Aparte de ser empresario y coleccionista, Jorge fue un condecorado piloto de carreras hasta que su cuerpo le dijo que no lo hiciera más. | Foto: Pilar Mejía

PERFIL

Jorge Cortés: “Los carros son mi otro yo. Sin ellos me muero”

Por las venas de este experimentado piloto de carreras bogotano corre gasolina. Fue un campeón en las pistas, fundó una distribuidora de vehículos y colecciona autos clásicos. Esta es su historia.

Tomás Tello*
12 de mayo de 2019

En 1969 el bogotano Jorge Cortés conducía un Buick modelo 1929 que su padre acababa de comprar. Iba por la carrera primera de la capital colombiana tratando de prender aquel clásico estadounidense que acababan de desmontar de un camión. El carro no quería prender. “Lo recuerdo como si fuera ayer. Rodábamos cerca del funicular, pero el Buick no respondía”, dice. Su papá lo ayudó a empujarlo durante un buen trayecto hasta que la máquina, ayudada por la inclinación del terreno, respondió. ¡Rugió! “Mi padre y yo sentimos una felicidad inmensa al regresar a casa en ese coche viejo. Cuando llegamos lo revisamos y lo reparamos”.

Aún hoy, después de 50 años, ese Buick es la gran joya de cuatro ruedas de la casa del reconocido piloto profesional Jorge Cortés. Se lo ganó en una rifa familiar de su padre, de quien no solo heredó el nombre, sino también otros carros antiguos. Aunque su papá tenía autos de mayor valor, él siempre quiso el Buick porque fue la pieza con la que su padre comenzó su colección de clásicos. “Y fue el primero al que le hicimos arreglos mecánicos juntos. Eso significa mucho para mí”, explica Cortés, quien cumplirá 70 años dentro de poco.

Decir que es un coleccionista de autos no le haría justicia a toda su carrera. En la oficina de la compañía que fundó en 1980 –que lleva su nombre y su reconocida firma–, hay un espacio dedicado a los trofeos ganados durante sus 45 años en las pistas, de las que se retiró en diciembre de 2018 con su decimosexta victoria en las ‘6 horas de Bogotá’. “Pero esto es apenas la mitad de todo lo que he ganado”, alardea Jorge, mientras mueve sus manos con movimientos precisos y certeros, muestra de toda una vida dedicada a los vehículos. En ese despacho también guarda el primer vehículo que tuvo y que, tal vez sin saberlo, coleccionó: su cochecito de pedales.

Cuando habla de autos, que es casi todo el tiempo, sus ojos verdes fulguran y su tono de voz es más grave. “Tengo la fortuna de haberle dedicado mi vida a una sola cosa. Mire, en mi familia estaba presente el amor por los automóviles. Yo trabajo con automóviles y mi ‘hobby’ son los automóviles. ¿Si ve? Una sola cosa”.

La primera vez que se subió al podio como ganador de una carrera fue como copiloto de su padre en el rally a La Vega en 1962, cuando tenía 12 años. “Me acuerdo de esa competencia porque era un niño y no se usaban los cinturones de seguridad. Me pasé todo el recorrido yendo de un lado a otro en el asiento. Ahí empecé a sentir esa pasión por la adrenalina”. Desde entonces son innumerables las carreras en las que ha participado, las 250 Millas Daytona, en 1979; o la Copa Sprint, en 1991, son solo dos ejemplos.

Un tesoro escondido

Un día de 1980 su amigo Camilo Esguerra le pidió que lo acompañara a revisar un carro que había en un garaje de Chapinero alto. Cuando llegaron no vieron más que un montón de cajas apiladas y sillas viejas arrinconadas. Al quitarlas apareció un Porsche modelo 58, desteñido, con los instrumentos rotos y el motor desarmado. Un tesoro que decidió comprar.

Quince días después, mientras lo limpiaba, descubrió que esa máquina alemana había sido el carro de carreras de uno de sus tíos que también fue piloto. “Mientras lo lavaba recordé aquellos días cuando lo ayudaba con los trabajos mecánicos y encontré los dos huequitos donde metía mis dedos para sostenerme”, asegura. Hoy ese Porsche, junto al Buick, forma parte de su colección.

Así comenzó su pasión por restaurar y coleccionar autos clásicos: en ellos iba recuperando algunas historias de familia. Meses después heredó un Ford Woody Wagon de 1947, luego compró un Volkswagen. Y hasta un Lincoln de 1939 que encontró en un taller del barrio 7 de Agosto, en Bogotá; ese auto fue el refugio improvisado de un mecánico que durante un tiempo durmió en él. Cortés tiene una decena de carros antiguos restaurados y dos clásicos.

Pero, a pesar de las evidencias y su historia, no se considera un coleccionista. Parece contradictorio, ¿qué otro calificativo podría recibir un hombre que ha comprado y guardado llantas de 1950, que ha adquirido autos estrellados y sin asientos, y salvamentos de partes como puertas, cojinería, rines? ¿No es eso un coleccionista? “No, eso es parte de la enfermedad que padecemos quienes tenemos carros viejos y que nos hace guardar basura –dice Cortés con una sonrisa, y continúa–: pero es innegable, los carros son mi otro yo. Sin ellos me muero”.

*periodista Especiales Regionales de SEMANA.