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Caso Uribe: ¿quiénes son los hipócritas?

La detención preventiva del expresidente Uribe, las razones de la Corte y sus implicaciones, y la reacción de la opinión pública dejan en evidencia la compleja sociedad que conformamos.

Eduardo Behrentz, Eduardo Behrentz
11 de agosto de 2020

Según el diccionario de la Real Academia Española, la hipocresía es fingir cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan. Esta parece una forma correcta de describir el actual debate político en Colombia, especialmente en lo relacionado con las cualidades que tenemos en realidad.

En esto caemos muchos, de repente casi todos. No se salvan líderes políticos y de opinión, menos aún influenciadores y activistas digitales siempre en campaña. Tampoco investigadores sociales ni la ciudadanía interesada en los debates públicos. Y quizás, en la parte más triste de la historia, magistrados y referentes intelectuales hacen parte de nuestra pirámide de tramoyas.

Posamos de objetivos y conocedores, pero en la realidad se han agotado los debates basados en evidencias y valoraciones serias de los hechos. Se acabaron los expertos, así como la posibilidad de formarnos una opinión después de analizar argumentos académicos. Nuestras preferencias y creencias personales se tornaron eternas e incuestionables. En tan extraño arreglo de principios, la forma más común de explicar que alguien piense distinto es atribuirle una reducida capacidad intelectual o malas intenciones.

Un buen ejemplo para probar esta tesis es el debate sobre la coyuntura política y jurídica de Álvaro Uribe Vélez. Para unos el líder demócrata más importante de los últimos tiempos, para otros un criminal capaz de las peores infamias.

Yo no conozco al expresidente. Lo vi de cerca un par de veces en algún evento gremial. No tengo ningún amigo cercano que a la vez sea su amigo. No conozco de primera mano ningún detalle de su personalidad o vida familiar. Y me atrevo a suponer que lo mismo aplica para la gran mayoría de los colombianos. Quienes lo odian o idolatran se refieren, con propiedad contundente e incontrovertible, sobre alguien a quien no conocen.

Supongo también que la mayoría de quienes lo entienden como un hombre despiadado no tienen plena certeza del origen de sus temores. En la era de la desinformación y las noticias falsas, habrán labrado parte de su veredicto leyendo titulares mañosos de medios sin reputación ni rigor periodístico. Para documentar su odio profundo, a lo mejor citarán algún chisme funesto, de esos imposibles de verificar, pero que justifican cualquier apreciación negativa sobre los ausentes.

Álvaro Uribe no ha sido encontrado culpable de ningún delito en ninguna instancia judicial, pero en la mente, la boca y la tinta de sus contradictores ya es culpable de todo. La paciente estrategia de desprestigio en su contra ha sido exitosa.

Algo similar aplica para quienes idolatran al expresidente. No necesitamos caudillos y nadie está por encima de la ley. Y quizás la mayor de las ironías es que en el contexto actual algunos de sus más fervientes seguidores se quejen a cuatro vientos de las herramientas que ellos mismos se inventaron y perfeccionaron: la difamación sistemática y el acoso judicial han sido práctica común al momento de enfrentar opositores.

Este sinsentido de parte y parte encontró tierra fértil en nuestra triste realidad, en la que la presunción de inocencia y el debido proceso son derechos exclusivos para aquellos que piensan como nosotros. El doble rasero es el único rasero en Colombia. Bien podríamos intercambiar autores y destinatarios de insultos y acusaciones para darnos cuenta de una simple verdad: los extremos se juntan en sus métodos. Todo fanático se equivoca.

Como lo mencioné en alguna columna previa, el afán de pretender saber sin entender, el frenesí de opinar sin digerir y de replicar sin verificar es la nueva forma de majadería. Ojalá que en estos tiempos difíciles podamos recordar que la racionalidad que nos hace humanos necesita pausa y reflexión. Que todos nos llenemos de mucha pausa y reflexión.

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