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Juan Carlos Florez Columna

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¿Cómo renace un país?

Rivera y Rozo, cada uno con sus medios y su propio lenguaje, señalaron a aquellas fuerzas que no debíamos ni ignorar ni menospreciar.

Juan Carlos Flórez
11 de diciembre de 2021

En medio del zafarrancho electoral en el que los políticos salen a disputarse los cada vez más esquivos y recelosos votantes, y en el que escuchamos a muchos candidatos hacer propuestas que harían avergonzarse al inmortal candidato presidencial bogotano Gabriel Antonio Goyeneche, es bueno recordar que no solo con política y economía se arregla una nación, y menos aún, cuando prácticamente ha desaparecido de los debates públicos la noción de construir país, que a veces ha asomado tímidamente en nuestra historia.

La argamasa con la que se pega una sociedad no puede componerse exclusivamente de los asuntos materiales o de las cada vez más volátiles, dañinas y divisorias banderías políticas. Sin un pertrechamiento de poderosas imágenes y valores surgidos de las entrañas de nuestra inmensa riqueza cultural, será tarea imposible el pretender construir una Colombia en la que quepamos todos y que incluya a bordo un sinnúmero de diferencias, que a pesar de su carácter tozudo nos permitan evolucionar hacia una sociedad menos desintegrada y más dispuesta a resolver, acopiando la mayor cantidad de disímiles fuerzas, aquellas tareas que se acumularon durante siglos y que hoy nos lastran de manera tan agobiante.

Por supuesto, los que dan todo por obvio dirán que eso no se puede, que aquí todo es imposible y tantos etcéteras paralizantes, que forman parte de la desidia y cinismo con los que algunos se arrellanan cómodamente en su inmovilismo, que es manjar de los dioses para quienes se mantienen en el poder gracias al fatalismo e indiferencia de no pocos compatriotas. Mas si uno espulga en nuestra historia, encontrará que hemos tenido momentos en los que las creaciones del mundo de la cultura han ampliado las posibilidades de pensar nuestra sociedad e imaginar otros caminos posibles.

Dos hombres, hijos de la provincia, nacidos el primero en 1888 en San Mateo, Huila, y el otro en 1899 en Chiquinquirá, y que encontraron su camino en el universo de la creación artística, me servirán como ejemplo para ilustrar el poder de la cultura en la cimentación de una nación. Estos artistas fueron José Eustasio Rivera y Rómulo Rozo, quienes además murieron lejos de su patria. Rozo en Mérida, Yucatán, en 1964 y Rivera en Nueva York, en 1928.

Es prácticamente imposible descifrar la historia de la cultura colombiana de la primera mitad del siglo XX sin entender dos obras cruciales, la novela de Rivera La Vorágine y la escultura de Rozo La Bachué. Ambas son casi coetáneas, La Vorágine apareció en noviembre de 1924 y La Bachué, escultura de una de las diosas muiscas, fue esculpida en París en 1925.

Estas dos obras representaron en su momento algunas de las fuerzas telúricas que subyacen a nuestra nacionalidad: el legado indígena, que aún sobrevive a todos los intentos de mestizarlo o destruirlo, la selva, la colonización, la violencia, el poder de los cultivos ilegales, que a la vez que nos globalizan generan una destrucción humana y ambiental pavorosa, el sálvese quien pueda ante el carácter fantasmal del estado en buena parte del territorio.

A José Eustasio le llegó póstuma la fama internacional que fue a buscar a Nueva York. A Rozo el reconocimiento en Colombia le fue esquivo y su memoria solo la preservó una generación de artistas de los años treinta y cuarenta que se inspiró en él. Pero una de sus obras cumbres, La Bachué, permaneció desconocida en Colombia y durante largos años estuvo en poder de una familia de origen antioqueño, pues su patriarca, el hombre de negocios Guillermo Moreno Olano la había comprado en París. Moreno Olano, según los historiadores del fútbol en Antioquia, fue quien trajo el primer balón a esa comarca en 1910, después de un viaje a Europa.

Rozo, quien de albañil en las construcciones de piedra de la Estación de la Sabana y del Capitolio terminó estudiando escultura en España y Francia, gracias al apoyo de un aristócrata diplomático chileno, Diego Dublé Urrutia, casado con la hermana del gran poeta vanguardista Vicente Huidobro, expresó en La Bachué los poderes ctónicos del pasado colombiano que habían sido ahogados por una cultura letrada hispanizante. Debemos al trabajo de estudiosos como Álvaro Medina, Christian Padilla y al denodado esfuerzo de José Darío Gutiérrez, del Proyecto Bachué, el que Rozo esté en proceso de ocupar el lugar central que le pertenece en nuestra cultura del siglo XX.

Rivera y Rozo, cada uno con sus medios y su propio lenguaje, señalaron a aquellas fuerzas que no debíamos ni ignorar ni menospreciar. Si las élites hubieran comprendido las advertencias que encerraban estas dos obras, quizá el renacimiento que Colombia vivió en algunas ciudades en los años treinta hubiese sido menos elitista y frágil, y su fin menos bárbaro y sangriento.

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