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Cuatro errores

Esperemos que este escándalo mediático no sirva para ocultar el cuarto error, o el primero, el original que dio lugar a otros: el escándalo más grave y más profundo de la resurrección del aliento dado a los falsos positivos en las instrucciones del Ejército: su más terrible baldón de vergüenza en sus 200 años de historia.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
2 de junio de 2019

En primer lugar, la revista SEMANA cometió un error al demorar la publicación de su investigación sobre las directivas del Ejército sobre conteo de muertos en la guerra hasta cuando el New York Times la chivió: es decir, se le adelantó en publicarla. Una falla periodística, que es la de dejar que otro medio vaya por delante. Y una equivocación política, al tratarse de un asunto tan trascendental: la posible incitación a la repetición del horrendo episodio de los falsos positivos que manchó para siempre al gobierno de Álvaro Uribe.

En segundo lugar, el columnista de SEMANA Daniel Coronell, uno de los más sagaces y más valientes periodistas de Colombia, cometió un error al escribir un texto de denuncia contra su propia revista, y que publicó en ella, exigiéndole con arrogancia que reconociera que su tardanza en la publicación de la investigación, o su renuencia a publicarla, se debía a un sospechoso arrodillamiento ante el gobierno de Iván Duque. “No me satisfacen sus explicaciones”, dijo cuando las dio el director de la revista, Alejandro Santos. Coronell solo acepta la suya propia. Y esta es, como señaló en una entrevista radial de RCN, que SEMANA no es informadora del público, sino informante del gobierno.

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En tercer lugar, fue un tercer error el despido de Daniel Coronell por el fundador y todavía dueño a medias de SEMANA, Felipe López. Con ese despido convirtió lo que era una discusión marginal sobre primicias informativas en un grave escándalo sobre la libertad de prensa. Y, de pasada, consagró involuntariamente al despedido Coronell como un prócer de la independencia.

Aunque deploro su despido, no puedo estar de acuerdo con el despedido Daniel Coronell, por glamurosa que parezca su postura heroica de defensor de la libertad de opinión y de prensa. Porque él sabe de sobra, puesto que lleva 14 años publicando en SEMANA lo que le ha dado la gana, así como yo llevo 30 años haciendo lo mismo, que SEMANA no censura a sus columnistas. Y sabe también perfectamente que SEMANA no necesita justificar con explicaciones verbales su independencia de los gobiernos de turno: la demuestra cada domingo, enfureciendo casi todos al gobierno, sea cual sea. Al de Duque ahora, como hasta ayer al de Santos, y antes al de Uribe, y más atrás al de Pastrana… etcétera, etcétera…

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Pero esos tres errores sumados, el de la tardanza de la revista, el de la arrogancia del columnista, y el de la ira del fundador y dueño, le han hecho un gran daño a Colombia. Al golpear la credibilidad de una de las pocas publicaciones de prensa que todavía gozaban de alguna, nos dejan huérfanos, columpiándonos entre la propaganda de los poderes políticos y económicos y la irresponsabilidad de las libérrimas pero engañosas redes sociales. ¿A quién crerle? A nadie.

Y esperemos que este escándalo mediático no sirva para ocultar y hacer olvidar el cuarto error, o el primero, el original que dio lugar a los otros: el escándalo más grave y más profundo de la resurrección del aliento dado a la comisión de falsos positivos en las instrucciones del Ejército: el más terrible baldón de vergüenza del Ejército colombiano en sus 200 años de historia.