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El coletazo

Hay que evitar que se utilice este difícil momento para que nos cambien la agenda del país y se nos devuelva a la cultura de la guerra en la que ni el derecho a la educación ni la lucha contra la corrupción tienen audiencia. Este país cambió.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
19 de enero de 2019

El terrorismo ha vuelto a tocar nuestra puerta, dejando tras de sí una estela de confusión y de miedo que hace rato no sentíamos.

El asesinato indiscriminado de inocentes es un acto irracional que nos desencaja a todos. Opera como un rayo que cae implacable sobre un árbol: nos aturde, nos parte en pedazos, nos empequeñece de repente y nos vuelve tremendamente frágiles.

Por eso siempre la primera reacción luego de un acto terrorista es el repudio. De eso se trata la democracia al fin y al cabo: de saber que las diferencias ideológicas se tramitan a través del diálogo, de la persuasión  y no de la imposición por las vías violentas.

Pero no basta solo con que repudiemos un acto de terrorismo como el que se perpetró en la Escuela de Cadetes General Santander en el que perdieron la vida 21 personas, en su mayoría jóvenes. Hay que saber quiénes lo perpetraron y pronto. Para ello se requiere de una justicia transparente que sea capaz de revelarnos los nombres de los asesinos sin manupulaciones ni juegos sucios. (¿La tenemos?)

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Si el atentado lo cometió el ELN hay que decirle a esa guerrilla que su estrategia no solo es repudiable sino equivocada. Nada justifica el asesinato indiscriminado de civiles, así desde su lógica eso forme parte de su lucha revolucionaria. Pero además ¿de qué lucha revolucionaria estamos hablando? Es claro que la posibilidad que tienen de tomarse el poder en Colombia por la vía armada es prácticamente nula, y que si no hacen un acuerdo de paz van a quedar convertidos en un monstruo de dos cabezas: librando una guerra de resistencia en Colombia, traficando droga y reses de ganado mientras se convierten en el sostén paramilitar de Maduro en Venezuela.   

Ojalá el ELN le diga al país la verdad y salga de su mutismo. El que calla otorga.   

Hay que evitar que se utilice este difícil momento para que nos cambien la agenda del país y se nos devuelva a la cultura de la guerra en la que ni el derecho a la educación ni la lucha contra la corrupción tienen audiencia. Este país cambió.

Dicho esto, también hay que decir que la cantidad de emociones encontradas que libera un acto terrorista como el del jueves pasado –la sensación de indefensión, de caos y la interiorización del miedo- sirven también de  excusa para que los partidarios de limitar las libertades democráticas y de la mano dura se sientan a sus anchas.    

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Eso parece estarle sucediendo al expresidente Álvaro Uribe, quien ha quedado desubicado desde que las Farc dejaron de hacer atentados y se convirtieron en partido político. Detrás del polémico trino que publicó en su cuenta de

Twitter horas después de sucedido el atentado se adivina un afán por capitalizar los miedos en beneficio propio: “Que grave que la paz hubiera sido un proceso de sometimiento del estado al terrorismo”, escribió.

Lo que sugiere Uribe es que la culpa de este carrobomba no es del que la puso sino del  acuerdo de paz porque se le entregó el país al terrorismo. Qué mezquindad de trino y qué ganas de torcer la historia y los hechos. El acuerdo de paz le ha ahorrado al país cientos de muertos, sobre todo de soldados y de policías, y su implementación es la mejor ruta para construir una paz perdurable.

(Ahora bien valga este paréntesis: la no implementación es también una manera de acabar con esa hoja de ruta. Dejarla en el limbo, sostenida en el aire, sin ningún cimiento, como parece ser la estrategia de este gobierno, también es una forma de retornar a la violencia. Luego de que los índices de homicidios bajaron sustancialmente en 2016 y 2017, hay un preocupante aumento en las zonas donde antes estaban las Farc así como un incremento en el número de líderes sociales asesinados. ¿Hasta cuándo Duque le va a seguir echando la culpa a Santos de su decisión de no asumir como una prioridad la implementación de lo acordado?)  

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Aprovechar esta atmósfera de confusión y de dolor para simplificar deliberadamente las cosas con el propósito de reencauchar los dogmas de la seguridad democrática como si el país no hubiera cambiado en estos últimos diez años es una actitud ruin e indigna de un expresidente.

Colombia cometería un grave error si cede a esa manipulación. No podemos dejar que este acto de terrorismo repudiable nos obnubile al extremo de perder de vista lo que hemos avanzando. Hoy las Farc ya no están secuestrando ni matando colombianos y gracias al acuerdo de paz, se han convertido en partido político y están cumpliendo sus compromisos con la JEP.

Pero sobre todo: hay que evitar que se utilice este difícil momento para que nos cambien la agenda del país y se nos devuelva a la cultura de la guerra en la que ni el derecho a la educación ni la lucha contra la corrupción tienen audiencia. Este país cambió.

Lástima que ni Uribe ni el ELN se hayan dado cuenta.

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