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De corrupto a embajador

Los casi 12 millones de votos de la consulta le aguarán la fiesta a esos corruptos que se pavonean y se erigen en autoridad moral, pese a que arrastran sin mayor vergüenza su rabo de paja.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
1 de septiembre de 2018

¿Qué es corrupción?”, le preguntó María Isabel Rueda en El Tiempo al rector del Externado, Juan Carlos Henao, a propósito de una investigación que acaba de publicar sobre ese flagelo en Colombia. “Es el acto en que se aprovechan los poderes públicos o privados para obtener beneficios individuales”, le respondió Henao, sin dudarlo.

Si nos atenemos a esta definición, el exprocurador Alejandro Ordóñez sería un hombre corrupto que no debería ser nombrado como embajador de Colombia ante la OEA. Su reelección fue anulada por el Consejo de Estado porque encontró que siendo procurador les dio puestos a familiares de tres magistrados que lo habían ternado. Según el Consejo de Estado, el procurador habría infringido la ley al incurrir en la práctica del ‘Yo me elijo, tú me eliges’. 

Es decir, es obvio que Ordóñez tuvo que salir de la Procuraduría por un acto de corrupción. No porque le cayera mal a Santos o Gina. Más claro no canta un gallo.

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Sin embargo, este acto de corrupción tan evidente no existe ni para el exprocurador ni para sus feroces seguidores. Su abrupta salida –según insiste Ordóñez– no fue producto de un acto corrupto, sino de una patraña pactada en La Habana entre Santos y las Farc. “Se cumplió el primer pacto de La Habana”, dijo Ordóñez en su discurso de despedida, dándose ínfulas de ser un perseguido político. Arropar de heroica una salida indigna por corrupto. A eso se ha dedicado hasta ahora el exprocurador Ordóñez a ver si clasifica para ser embajador de Colombia ante la OEA. 

A pesar de su impedimento ético para hablar de corrupción, Ordóñez se ha querido convertir en la autoridad moral de la familia colombiana y en el defensor de las buenas costumbres que profesa la urbanidad de Carreño, como si lo que hizo para reelegirse en la Procuraduría no hubiese sido un acto de corrupción, sino un acto de fe. 

Los casi 12 millones de votos de la consulta le aguarán la fiesta a esos corruptos que se pavonean y se erigen en autoridad moral, pese a que arrastran sin mayor vergüenza su rabo de paja.

No comparto el pensamiento radical del exprocurador Ordóñez ni su estrecha visión de la familia ni la manera como niega los derechos sociales y reproductivos de la mujer, pero le respeto su opinión y su radicalismo religioso. De eso se trata la democracia. Lo que sí le reprocho es que haya utilizado su cargo para beneficio propio y que encima de eso trate de convencernos de que por ser él quien es, ese acto de corrupción hay que disfrazarlo.

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Desafortunadamente, en países como Colombia la corrupción se tolera sobre todo si quienes incurren en actos corruptos son mis amigos, mis familiares, mis socios, mis jefes. Esa es la verdad. A los uribistas les parece éticamente cuestionable la mermelada que dio Santos, pero las Notarías que dio Uribe, no; a los liberales les parece el colmo la parapolítica, pero cuando el parapolítico es de su partido, lo rodean argumentando que se trata de una injusticia. Cambio Radical se erige como el gran luchador en contra de la corrupción, pero tienen en sus huestes a lo más corrupto de la clase política. Los uribistas hablan del escándalo de Odebrecht como si fuera una mácula exclusiva del gobierno Santos, cuando la coima más grande de casi 11 millones de dólares se dio en su administración.

En esos casos, por lo general, la mente se nubla y por más que la corrupción sea clara y evidente, se le tiende a revestir de toda suerte de ropajes con el único propósito de tapar su inmundicia. Cuando este performance se concluye con éxito, los actos corruptos se camuflan con el objetivo de legitimar socialmente al expoliador, al que roba, al que soborna y al que utiliza el poder para beneficio propio. El sueño del corrupto es forjar una sociedad donde prime el interés privado sobre el interés público, tan desigual como antidemocrática.

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La buena noticia es que esta farsa ya no la aguanta más la sociedad. Aunque la consulta anticorrupción no pasó el umbral, los casi 12 millones de votos que obtuvo le van a aguar la fiesta a todos esos corruptos que se pavonean por el país y que se autoerigen en autoridad moral, pese a que arrastran sin mayor vergüenza su rabo de paja. Sus días están contados.

 CODA: Hay que reconocerle al presidente Iván Duque su audacia e interés por abrir un diálogo nacional con ese otro país que hasta ahora el uribismo ha negado. Esa reunión en Palacio de la semana pasada, en la que estuvieron todas las fuerzas políticas, incluido el nuevo partido de la Farc, es un buen comienzo para encontrar el camino hacia la reconciliación política.

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