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Óscar Ramírez Vahos

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Bogotá le dice NO a la PETRO - IMPUNIDAD

Lo mismo ocurre con la psicología del delincuente: si ya no debe temer el ser encerrado tras las rejas, ¿entonces a qué le temerá antes de cometer su crimen? Un disparo en las cifras de delincuencia es algo esperable.

27 de enero de 2023

La propuesta con la que Petro busca combatir la oleada de inseguridad que atraviesa Bogotá, y que tanto preocupa a todos los ciudadanos, consiste en generar las condiciones para que 6.509 presos salgan de día de las cárceles de la ciudad para dedicarse a la vida laboral y retornen de noche a prisión. A Dios gracias, los acusados de delitos sexuales no están contemplados en esta reforma, lo que tiene mucho sentido común: no es posible pensar en segundas oportunidades para todos, y hay personas que son y serán por siempre un latente peligro para la sociedad. El matiz está en dónde poner la línea: Petro la pone en los violadores; los ciudadanos en general, en el atracador que apuñala a un transeúnte por robarle su celular o en el feminicida.

Y es que esta reforma, envuelta en un empaque académico y en la pureza de la teoría, dice que pondrá “a las víctimas en el centro”. La justicia restaurativa propone que el quid del asunto no esté en la pena de cárcel para el delincuente, sino en la reparación de la víctima.

Podemos aterrizar lo anterior en un ejemplo práctico. Las Farc se desmovilizaron cobijados por esta justicia restaurativa: se reemplazaron las penas de cárcel para delincuentes de lesa humanidad por el compromiso de contar la verdad y reparar a cientos de miles de víctimas de la guerrilla. El dilema es que siete años después de la firma de la paz con esta organización terrorista no se ha reparado una sola víctima en Colombia. Ni una sola.

Si lo que se pretende es poner a la víctima en el centro, ¿por qué no oyen a los ciudadanos, que son precisamente las víctimas? Estoy persuadido de que ni uno solo de los 65.000 bogotanos que el año pasado sufrieron el atraco de su celular, podría estar tranquilo con la idea de que debe convivir con el agresor para recibir el pago mensual de un plan de datos, o siquiera con la idea de que el delincuente esté libre de día en “actividades laborales”. Es fácil concluir que en la psicología de la víctima esto es una revictimización a todo nivel.

Lo mismo ocurre con la psicología del delincuente: si ya no debe temer el ser encerrado tras las rejas, ¿entonces a qué le temerá antes de cometer su crimen? Un disparo en las cifras de delincuencia es algo esperable.

Permítanme ser claro: si se trata de reparar a las víctimas, ¿por qué los presos no trabajan desde las cárceles? Se podría contestar a esto que si hoy ya hay hacinamiento, pensar en condiciones locativas para desarrollar una actividad productiva sería irreal, a lo que yo respondería que ahí justamente se encuentra el problema: desde Mockus, Bogotá no genera un solo cupo carcelario, es decir, la infraestructura carcelaria actual es obsoleta.

Todos los videos de justicia por mano propia poseen la esencia de lo primitivo, pero ignorar su furor es desconocer que los colombianos están hartos de la impunidad y no confían en su sistema de justicia. Por eso, prefieren agredir a los victimarios de manera irracional. Yo preferiría que el criminal no fuera agredido, pero prefiero aún más que ningún ciudadano honesto sea asaltado y que los delincuentes estén tras las rejas. Pero a eso, los defensores de la justicia restaurativa le llaman “populismo”.

La verdadera reforma a la justicia consiste en generar nueva infraestructura carcelaria capaz de contener una resocialización que sea real. Los presos deben aprender nuevos oficios y ejercerlos en prisión mientras purgan sus penas. Deben generar recursos para sus familias y víctimas, y comprender así el valor del trabajo honesto. Y deben hacerlo en espacios dignos, pero alejados de sus víctimas. Solo así sería posible una verdadera resocialización y una reparación integral sin sacrificar a nadie ante la ofensa de la impunidad. ¿Qué se supone que tiene esto de “populista”?

Pero lo que propone Petro es vigilar a decenas de miles de delincuentes en tiempo real, día a día, como en una pesadilla del famoso panóptico de Foucault, mientras se mueven libres por la sociedad sin pagar cárcel real. La prisión como un hotel, propuesta que le gana en irrealidad al tren mágico elevado entre Buenaventura y la Costa.

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