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“Aquí no hay muertos”

La afirmación de Don Berna coincide con testimonios anteriores que señalan que el helicóptero que transportaba a Pedro Juan Moreno Villa no cayó por accidente.

Daniel Coronell, Daniel Coronell
10 de febrero de 2018

Antes de dos semanas será lanzado en Estados Unidos un libro que destapará varios eventos ocultos de la historia contemporánea. Se llama There Are No Dead Here: A Story of Murder and Denial in Colombia (Aquí no hay muertos: una historia de asesinato y negación en Colombia). Su autora es la abogada e investigadora Maria McFarland, quien trabajó por años con Human Rights Watch y es actualmente la directora ejecutiva de Drug Policy Alliance.

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El libro arroja luces sobre varios crímenes sin resolver como, por ejemplo, el asesinato del defensor de derechos humanos Jesús María Valle. De acuerdo con un testigo citado en el libro, el lunes 9 de diciembre de 1996, Valle se reunió con el entonces gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe, para ponerlo al tanto de la alianza entre los paramilitares y miembros del Ejército en la zona de Ituango.

Según el testimonio, después de oír las denuncias el gobernador tomó el teléfono, le marcó al entonces comandante de la IV Brigada, general Alfonso Manosalva, y le dijo que tenía al frente una persona que estaba haciendo “falsas” imputaciones y que Valle debería ser procesado por calumnia.

Tres semanas antes de que los sicarios lo acribillaran –y cuando ya Uribe no era gobernador ni Manosalva comandante de la brigada– el doctor Valle declaró ante un fiscal regional: “Yo siempre vi y así lo reflexioné que había como un acuerdo tácito o como un ostensible comportamiento omisivo, hábilmente urdido entre el comandante de la IV Brigada, el comandante de la Policía de Antioquia, el doctor Álvaro Uribe Vélez, el doctor Pedro Juan Moreno y Carlos Castaño”.

El libro cuenta también que Diego Fernando Murillo Bejarano, alias Don Berna, rindió una versión libre en la que afirmó sobre el asesinato de Jesús María Valle: “Esta acción fue una petición del doctor Pedro Juan Moreno, ya que él (Valle) estaba haciendo una investigación sobre los hechos que ocurrieron en El Aro”.

La cadena de muertes no se detuvo ahí. El propio Pedro Juan Moreno murió, años después, tras la caída de un helicóptero que lo transportaba en una gira política. Según se lo dijo el propio Don Berna a Maria McFarland, la muerte de Moreno Villa no ocurrió por accidente.

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Uno de los elementos más reveladores del libro es un correo electrónico dirigido a la investigadora por alias Don Berna, en el que hace graves sindicaciones.

El e-mail de Don Berna dice textualmente: “Reciba un cordial saludo, sobre Pedro Juan Moreno, lo conocí personalmente ya que era un asiduo visitante de los campamentos de las Auto Defensas, concretamente de un sitio llamado 21 donde funcionaba el cuartel general de Carlos Castaño. Él era uno de los consejeros de dicho comandante. La muerte de él fue producto de un saboteo al Elicoptero (sic) donde se movilizaba. Acción llebada (sic) a cabo por órdenes de Uribe”.

La afirmación de Don Berna coincide con testimonios anteriores que señalan que el helicóptero que transportaba a Pedro Juan Moreno Villa no cayó por accidente.

En diferentes momentos han declarado sobre estos hechos el condenado general Rito Alejo del Río, el recién extraditado Daniel Rendón Herrera, alias Don Mario, y el extraditado paramilitar Salvatore Mancuso quien le entregó a tres legisladores una serie de detalles, sobre el presunto crimen, que aún permanecen inéditos.

En el año 2006 cuando se cayó el helicóptero de Moreno Villa, una ágil investigación gubernamental de la Aeronáutica Civil determinó que todo había sido un accidente.

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Una trabajadora de los hangares del aeropuerto Olaya Herrera de Medellín, de donde partió el fatal vuelo de Helicargo, mencionó en un correo electrónico la posibilidad de que el helicóptero hubiera sido saboteado.

Se llamaba Nancy Esther Zapata Orozco. Encontraron su cuerpo tirado en un hangar del Olaya Herrera en noviembre de 2007. La Policía que custodia el terminal aéreo no vio nada, tampoco los vigilantes privados. Nadie oyó nada. La mujer tenía un certero disparo en la nunca. A su lado dejaron una cartulina que rezaba “Aquí no se aceptan sapas”.