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Cosas de niño

Algo turbio se cierne sobre el mundo de los niños. Lo peor es que a mucha gente le empieza a parecer normal que estas cosas estén sucediendo en la tierra de las libertades.

Daniel Coronell, Daniel Coronell
12 de noviembre de 2016

La noche del miércoles lo encontré preocupado. No estaba jugando Xbox, ni leyendo los cuentos que le gustan, ni mirando la tele, ni haciendo malabares con su balón. Solo estaba ahí, en su cuarto, sentado en el piso mirando por la ventana. Yo creía que había sido una semana buena para él: sacó 96 sobre 100 en un temido examen de cuarto elemental; además había hecho dos goles que ayudaron a su equipo en el partido de clasificación a la semifinal del campeonato.

Tenía motivos para estar feliz, pero esa noche se veía pensativo y agobiado.

Tiene 10 años y ya ha vivido en cuatro ciudades. Nació en el hospital universitario de Stanford en Palo Alto, California, a donde llegamos su mamá, su hermana de 6 años y yo buscando refugio frente a las amenazas con las que quisieron callarme. Pasó su primer año de vida en Kensington, en las colinas de Berkeley, donde aprendió a gatear y a oír con atención los cuentos que Tata le leía creando una voz distinta para cada personaje. Llegó a Bogotá y a los pocos días aprendió a caminar de la mano de la abuela Mimí. Tres años después, una oportunidad de trabajo nos permitió venir a Miami donde ha crecido en un ambiente bilingüe, tolerante y multicultural.

Eso no quiere decir que no haya sentido -de vez en cuando- alguna hostilidad discriminatoria. Una vez, hace ya tiempo, acompañó a su mamá a un almacén y oyó a una vendedora refiriéndose a ella como “latina”. Algo despectivo debió sentir en el tono porque en su correcto español aconsejó:

-Ma, si esa señora te vuelve a decir latina contéstale que ella es la ducha.

Hace poco más de un año la vida nos sometió a una dura prueba y él la ha manejado con toda la madurez que le permite su edad y la generosidad de su alma. En los momentos más difíciles su sonrisa nos ha devuelto la luz y la esperanza.

Rafael es un gran niño. Inteligente, amable, sensible y respetuoso de las diferencias. María Cristina ha hecho un trabajo maravilloso en su educación, mezclando en dosis precisas la ternura con el rigor.

Él sabe ser solidario con los más débiles, no margina a la gente por su raza o por su religión y pienso que jamás será un bully aunque haya tantos bravucones exitosos en el mundo.

Tal vez por eso le resultó tan desconcertante el resultado de las elecciones en su país.

La campaña exitosa del ahora presidente electo Donald Trump arrancó estigmatizando a los mexicanos –que es una manera de referirse a las personas de origen hispano- de quienes dijo que traen droga, crimen y son violadores. Después se burló de la limitación de movimiento de un periodista que lo cuestionaba. También se mofó de una reportera que le formuló una pregunta incómoda sugiriendo que tenía la menstruación.

Irrespetó a todos sus rivales en la carrera por la nominación republicana y criminalizó a su contendora en la recta final. Una grabación conocida en el ocaso de la campaña muestra el terrible menosprecio del presidente electo por las mujeres.

Rafael no quiere ser así y además tiene miedo como lo tienen millones de personas en Estados Unidos.

-¿Tú tienes papeles? –me preguntó la noche de este miércoles.

Se tranquilizó un poco cuando se los mostré, pero adiviné que ese es un tema que ahora gravita en su mundo. Muchos niños se preguntan hoy si los que vienen de afuera tienen derecho a quedarse.

En una escuela de Michigan hubo un mensaje invitando a construir pronto el muro que impedirá que lleguen más hispanos. En otra de California circuló una carta llamando a la deportación masiva de los estudiantes de origen latino.

Algo turbio se cierne sobre el mundo de los niños. Lo peor es que a mucha gente le empieza a parecer normal que estas cosas estén sucediendo en la tierra de las libertades.

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