido en otros países de la región. 

Las mujeres en los parlamentos del mundo

Fuente: Unión Interparlamentaria.