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La huella en la historia

Parece que existieran dos reglas de oro para el ser humano. La primera, es que el ser humano no aprende de las experiencias del otro. La segunda, es que los que promueven cambios son mal vistos.

Ariel Ávila, Ariel Ávila
28 de septiembre de 2016

Parece que existieran dos reglas de oro para el ser humano. La primera, es que el ser humano no aprende de las experiencias del otro, debe vivir las cosas en carne propia, debe ver las heridas del cuerpo o del alma para que logré dimensionar sus actuaciones o acciones. La segunda, es que aquellos que promueven cambios son mal vistos. Al ser humano en general no le gustan los cambios, ni siquiera a los revolucionarios. Aquellos que los promueven son vistos como una amenaza o como locos; pero la vida hace justicia, al final, los hijos y nietos de aquellos que se opusieron a los cambios agradecen a aquellos que los promovieron, y muchos de estos personajes que promueven el cambio, pasan de ser parias a héroes, pero esa justicia de la vida llega 40 o 50 años después de haber tomado decisiones.

Varios ejemplos valdrían la pena mencionar. Tal vez el que más impresiona es el de Jean Jaurès un socialista francés y político pacifista, que logró convocar trabajadores de toda Europa y agruparlos en una internacional socialista. Para él, la guerra entre países europeos no hacía más que dividir los trabajadores y aumentar el sometimiento social. Era un pacifista convencido y creía que la guerra era un monstruo que apabullaba cualquier intento de libertad social. Un esfuerzo de más de 20 años, de construir un gran movimiento pacifista se fue al traste en solo minutos. El 3 de agosto de 1914 Alemania le declara la guerra a Francia. En tan solo horas la izquierda pacifista francesa empuñó las armas. Tres días antes, el 31 de julio, Jaurès había caído asesinado por un ultra nacionalista radical.

El asesinato conmocionó a toda Francia, pero rápidamente fue olvidado por la euforia de la Gran Guerra, aquella que dejó millones de muertos y trajo al mundo la famosa guerra de trincheras. Hace algunos años, cuando se cumplían 100 años del inicio de la gran guerra, el mundo logró ver la importancia de Jaurès y las vidas que logró salvar con su movimiento pacifista. 100 años después de su muerte se le rindió homenaje.

Otro de los casos dramáticos es el de Simón Bolívar. Luego del fracaso del Congreso Anfictiónico en 1926 y de su salida del gobierno en mayo de 1830. Salida que narra de forma magistral Gabriel García Márquez en su ya famoso libro “El General en su Laberinto”, Bolívar se convirtió en un paria. Desde su salida el Libertador para muchos era un bandido, se le acusaba de ser el padre de todas las tragedias que vivían los Estados que habían nacido de la desintegración de la Gran Colombia. Fue hasta después de la muerte de Manuelita Sáenz en 1856, que su nombre comenzó a ser rescatado. Sáenz murió en la pobreza absoluta después de una peste que azotó el norte del Perú, fue enterrada en una fosa común y sus propiedades incineradas. Ella conservaba no solo las cartas íntimas que le enviaba Bolívar, sino un montón de escritos y documentos políticos del Libertador. Todo se quemó. Aún hoy para varios sectores Bolívar no es más que un bandido, aunque ya para la mayoría del país, es el padre Libertador. Más de 30 años tardó la vida en hacerle justicia a Simón Bolívar.

Otro ejemplo es Roosevelt, a quién los libros de historia hasta hace muy poco lo recordaban como el presidente que logró sortear la Gran Depresión en USA, y el implementador del modelo del New Deal. Lo recuerdan como el hombre de las grandes construcciones y no como uno de los artífices más grandes del fin de la segunda guerra mundial, aquel viaje a Yalta, que sería el fin de la segunda gran guerra, a la postre lo llevó a la muerte, pero significó el principio del fin de la guerra. Igual se puede decir de Churchill en el Reino Unido, que apenas algunas semanas después de haber ganado la segunda guerra mundial perdió las elecciones.

Tal vez eso va a pasar con el Presidente Santos y Rodrigo Londoño. Hoy Santos carga una imagen positiva que apenas llega a los 30 puntos porcentuales y su capital político lo ha gastado en el proceso de paz. Incluso el uribismo intento atar el plebiscito por la paz al famoso plebi-Santos, intentando engañar a la sociedad colombiana con que la votación del 2 de octubre era sobre la imagen y actividades del gobierno Santos.

Por otro lado, nadie le aplaude a Rodrigo Londoño el haber tomado la decisión de negociar, cuando para las FARC ese camino era impensable en el año 2010 o 2011. Muchos militantes de izquierda que nunca estuvieron en la guerra desde las ciudades dicen que las FARC se entregaron por muy poco y que han traicionado el ideal revolucionario. Además la sociedad no le reconoce ese paso a las FARC.

Muchos colombianos votarán por el No y sus razones tienen. No es algo irracional, la guerra en lo inmediato es más atractiva que la paz, pues en la guerra se trata de humillar al otro, de volver lo excepcional algo normal, es decir, la violencia se hace contra el otro. En la paz, la violencia se hace contra uno mismo, pues los seres humanos deben contenerse y aceptar la diferencia, no hay excepcionalidad que se normalice.

Sin embargo, para aquellos que deciden hacer la paz en momentos como los que vive Colombia, la historia les tiene un sitio único. Serán nuestros nietos e hijos lo que le van a agradecer a esta generación haber escogido la paz, haber votado Sí y tanto Santos y Rodrigo Londoño, tendrán un lugar privilegiado. Ya han vencido la muerte, no serán olvidados, su lugar está al lado de personajes como Bolívar, Gaitán o Fidel Castro. Cuando se escriba sobre ellos en 4 o 5 décadas serán nombrados como los hombres que cambiaron la historia de este país.

La huella de Uribe en la historia será como la de un perrito Chihuahua en un gran pantano de 100 hectáreas. La de Santos será como la de un mamut en una zona de 3 metros cuadrados. Hoy se le critica, pero el mañana solo será de agradecimientos y admiración.

arielfavila@gmail.com

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