Blog: Comiendo prójimo

Puede besar al celular

¿Por qué es más importante hacerle creer a los demás que la estamos pasando bien, que el mismo hecho de pasarla bien?

Semana
18 de enero de 2014

Hace unas semanas estaba en una entrevista de trabajo con un psicólogo que no soltaba el celular mientras me entrevistaba, yo me sentía completamente tonto hablándole de mis metas y de cómo debía mejorar tales y pascuales cosas de mi vida para ser una mejor persona y un mejor profesional para la compañía, así que yo me puse de pie y le dije: “con permiso lo espero afuera mientras está disponible para atenderme”, a lo que el hombre, achantado como toro sin gónadas, me dijo: “no, ya, ya, disculpe”, como con ironía: y rápidamente concluimos la reunión con un hasta nunca que ninguno de los dos pronunció, pero que estaba ahí en letras de neón. 

Salí de allí con la impresión de que estaba ante otro de mis estudiantes a quien le tenía que recordar que debe tener el celular apagado durante el desarrollo de la jornada, como si no supiera, y también convencido de que no me llamaría y quemaría mi hoja de vida para calentarse las manos con ese día tan frío. En efecto, nunca volví a saber de ellos y pronto después conseguí un empleo mejor; pero lo importante no es eso, sino la intromisión tan abrupta que ha tenido el celular dentro del desarrollo de lo social y de nuestras interacciones. Se nos volvió normal, normalísimo, que en una cena o almuerzo de seis o siete personas ninguno se mire mientras come pues están chateando y mostrándole a todos el momento tan envidiable que están “viviendo”.

Hoy en día las personas tienen celulares desde los 8 o 10 años ¡Por Dios! ¿Qué tiene para decirse una niña de 8 años con su amiguita que deba hacerlo por Whatsapp o por mensajes y no en el colegio? ¿Y para qué necesita una muchacha, o un muchacho, a esta edad un smartphone de última tecnología, que vale casi dos millones de pesos, con plan de datos, que toma fotografías en resoluciones altísimas y graba vídeo en HD? Si ellas, como ellos, sólo se toman selfies y fotos en el espejo del baño con las amiguitas del colegio, a escondidas. En fin, casi todo el mundo tiene celular, y entre más potente y aparentoso mejor, ya que para algunas personas se ha convertido en un indicador de estatus social, e incluso para algunos hombres una señal de hombría, porque es más macho entre más grande lo tenga. El celular pues. 

Además de eso, el celular es hoy en día la verdadera pareja estable de uno, es con quien uno siempre se acuesta, lo primero que ve al despertarse, está siempre pendiente de su alimentación y cuidado, uno se desvive por su bienestar para que no se le deteriore, y lo lleva siempre en (de) la mano, le presenta los amigos, la familia, y obvio tiene inmensidad de fotos con él, aunque sean todas en el espejo.

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Nos falta sólo legalizar esa unión, algo así como una boda, donde se reúnan a la derecha la familia de la novia y a la izquierda la del novio, un iPhone 5 blanco, estadounidense -pero radicado legalmente en Colombia-, que tiene por papá un Motorola azul de antena y luz como verde o amarilla, y de mamá una V3 dorada bastante reparada u operada, como se prefiera. 

Yo entiendo que es normal que al irse digitalizando la vida, así también lo hace nuestro comportamiento, ya que uno maneja sus negocios por correo electrónico, y sus obligaciones, lleva la agenda en el calendario del celular, etc., pero hay momentos de momentos; se perdona que usted revise el celular un par de minutos antes de iniciar una reunión, puesto que se va a dedicar a ella y debe dejar todo listo, así como sacar en algún momento el celular durante una conversación para ver si le han notificado algo importante o urgente y luego continuar; pero es imperdonable que nos dediquemos a que sea el celular quien viva los momentos y no nosotros. Se volvió más importante grabar, tomar la foto, contarle algo a alguien o a todos, que vivir el propio momento que está tratando de inmortalizar, que se convierte después en un recuerdo más que se almacena en la memoria que cada uno tenga, pues, el celular, porque uno ya eso lo olvida. ¿Será que los celulares son cada vez más inteligentes y nosotros no? 

Hay que desconectar, volver a disfrutar de la naturalidad de una conversación, una cena, una lectura en pareja o simplemente una película (porque en cine sí que sacan el bendito celular), sólo observar, no estar interactuando, escribiendo, comentando, gustándole o no gustándole, retuiteando, respondiendo, ignorando, etc., volver a ver la vida a través de nuestros ojos y no de las pantallas. 

Eso sí, no pretendo desconocer las bondades de esta tecnología y de sus beneficios, los cuales he gozado -no sólo poder tener acceso inmediato a la información que uno necesita a diario, sino de poder utilizarlo para evitar saludar a alguien en la calle fingiendo contestar una llamada-, así que este artículo no lo usen a su favor esos a quienes les piden los números de celular y responden airosamente: “ja, yo de eso no tengo”, como sintiéndose superiores, porque esos son iguales a los vegetarianos: todo el mundo tiene que saber que son vegetarianos o que no tienen celular.  

Para terminar, y qué pena la demora, les comparto este vídeo sobre el mismo tema, cómo el celular se ha apoderado de nuestra vida. Tómense un par de minutos para verse en un espejo en el que muchos nos reflejamos. Me disculpo de antemano porque no encontré una versión subtitulada, pero así no entiendan inglés las imágenes hablan por sí solas. 

Vídeo: Charlene deGuzman & Miles Crawford.